Los Elegidos 21 (Insomnio)

     Pensaba, absorta en su sufrimiento, dando vueltas y vueltas a los recuerdos, tratando de explicarse el montón de incógnitas que rondaban su cerebro.

     Al dar vuelta en una esquina de la calle, le cortan el paso cuatro vagos (tres hombres y una mujer), al frente estaba un jovencito de ropas viejas, pelo crecido y un arete que colgaba de su oreja izquierda…

          ¿A dónde vas, chula? 

V

 

     En la residencia Lafontaine todo era incertidumbre. En la sala, sobre el sofá estaba Brianda, con ropas elegantes, pero en su rostro marcaban unas ojeras de tres noches sin dormir. Llega Lupe hasta ella, con una taza de café que la señora toma sin pronunciar palabra, mirando retirarse a la joven sirvienta.

     La puerta de la casa se abre, y los ojos de la madre brillan solo al instante de comprobar que se trataba de Esteban, su esposo. El hombre traía el rostro ensombrecido de angustia y desesperación. Sus ojos mostraban las ansias de gritar y llorar.

     Brianda se pone de pie dejando su taza de café sobre la mesa de centro, dirige sus pasos hacia su marido con la esperanza de obtener respuesta a la duda que la atormentaba.

     – ¿Qué supiste?

El hombre solo niega con la cabeza. Eran ya varios días de búsqueda. Mientras más transcurría el tiempo, más se acrecentaba el dolor y la desesperanza.

     – ¿Qué pasa? Di algo. –insiste Brianda.

     – Solo se encontró el auto desmantelado, pero ni un solo rastro de ella.

Alarmada lleva su mano a la boca, bajándola lento a su pecho.

     – ¿Y si la asaltaron? –desesperada- ¿si le hicieron daño? ¡No Dios mío!

     – ¡Cállate! –grita él- Déjame pensar.

     – Dios mío. ¿Por qué a mis hijas? así de golpe. –chilla la mujer al hombro de él.

     – No hay que perder las esperanzas. Daremos con ella.

El teléfono timbra. Al instante Brianda corre a contestar sin dar tiempo a la sirvienta de hacerlo.

     – ¡Cindi! –contesta esperanzada- Ah, eres tú, Susy. ¿Qué sabes de mi hija? – pasa un instante de angustia- Esta bien, Susy. Adiós.

Cuelga la bocina, y cae desfallecida en el sofá, con el ánimo por los suelos.

     – Parece que nunca daremos con ella.

– ¿Qué te dijo Susana? –pregunta ansioso

– Nada. Tampoco sabe nada de nuestra hija.

*                                       *                                       *

     En la cocina, las sirvientas también vivían la angustia por la desaparición de Cindi.

     – Todo es tan distinto sin las niñas. –comenta la anciana.

     – Esta casa ya no será la misma. –menciona Lupe, mientras limpiaba cubiertos

     – Ojala que la encuentren pronto.

     – Dios quiera no tenga ningún daño.

     – La verdad siento miedo. Temo que no darán con ella –dice Felipa.

*                                       *                                       *

     En un callejón sin salida, entre basura y mal olor se encontraba Cindi, casi irreconocible. Vestía unos pantalones de mezclilla desgastados y una camiseta casi traslucida por lo desgastado de la tela, un par de tenis viejos sin agujetas y su peinado era desordenado y sucio.  Llevaba una pistola en la mano.

Continuará…

Autor: Martín Guevara Treviño

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