Una carta al tiempo

Hace muy pocos días que no veía…la vida como algo pasajero, que viene y se va que cambia rápidamente a tu paso

Recordaba como si hubiera sido ayer, el sonido fragante de las gotas al caer, ese olor a tierra mojada, que no es más, sino el que trae la lluvia. Era capaz de escucharle a mi padre viniendo del trabajo con su camisa celeste, su pantalón azul marino, impecable, esas botas grandes, gigantescas que brillaban en el día y la noche. Mientras yo gustaba de retozar en bosques y pantanos; jugueteando, cogiendo guijarros a la orilla de un río y lanzarlos con la emoción de que fuera la ultima vez que lo hacía. Recuerdo a mis hermanas, sus juegos, sus continuas peleas por cualquier cosa vana.

Lo recuerdo todo, tan cercano y tan lejano, están ahí plasmados en mi mente junto a tu presencia incandescente que los quiere quemar mediante las brasas del porvenir.

No se si te tengo miedo u odio, no me gusta ni siquiera nombrarte, pero veme aquí escribiéndote, dándote un rostro y una sombra, intentando descifrarte en palabras, en simples pensamientos

Al recorrer estas letras te miro e intento comprenderte pero es como tratar de parar el paso voraz de las olas del crepúsculo con un dedo, es intentar escribir algo y fundirlo en la arena del desierto.

No le tengo miedo al futuro sino a perder el presente, olvidar el pasado y con esto el mismo presente; enfrentarme a sucesos repentinos, sin precedentes. No sé francamente si es que, ¡SÍ! , en realidad le tengo miedo al destino o es el simple hecho de quedarme arraigado en el pasado y no disfrutar de lo que vivo.

Eres ¡TÚ! “Tiempo”, el que le trae languidez a mis sueños, el que atormenta lo que es mío y lo convierte en llama viva en medio del bravo mar de lo que no existe o ya se ha ido.

Tu presencia tiene la duración de una ola que viene, golpea, sucumbe, desaparece, y después regresa más fuerte o más débil, eso no importa, lo que sí importa es que nunca nada durará eternamente.

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