Presagio (parte XVI)

La película se veía en blanco y negro, pero con calidad. Pudieron observar cómo entraba Esteban en el estudio y ambos se sentaban a hablar con unos papeles delante, y luego se disponían a tomar café. Luego vieron cómo Arnaldo sacaba de su cajón el arma y apuntaba a la cabeza de Esteban.

Seguidamente apareció la escena en la que Arnaldo escribía lo que se suponía que era la nota de suicidio de su ex mujer.

—Como vi en el sueño… —dijo Eduardo asombrado.

—¿Cómo dices, chico? —el inspector estaba mirándolo fijamente desde que había empezado a hablar.

Al chico le costó arrancar la palabra de su escondrijo, pero al fin lo logró.

—La noche antes de que mi madre muriera tuve una pesadilla en la que veía que alguien caía desde el balcón de un octavo piso —se esforzó por contener las lágrimas que ahora, sin remedio, acudían a sus ojos—. Pensé que era yo porque lo viví en primera persona, y tuve miedo de tener algún motivo verdadero para hacerlo, pero luego descubrí que era mi madre, y más adelante que no se había tirado ella, sino que otra persona la había empujado.

—Y entonces, ¿cuándo viste que tu padre escribía la nota?

—Hace un par de noches tuve un sueño también. En él iba hacia la casa de mi madre y todo el mundo me señalaba y me acusaba de asesino. Cuando llegué allí me senté en el sofá y la vi llegar del instituto con una montaña de libros. Un instante después alguien entró y la golpeó sin piedad. No podía verle la cara, pero cuando se acercó al balcón dispuesto a arrojarla al vacío cruzamos las miradas y vi en aquel hombre el rostro de mi padre. Pero después de haberla tirado, se fue al estudio y cogió el cuaderno de notas que le entregué a usted ayer por la tarde, se puso a escribir, se supone que la nota del suicidio, pero cuando miré lo que estaba escribiendo era la cuartilla entera que le enseñé, señor Balada —no sabía cómo terminar de explicarse—. He de decir que sí pude reconocer, no por la cara, pero sí por su cuerpo a Esteban Suárez. Más tarde, se fue corriendo de la casa, y juraría que ya no era el mismo tipo que estaba escribiendo, pero ese sí que no sé quién era —sabía que el inspector estaba perdido en la explicación, pero aun así quiso terminar—. Quizá fuera una impresión, pero creo que no era Esteban cuando salió y se llevó el libro de mi madre.

—Ese libro no lo has vuelto a ver —dedujo Juan Balada de la explicación del muchacho.

—No. Pero hay una cosa que no me entra en la cabeza. Si yo vi entrar a mi padre y lanzar a mi madre por el balcón, y luego vi a Esteban escribir la nota del suicidio pero cuando la leí no era la del suicidio sino la que contaba cómo había llegado a eso, ¿quién fue realmente el que mató a mi madre?

Hubo un largo silencio. Un policía entró en el estudio y le dijo al inspector que habían analizado el producto que había matado a Arnaldo, y que era una dosis dura de veneno Dulne, aparentemente amarillento, de sabor dulzón y letal en dosis grandes.

—Luego llamaremos al equipo de psicólogos que te recomendé el día de la tragedia e intentaremos comprobarlo —anunció el inspector pasando la mano por la cara del chico, que ya estaba mojada por las lágrimas que habían conseguido caer de sus ojos tristes.

Pasaron la secuencia de la cinta hacia delante y la pararon cuando vieron a Eduardo entrar en la habitación. Registraba por las estanterías y los cajones, hasta que finalmente dio con la pistola. La sacaba, se echaba las manos a la boca, fruto de la impresión, y la guardaba de nuevo. El análisis de las huellas dactilares señalaba que el arma sólo la había tocado Arnaldo y Eduardo esa vez.

Más adelante, vieron a Arnaldo romper el contrato que había firmado con Esteban. Y también le vieron más adelante leyendo una y otra vez la carta certificada que éste le había mandado el día siguiente a la muerte de María José. Daba vueltas por el estudio y releía una y otra vez la carta.

Finalmente, avanzaron un poco más y vieron la fecha y la hora de la grabación: eran las seis de la tarde del día anterior, cuando Edu estaba en la comisaría con el inspector Balada. El mayordomo suplicaba a su jefe que no le despidiera, según traducían a través de las imágenes, pero no logró convencerle.

Llegaron al momento en el que el padre del chico se preparaba su brebaje para acabar con su vida y escribía la nota que acababan de leer.

(Continuará…)

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