Presagio (parte II)

(Cuando el hombre miró hacia María José, ella pudo reconocer quién era. Míchel, un amigo al que ya no le hacía ilusión ver).

 

—De salvador sólo tiene el nombre, ¿eh? —dijo el hombre, añadiendo un tono de cortesía al mismo tiempo que trataba de hacer reír a la mujer.

—Míchel. Pero ¿trabajas aquí? —Llevaba el uniforme de seguridad del supermercado, un chaleco azul montado sobre una camiseta roja estándar, supuso, y un pantalón vaquero azul marino, más o menos parecido al color del chaleco. El cuadro que la mujer tenía ante sí culminaba en lo más bajo con unas botas de campo. Se sabía que era miembro del personal de seguridad por una única razón, y es que en la parte trasera del chaleco se veía, con letras blancas y mayúsculas, la inscripción SEGURIDAD.

—Sí, soy el jefe de seguridad, desde hace un año y medio. —La mujer lo había contemplado ya anteriormente, cuando se agachó, dándole la espalda, para inmovilizar al carnicero loco—. Llevamos tres años sin vernos, Mari. ¿Dónde te metes?

—No me llames Mari. Si no nos hubieras dejado tirados a mi ex marido y a mí aquella noche, no habríamos perdido el contacto. Ya me hiciste mucho daño de jóvenes cuando salíamos juntos y no estaba dispuesta a volver a sufrir algo parecido. Fue la tercera y la última vez, se lo dije a Arnaldo.

—¿Cómo está él? —preguntó el jefe de seguridad al oír su nombre.

—Me importa poco, la verdad. Nos separamos hace ya cosa de un año.

—Cuánto lo siento, María José.

—No importa, estoy mejor así. Me había pegado alguna vez y no me dejaba vivir. Ahora estoy tranquila con la orden de alejamiento, y además puedo centrarme en mi profesión y en mi escritura. Estoy escribiendo un libro nuevo, es un teatro en verso, como los de Lope de Vega —soltó una risita—. Nunca antes pude dedicarle tiempo por culpa de mi ex marido. Pero ya está casi listo.

—Pues, en ese caso, te felicito. Ya me enteraré de tu publicación cuando lo termines, y lo compraré. Recuerdo obras tuyas formidables, así que cuenta con un fiel lector. Aunque no lo sepas, he seguido tu trayectoria desde que empezaste.

—Gracias, pero no hace falta que me piropees tanto. Al fin y al cabo, llevamos tiempo sin hablarnos, no hace falta ningún cariño por tu parte. Me voy porque tengo que llegar a mi casa y hacer la comida para mí y para mi niño.

—Dieciséis años ya, ¿verdad? ¿Es un buen estudiante?

—Sí, y un buen chico. Quiere seguir los pasos de su padre, cosa que no me atrae. Pero si le gusta, lo respetaré.

Aquella noche, María José se fue pronto a la cama, no se quedó escribiendo ni leyendo los libros que tanto amaba, ni siquiera estudiando o corrigiendo exámenes, y Eduardo también se fue temprano a dormir. Al chico le costó conciliar el sueño, pero al final, después de largos intentos, consiguió pegar ojo, y acabó sumergido en el maravilloso mundo de los sueños, sostenido en los brazos de Morfeo.

Pero, pese a todo el agobio y cansancio propio de un niño de esa edad y del trabajo escolar, no durmió tan plácidamente.

 

NOTA ACLARATORIA: El primer párrafo en cursiva y entre paréntesis es el último párrafo del fragmento anterior. Es una guía para que recuerden lo último que leyeron.

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