Los versos de oro VII – Quevedo

Para este fin de semana, hoy, viernes, creo que voy a dejar buen sabor de boca a todo aquel que sea amante de la poesía. Toca hablar, por tanto, de los Versos de Oro, y hoy en especial de un versificador excelente, un poeta consagrado, el dios de los dioses de la poesía: Quevedo.

Muchos, como yo, prefieren la poesía más tardía, no se centran sólo en leer poesía barroca. Pero es excepcional el arte que tiene, que tenía en su día, don Francisco. Quevedo es una de las figuras que más han representado en el mundo de la poesía, junto con su “amigo” Góngora –quede clara la palabra entre comillas, que ya hablaremos de Góngora próximamente–. Tenía Quevedo un arte increíble para escribir poesía, sonetos concretamente. Según dicen, los escribía en cuestión de minutos, lo que hoy es posible que se consiga, pero no con el mismo resultado, no con el mismo efecto en la persona que los lee.

El poema que vamos a ver hoy es, por ende, un soneto. Es un soneto que aborda de modo ingenioso la definición del amor. ¿Qué es el amor?, es la pregunta que muchísimos nos habremos preguntado más de una vez, y más de dos, algunos incluso a diario. El amor puede ser muchas cosas. Muchos poetas, la mayoría, han escrito al amor, han intentado definirlo, como al concepto de poesía, y siempre se han quedado cortos de una u otra manera, porque el amor es algo que no se puede definir, algo que se siente o no se siente, pero que es inexplicable. No obstante, por medio de la palabra se puede llegar a hacer muchas cosas, entre otras, describir, y no hay nada de malo en intentar describir un sentimiento. El amor, junto con la vida, es el sentimiento quizá más difícil de explicar, de definir. Con todo, Quevedo, como hizo Lope de Vega y ya quedó comentado en un artículo anterior, hace un énfasis especial en su rima, en su métrica, en su perfección al componer un esquema tan estricto como es el del soneto clásico, dedicado en exclusiva al amor.

El niño amor, ese énfasis que ya autores como Ovidio definieron –un niño travieso, pero con edad tan temprana como para poder ser adiestrado (en el Arte de Amar)–, es definido aquí con abundancia de adjetivos, de contrastes y de sensaciones producidas al recitar el poema. Prueben en sus casas, allá dondequiera que estén, a recitarlo, verán el efecto de su musicalidad. Si no, imagínenlo en su interior como si lo estuvieran cantando. Se podría cantar este poema perfectamente, con una buena música, y quedaría como una canción de las que se escuchan ahora, sólo que con buena letra (excusez–moi).

Nada más que decir, sólo que espero que les haya gustado la recomendación poética de esta semana. Al fin y al cabo, para eso estamos aquí. Les deseo a todos un buen fin de semana, acompañados o no de nuestro gran Quevedo, acompañados o no de la poesía, pero bueno en la mayor medida posible. Vita brevis est.

Definiendo el amor

Es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida, que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.

Es un descuido, que nos da cuidado,
un cobarde, con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado.

Es una libertad encarcelada,
que dura hasta el postrero parasismo,
enfermedad que crece si es curada.

Este es el niño Amor, este es tu abismo:
mirad cuál amistad tendrá con nada,
el que en todo es contrario de sí mismo.

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