En la cocina se encontraba Lupe y Felipa discutiendo mientras hacían sus labores domesticas.
– ¡No quiero enterarme de que sigues viendo a ese jovencito! –dice exaltada la
tía.
– ¿qué tiene de malo eso? –reclama la jovencita.
– Es un vago. No te va a traer nada bueno.
– ¡Pero yo lo quiero!
– Que vas a saber tú de la vida, estas muy chica como para saber en realidad lo
que es querer a un hombre.
– ¿Y acaso tú me lo vas a enseñar? Tú que nunca conseguiste a uno. Tú que
nunca te casaste. Tú que nunca amaste. Por favor tía, ¿qué me puedes enseñar
del amor?
Las palabras de la joven sonaban en la cabeza de Felipa, que le grita con dolor en el alma.
– ¡Cállate!
– No tía. –insiste Lupe- Yo no quiero quedarme como tú, sin alguien que me ame.
El silencio se hace instantáneamente al ver la presencia de la joven Cindi, en el umbral de la cocina con unas gafas oscuras que ocultaban sus ojeras.
– Niña, Cindi. No nos dimos cuenta que se encontraba ahí. –dice la anciana.
– Lupe. Dame un vaso con agua y una aspirina –ordena Cindi.
– ¿Te sientes mal, mi niña? –pregunta Felipa.
– Es solo un leve dolor de cabeza.
– Tenga niña –interrumpe, Lupe, dándole el vaso con agua y la pastilla.
Cindi la toma y bebe pasándose la pastilla.
– Aunque yo pienso que le ayudaría más un platillo de enchiladas con harta
salsa verde. –vuelve a entrometer la criada joven.
– ¡Cállate, Lupe! –regaña la anciana.
Autor: Martín Guevara Treviño
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