Aunque las noches son frías en Manhattan el sol del amanecer hace que todo ese frío desaparezca convirtiendo cada amanecer en un deshielo de titanes. La ciudad dormida sucumbe ante el alba haciendo huir a los amantes baratos y barbis de falso pelo.Los edificios se llenan de vida, vida humana que roza lo terrenal y mundano.Los periódicos esperan impacientes en la acera el calor de un café y un donnuts mientras que las flores abren sus encantos para los más madrugadores. Las carreteras antes desérticas se convierten en un arsenal de humos y pitidos no aptos para cardiacos. El transporte urbano siempre me pareció para fracasados, pero un poeta como yo, incapaz de encontrar la inspiración que le permita publicar algún texto, no podía permitirse el lujo de comprar un coche.Como cada mañana, me dirigí a central park, había recorrido todos los parques del mundo intentando encontrar esa idea que me permitiera alcanzar mi mas preciado sueño, ese mismo instante en el que mi vida diera un giro de 180 grados, donde dejaría de ser un perdedor. Y aunque parezca irónico, ahora me hallo aquí, en el país de los sueños, el lugar donde todos vienen a buscar a su estrella, el mundo de las oportunidades, pero quizás ya no quede ninguna para mi.Poeta, bohemio, amante del buen vino y del verso fácil, creo que ya era ora de ponerse a trabajar en serio y salir a buscar de verdad mi oportunidad.Medio afeitar apure de un trago un café de textura gélida que hace dos días fui incapaz de beberme. Cogí una libreta sin pastas y una pluma que me acompañaba hace unos años, se podría decir que de esa pluma nunca partió una idea digna de ser elogiada.Bajé las mustias escaleras de mi pequeño apartamento y saludé al portero con una media sonrisa.Al pisar la calle los rayos del sol me regalaron una tierna caricia recordándome lo sutil que resulta el otoño en la metrópolis. Caminé calle abajo sintiendo que mis zapatos no sabían donde dirigirse hasta que me detuve en una cercana parada de autobús.Al montar en el entramado de chapa y pintura observe a mi alrededor sin obtener el placer de encontrar un sitio libre, tan solo me quedaba apoyar la teoría de Darwin y agarrarme a la barra como un primate. A mi lado, un hombre corpulento y con cara de pocos amigos me dedicó una mordaz sonrisa en un gesto ácido.Tras veinte minutos de trayecto, central park me prestó un guiño. Bajé y pude notar como mis piernas despertaban y dejaban atrás esa sensación de aturdimiento que me acompaño todo el trayecto. Caminé parque adentro hasta que encontré el pie de un árbol que parecía ser bastante confortable. Empecé mi labor y me concentré en todo lo que me rodeaba, en un gesto ávido intente describir la belleza del paisaje sin obtener el resultado deseado. Miraba a mi alrededor pero solo veía agujeros negros que me impedían ver mas allá de mi frente, hasta que de pronto apareció ella. Sentí como el tiempo se paraba a mi alrededor y solo sus movimientos parecían tener vida en todo el parque. Al verla pasaron por mi mente todas esas poesías que leí tiempo atrás y que creí olvidadas. Era bella, tan bella que no lo podía creer, el corazón me latía con fuerza, parecía que quería escapar y salir corriendo hacia ella.Su pelo moreno cabalgaba con dulzura hasta posarse en sus hombros descubiertos, el sol se reflejaba en unos ojos embriagadores contorneados con cincel de oro en forma de media luna donde dos cisnes nadaban en un charco de nenúfares. Mi mirada se deslizó por su nariz hasta posarse en sus labios, donde los Ángeles revoloteaban para aspirar su néctar. Su cuerpo era el templo de afrodita donde más tarde miles de tropas partirían en su busca. Paseaba tranquilamente recogiendo flores del parque y el destino caprichoso y juguetón a veces, la atraía hasta mí. La contemplaba, ella me miraba y por su gesto creo que observo mis ojos, esos que decían “adóptame al instante”, me dedicó una sonrisa calculada al milímetro, paso por mi lado y se marchó dejándome la sensación de que este año la primavera se habia adelantado. Nunca más la volví a ver, pero su imagen quedó grabada en mí, esa cenicienta que olvidó su tacón clavado en mi pecho y que gracias a ella encontré mi fuente de inspiración. Todos los días vuelvo al mismo parque pero ella no apareció jamás, aun la imagino cogiendo flores, dedicándome su sonrisa y marchándose por esa senda sin retorno, ese camino que nunca desemboca en mí. Creo que a partir de ahora empezare a creer en las hadas.