Estar en la cama no significa siempre erotismo

Si bien es cierto que es el escenario típico del erotismo, en lo referente a la literatura, no es el único sentido que se le da. La cama ha sido testigo de desazones, proezas, una prueba de la existencia del dios Eros, el terreno en donde uno puede llegar a sentirse invadido. Te presentamos una serie de fragmentos de artículos en donde se relacionan los distintos vínculos que se establecen entre el amor y la cama.

“Ven y apiadémonos de lo que tienen más que nosotros.
Ven, amiga y recuerda
Que los ricos tienen criados y no amigos
Y nosotros amigos, no criados,
Ven y apiadémoslos de solteros y casados.

El alba entra en puntas de pie
Como una dorada Pavlova
Y yo estoy próximo a mi deseo.
Nada puede darnos la vida
Mejor que esta hora de clarísima frescura
La hora de despertarnos juntos.”

Fragmento de La buhardilla, de Ezra Pound

De noche cuando me acuesto
No puedo cerrar la puerta
porque dejándola abierta
me hago la ilusión que volvés,
siempre llevo biscochitos
pa tomar matecitos
como si estuvieses vos
y si vieras la catrera
cómo se pone cabrera
cuando no nos ve a los dos.

(…) Y la lámpara del cuarto
también tu ausencia ha sentido
porque su luz no ha querido
mi noche triste alumbrar.

Fragmento de Mi noche triste, de Pascual Contursi.

“Cuando leí ‘Veinte años después’, ‘La isla misteriosa’ y ‘Jerry’ en la isla lo hice tumbado tripa abajo en mi cama. La cama se convertía en cabaña de tramperos, o bote salvavidas en pleno océano tempestuoso, o baobab amenazado por un incendio, tienda levantada en el desierto (…) La cama: lugar de la amenaza infortunada, lugar de los contrarios, espacio del cuerpo solitario atestado de sus serrallos efímeros, espacio prescrito del deseo, lugar improbable del arraigo, espacio del sueño y de la nostalgia edifica.”

Fragmento de Especies de espacios, de George Perec

“Se deslizó quedamente bajo ella, temeroso de que la muchacha, aunque sabia que seguiría durmiendo, se derpertara. Parecía estar totalmente desnuda. No hubo reacción, ningún encogimiento de hombros ni torsión de las caderas como sugerencia de que ella notaba su presencia. Era una muchacha joven y por muy profundo que fuera su sueño, debería haber una especie de reacción rápida. Pero él sabia que este no era un sueño normal (…) quizás únicamente con el objeto de rechazar una fría sensación de culpa, el anciano creyó sentir música en el cuerpo de la muchacha. En la música del amor. Como si quisiera escapar, miró las cuatro paredes, tan cubiertas de terciopelo carmesí que podría no haber existido un salida. El terciopelo carmesí, que absorbía la luz del lecho, era suave y estaba totalmente inmóvil. Encerraba a una muchacha que había sido adormecida, y un anciano.
– Despierta, despierta…”

Fragmento de La casa de las bellas durmientes, de Yasunari Kawabata.

“Aquella noche nos habíamos acostado sin hablarnos. Yo estuve leyendo, no sé qué y a veces, de reojo, veía dormirse a Cecilia. Ella tenia una expresión lenta, dulce, casi risueña, una expresión de antes, de cuando se llamaba Ceci, para la que yo había construido una imagen exacta que ya no podía ser recordada. Nunca pude dormirme antes que ella. Dejé el libro y me puse a acariciarla con un género de caricia monótona que apresura el sueño. Siempre tuve miedo a dormir antes que ella, sin saber la causa. Aun adorándola, era algo así como dar la espalda al enemigo. No podía soportar la idea de dormirme y dejarla a ella en la sombra, lúcida, absolutamente libre, viva aún.”

Fragmento de El pozo, de Juan Carlos Onetti.

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