El camposanto de mi abuelo

A mi abuelo, que yace en la tierra que tanto cuidó.

 

     No comprendo de donde saca tanto valor, la verdad no sé la edad que tenga, pero debe de andar en los ochenta y tantos, con su bastón por delante, su cigarrillo sin filtro y esos lentes tan grandes que se ve como que pela los ojos, ah! Pero eso sí, los perros no lo dejan, lo siguen a donde se mueva, son perros que de pronto amanecen ahí abandonados en el camposanto y pues mi abuelo los cría.

 

     Recuerdo cuando le pregunte sino tenia miedo convivir ahí con los muertos; solo se echo a reír y me dijo –Chamaco, tenle miedo a los vivos, porque estos ya no salen de sus tumbas-, y contaba sus historias, que si había hablado ante la tumba de Arnulfo González, que ya esta muy abandonada, solo el pinabete de al lado es el que lo acompaña.

 

     -Abuelo, yo tengo apenas 12, ¿Tú me vas a enterrar a mi? ¿a ti no te da cosa     enterrar a los muertos?

     – No, chamaco, solo los dejas guardados en un lugar donde vamos a estar todos.

 

     Ahí sigue mi abuelo fumando y acomodándose el sombrero, sentado sobre aquella lapida, platicando con la gente que va a visitar a sus muertos, y ya comentan que Don Pancho, tan bien que se encontraba y de pronto… ya ve usted aquí le vienen a traer flores. –Mire Don Miguel, que dicen que en las noches aquí en el panteón aúllan, que son las ánimas de los asesinados- y mi abuelo solo ríe: -¡Patrañas! Aquí me la paso hasta muy noche y no sucede eso-.

 

     Ya el domingo vuelvo con mi mamá a visitar al abuelo a su trabajo, el beso en la mano y a entregarle sus cigarros delicados, vuelven las historias, de cuando fue mayordomo en un rancho en Canseco, que si en aquella tumba esta Luís, un viejo amigo que murió porque un caballo lo tumbo, y más allá las tumbas de los seis muertitos por la caída de la escuela Domínguez; tantas historias que se sabe el abuelo, y muy abusado que es el abuelo. Llega gente que tiene años sin venir al pueblo, buscando las tumbas de sus ancestros, el otro día llegaron unas señoras que venían de Houston, buscaban la tumba de un fulano y no daban con ella; mi abuelo pa` pronto que las conduce a esa tumba. Y cuenta muchas historias el abuelo, desde que él era chamaco, a veces me dice –Yo a tu edad, ya trabajaba boleando zapatos-, ¡Pero yo voy a la secundaria!

 

     Lleva muchos años Don Miguel trabajando de camposantero, aquí, en el único panteón de Allende, y aunque haya otro panteón más bonito en algún otro lugar de Coahuila, en este es donde quiero terminar… aunque prefiero no pensar en eso por ahora.

 

     Y son tantos años del abuelo que ya la mera verdad no los sabré calcular.

 

     Es otra vez domingo, aquí vengo con mi madre, ya tengo 22, ahí esta el abuelo, a un lado de su esposa, ahora soy yo el que le platico de mi trayecto por esta vida, y él solo escucha, no me contesta. Mamá coloca las flores sobre la lápida que lleva el nombre de mi abuelo.

 Autor: Martín Guevara Treviño [Desprenderse al abismo]

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