Citas Caprichosas XI – Pío Baroja

Volvemos a las andadas habituales de los últimos diez jueves, undécimo el de hoy, con nuestras Citas Caprichosas, nuestras reflexiones acerca de temas que se citan en todo tipo de obras literarias, y que no son, en absoluto, invención del autor de estas reflexiones –hablo de las citas, no de los pensamientos y opiniones que aquí se expresan–. Hoy vamos a hablar sobre un tema que también suele preocupar mucho a la mayoría de la gente que piensa en el futuro o, por qué no, en el pasado. Un tema que ronda por la cabeza de muchos, un asunto que incumbe a todo el que esté preocupado por saber cuál es el motivo por el que la gente, cada vez más, está dispuesta a estropear el mundo en todos sus sentidos. Así que, en base a esa reflexión, proponemos un nuevo autor literario con su correspondiente cita, recogida hace ya varios meses, pero no utilizada hasta hoy. Hablo del escritor Pío Baroja, y de una cita incluida en su novela El Árbol de la Ciencia, de la cual hablaremos en un futuro no muy lejano en la sección de recomendaciones literarias.

Piensa Andrés Hurtado, quien en realidad es casi al cien por cien un alter ego del escritor, acerca del asunto ya citado con una opinión bastante curiosa. Reflexiona éste sobre qué es el mundo en un momento determinado de la novela, y concluye diciendo de lo que es capaz el hombre. Creo que merece una aclamación porque, por desgracia, tiene razón.

Cuando vamos a la calle y vemos gente mendigando por los suelos, con una flauta, con un perro, con carteles de pésima caligrafía y ortografía, ¿no nos remuerde los sesos la conciencia al pasar por delante de estas personas y no hacerles caso? A mí, al menos, sí, y en incontables ocasiones. Voy de paseo, o a la facultad, o a una librería, qué sé yo, y me encuentro con indigentes durmiendo en los bancos del parque, tirados en el suelo de la calle mojado por la lluvia, con malas pintas, sucios, pobres, y pienso que yo voy a estudiar, que voy a comprarme un libro, que voy a tomar el aire, sabiendo que ellos no tienen ni para comprar comida ni para cobijarse. Se me cae el mundo encima al vivir ese tipo de experiencias. No obstante, y ahí es donde quiero llegar con esta reflexión, que se está alargando demasiado, hay muchos inconvenientes en ver a esa gente ahí tirada y pobre, y sentir tristeza por ellos.

Cierto conocido, allegado, vecino del alma, cuyo nombre no voy a revelar, me dijo una vez, hablando del tema: «Fuimos a Italia –creo recordar que fue en Italia– y entramos por la noche a cenar en un Mcdonalds. En la puerta nos encontramos con un hombre de barba negra e hirsuta, que nos suplicaba llorando que le diésemos algo de dinero para comer. Lloraba, lloraba mucho. Pero luego me di cuenta de lo buen actor que era. Salimos al cabo de unas horas y nos encontramos la calle vacía, ni un alma, y algo curioso ante nosotros: el mismo hombre barbudo, sentado en un banco, contando un taco de billetes».

No quiero decir, ojo, que todos los indigentes sean así. Por desgracia, la mayoría no tienen pinta de serlo. No conozco a ninguno en persona, más que por lo citado de encontrármelos en la calle. Pero el tema está bien claro: ¿a qué viene que un hombre se haga pasar por indigente y monte tal espectáculo con tal de ganar en una noche lo que un trabajador honrado gana en una semana? Es así, el hombre tiene esa ambición tan terrorífica: el dinero. «Está en su naturaleza».

Y una vez concluida mi reflexión, espero que no dañina, les dejo con la cita literaria. Espero, si no les ha gustado la reflexión, que les guste la cita de esta semana. Nos vemos dentro de siete días, si la literatura nos deja.

“—Verdaderamente —murmuró Andrés—, el mundo es una cosa divertida: hospitales, salas de operaciones, cárceles, casas de prostitución; todo lo peligroso tiene un antídoto; al lado del amor, la casa de prostitución; al lado de la libertad, la cárcel. Cada instinto subversivo, y lo natural es siempre subversivo, lleva al lado su gendarme. No hay fuente limpia sin que los hombres metan allí las patas y la ensucien. Está en su naturaleza”.

Pío Baroja, El Árbol de la Ciencia.

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