Aunque nadie nos crea 2 (Hormigas)

     Entonces se empezaron a preocupar. Fue cuando encontraron todos mis soldaditos de plástico, que estaban completamente chamuscados dentro de lo que había sido una caja de tenis Puma que me habían comprado justamente junto con el paquete de soldaditos. No me salvé de la regañada y hasta de las nalgadas, ellos pensaron que yo lo había hecho, y no fue así, fue entre los dos, aunque yo solo haya llevado la caja de los cerillos.

 

Por más que les dí explicaciones de que a él no le gustaba jugar con soldaditos y que por eso los había quemado, no me creyeron. Esa misma noche en que ocurrió lo de los soldaditos quemados, la familia no pudo conciliar el sueño, pues se escuchaban llantos aterradores y nadie podía distinguir de donde procedían, yo me imaginaba que a él también lo habían castigado por la travesura y por eso lloraba, más sin embargo esa noche puedo asegurar que nadie de mi familia durmió.

     En otra ocasión en que me culparon por algo que yo no hice, fue cuando encontraron las medicinas del abuelo abiertas y desparramadas, totalmente inservibles bajo su cama. Era de noche y justo cuando estábamos cenando fue cuando me dieron la regañada, de nuevo explique lo de mi amigo y me gritaron que aceptara mis actos, me dieron gritos como si yo fuera un adulto que lograba comprender todo. Esa vez me molesté con mi amigo invisible y no jugué con él al día siguiente.

     Por fin pasó el tiempo y llegó el día en que nos iríamos a nuestra propia casa, las cosas le estaban yendo mejor a la familia, fue entonces cuando algunas de mis pertenencias desaparecieron, desesperados para que no faltara nada: todos mis pantalones habían desaparecido, buscaron en los tendederos, en los cajones de los abuelos y nada, obviamente me culpaban de no quererme ir y haber preparado todo un truco para retrasar la mudanza. Pero era totalmente falso.

     Después de un rato de búsqueda encontraron dos de mis pantalones tirados en el patio, precisamente en un hormiguero. En seguida de sacudir las hormigas, los guardaron en una bolsa y ya todo estaba listo para la mudanza. Sin embargo, todavía no acababa todo, el abuelo empezó a gritar desesperado porque el patio estaba ardiendo, cuando la mayoría nos asomamos vimos como si le hubieran rociado gasolina al pozo de las hormigas y el fuego seguía encendido en la tierra. Con una cubeta de agua se soluciono el problema y ahí si que no me culparon, puesto que todos habíamos estado en un mismo lugar.

     Una noche anterior yo había tenido una plática con mi extraño amigo, le comenté del cambio de casa y en esa platica tocamos el tema de que él no podía seguirme, pero yo seguiría siendo amigo de las hormigas puesto que las hormigas salen en todas partes. Le expliqué que nadie me creía de su existencia y él me dijo que los suyos tampoco creían la mía, pero habíamos sido amigos aunque nadie nos creyera.

 

Continuará…

 

Autor: Martín Guevara Treviño

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