Textos para el Alma: Vivamos con Asombro (parte IV)

Podemos reparar en que el comodín de «El misterio de los naipes» es un enano y es el niño eterno que nunca acaba de crecer del todo, que nunca deja de sorprenderse ante la vida. En este sentido, está emparentado con los grandes filósofos de la historia. 

En la antigua Grecia, Sócrates era el comodín de la baraja de su tiempo. (Cuando era muchacho, recorría el mercado de Atenas haciendo preguntas a la gente que se encontraba). Sócrates decía: «Atenas es como un caballo indolente, y yo soy el tábano que intenta devolverlo a la vida con su aguijón».

Si bien lo de Sócrates fue sólo un ejemplo, la cuestión es que todos llevamos un comodín dentro de nosotros. Esto también es un pensamiento socrático. Sócrates no tenía ningún «título» especial; sólo era partero. Del mismo modo en que las parteras ayudan durante el parto, él tenía la tarea de ayudar a la gente a «dar a luz» el pensamiento correcto y el conocimiento. No es ninguna novedad, pero el viejo simbolismo de la partera puede interpretarse como una doble metáfora: en realidad, es el niño que llevamos dentro el que debe nacer de nuevo.

El ser humano se ha enfrentado siempre una serie de grandes preguntas cuyas respuestas no estaban a su alcance. Mas ahora se presentas dos posibilidades: podemos engañarnos y aparentar que sabemos todo lo que vale la pena saber, o podemos cerrar los ojos a las grandes preguntas y renunciar de una vez por todas a avanzar. Sumado a esto, podríamos decir que la humanidad se divide en dos grupos: o somos engreídos y nos conformamos con lo que sabemos, somos indiferentes y nos conformamos con lo que no sabemos. Esto es como si dividiéramos la baraja en dos mitades, poniendo las cartas negras por un lado y las cartas rojas en otro. Pero, de vez en cuando, un comodín asoma del mazo, alguien que no es ni el corazón ni el diamante, ni espada ni basto.

Sócrates era el comodín en Atenas: no era ni engreído ni indiferente. Él sólo sabía que no sabía, y eso lo atormentaba. Por eso es que se hizo filósofo; alguien que no se entrega, que busca hasta el cansancio la idea, que no cesa de hacer y formularse nuevas preguntas.

La misión de la filosofía debe ser, a mi juicio, ponernos en estrecho contacto con «el comodín» que todos llevamos dentro. La filosofía debe sacudir el polvo al mundo para que lo podamos experimentar con la misma claridad que cuando éramos niños, antes de hacernos «mundanos», antes de comenzar a desmitificar el asombroso cuento de hadas que vivimos con sólo darle el nombre de «realidad».

Pero la esperanza no ha desaparecido…

Todos descendemos del comodín. En todos nosotros vive un niño asombrado, curioso y al que aún le gusta jugar. Aunque de vez en cuando nos sintamos un tanto triviales, llevamos no obstante una pequeña pepita de oro debajo de nuestra piel; hubo un tiempo en que éramos nuevos aquí…

(Continuará). 

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