Textos para el Alma: Lección del pasado

El crecimiento de la pobreza es, sin dudas, una de las mayores inquietudes de nuestros tiempos.

Diferentes hechos se acumulan  todos los días demostrando que la pobreza y la miseria va en constante aumento: la de un flujo migratorio de personas hacia territorios más prósperos, la de crecimiento de pueblos hambrientos en la mayor parte del planeta, la de miles de pobres afectados por distintas catástrofes en el mundo. ¿Así será todo este siglo?

Estas imágenes se construyen a partir de datos (informativos, demográficos, etc.), de hechos constatados y de previsiones que suscitan miedo. En estas representaciones mentales, en la insidiosa ansiedad que alimentan, se enraizan todas las formas, conscientes o no, de tentación: de encerrarse, de protegerse para estar seguro, del miedo al otro (sea quien fuere), tomar a un desconocido con mal aspecto como posible delincuente, desconfiar del pobre y el vagabundo… este último, con seguridad, es el más nocivo de todos los dilemas.

Ahora bien, para sopesar con serenidad como fue que surgió este problema que mina en profundidad nuestro sistema de valores y que debilita y envenena nuestra civilización, hay que dar vuelta atrás y mirar hacia el pasado. Por esto, se someterán en este texto algunos elementos sobre la evolución de la sociedad en la Europa de la Edad Media que pueden servir para que pensemos en el futuro.

Una serie de indicadores, apuntan que la natalidad en la Europa de hace mil años no era menos exuberante que la de hoy en los paíes del Tercer Mundo. Nada la limitaba, a no ser la castidad impuesta a un parcela considerable de la población masculina que había hecho votos de servir a Dios. Las prácticas abortivas y anticonceptivas no eran desconocidas pero su uso estaba extremadamente restringido y era severamente condenado por las instituciones religiosas.

Por otro lado, esa exuberancia se veía muy corregida por una mortalidad alta, más devastadora en las clases sociales bajas, y por olas periódicas de escasez de alimentos y epidemias. Teniendo en cuenta esa regulación natural, las tasas de crecimiento demográfico eran alrededor de 0,6% anual, es decir, muy por debajo de las que se verifican actualmente en los países más pobres.

Sin lugar a dudas, ese crecimiento moderado fue el principal factor de progreso material continuo que favoreció a la Europa de aquellos tiempos. Es posible afirmar, así, que todas las conquistas de la civilización europea (como el abandono del estado de salvajismo y el impulso de la ciencia) son frutos de aquel hecho.

Pero ¿Por qué fue un factor de progreso? Fue un factor de progreso porque se operaba con espacios donde la densidad de ocupación del suelo era pequeña, comparable a la de Africa negra actual. El aumento de la población encontraba donde difundirse fácilmente, y ahí está la principal diferencia con la situación que se vive hoy en día.

El capital del que podían disponer los hombres en aquellos tiempos se ofrecía de forma abundante: era la tierra. En medio de una economía esencialmente rural, en que la mano de obra constituía el agente más activo de la producción, el crecimiento determinó una extensión del espacio cultivable y el aumento de los rendimientos.

Claro que el número de bocas a alimentar también crecía, a veces con demasiada prisa, y de ahí los bruscos movimientos reguladores que surgían denominados los períodos de hambre.

(Continuará).

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