Presagio (parte IX)

(Se encontraba incómodo, así que deseó que terminara la situación. Cuando se reunió con su padre después de la sesión, una sonrisa de satisfacción escapó a su boca).

Sin haber dictado sentencia, el juicio fue finalmente aplazado para la semana siguiente. El abogado Ruiz, contratado por Arnaldo, buscó la posibilidad de encontrar un grupo de rock en el que figurara el nombre de Esteban como guitarrista, pero no encontró ninguno. Comenzaban entonces las sospechas por parte del abogado hacia el guitarrista.

—No aparece en ningún programa de ninguna sala de fiestas, ni en ningún proyecto de gira, ni en casas discográficas, nada. No parece existir ese grupo –informaba el abogado.

—¿Qué experiencia profesional indicaba en el currículum? —quiso saber Eduardo, que ya se había metido de lleno en la investigación, sin que nadie lo requiriera.

—Enuncia que ha trabajado de dependiente en supermercados, de repartidor de pizzas, de camarero en un catering, y de cartero –confirmó Ruiz leyendo el documento.

La palabra cartero resonó en los oídos del chico. La misma mañana del día en el que su madre murió, había recibido la carta de su ex novio. Se suponía que esa carta había sido escrita por otra persona, otra persona que sabía falsificar documentos manualmente, según pudo comprobar la misma noche en base al manuscrito de su madre. Si la carta la había escrito Míchel, era demasiado pronto para que llegara a su destino, ya que Míchel vivía a dos pueblos de distancia. Lo único que encajaba era que la carta la hubiera escrito Esteban y que hubiera ido a entregarla en mano diciendo que era certificada. Así todo era más sencillo y todo apuntaba a que el cartero era el tipo al que andaban buscando.

—Creo que ya lo tengo —dijo Eduardo pensativo. Se frotó las mejillas, cosa que hacía cada vez que estaba pensando, como para tratar de concentrarse, y miró al abogado. Enseguida tomaron el coche y fueron hacia la oficina de Correos.

Allí consultaron la posibilidad de que hubiera un empleado con esos datos, y le confirmaron que era cierto. El señor Ruiz consiguió un documento escrito donde el secretario de la oficina afirmaba, bajo firma y documento de identidad, que había un empleado con esos datos.

A la semana siguiente, en el juicio, Edu estaba nervioso porque sabía que iban a ganar definitivamente y que iban a encerrar a Esteban.

—Señoría, tengo en posesión un documento escrito en el que un empleado de Correos afirma que tiene un compañero con el nombre de Esteban Suárez Montero, de veintiséis años de edad, nacido en las Islas Canarias, y que lleva trabajando allí dos años –hizo una pausa antes de continuar–. A voz en grito nos ha dicho que no está para nada contento con su sueldo, y que no le extraña que el señor Esteban tampoco lo esté, sobre todo después de deber a sus padres las fianzas de dos detenciones anteriores, correspondientes a dos atracos, uno de ellos con una baja, información que nuestro compañero de investigación don Juan Balada, inspector jefe de homicidios, nos ha proporcionado y que tengo aquí en otro documento firmado por el mismo –terminó Ruiz, enseñando el escrito.

Se hizo un silencio aterrador en toda la sala. Nadie emitió sonido alguno hasta que se escucharon los sollozos de Esteban. Las lágrimas le empapaban el rostro cuando se dictó sentencia.

(Continuará…)

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