Miedo escénico

El lugar estaba repleto al mismo tiempo que vacío. Parecía que no había una mosca a su alrededor, y sin embargo, sabía que en cuanto diera tres pasos, tres minúsculos e insignificantes pasos hacia arriba por la escalerilla, el sonido de los rumores llenaría la sala.

—¿Voy a tener que subir ahí?

—Harás el inútil si no lo haces. Venga, tú puedes hacerlo, y debes. Tienes que subir ahí y comértelos a todos con tu arte.

—No podré, estoy seguro. No estaré a la altura. Los otros eran mejores que yo.

—Claro que podrás. Mírate las manos: están calientes, movibles, despiertas, en acción. Te van a sacar de este asunto más pronto de lo que crees. Sube.

—No… no puedo…

—¡Sube! Te arrepentirás luego si no lo haces. Sube. Venga.

Esperaban ansiosos todos los que estaban allí. Tenían que ver al chico sentarse en la banqueta para aplaudir con fuerzas. Algunos intentarían aplaudir más fuertes para darle ánimos, otros intentarían aplaudir más fuerte para ponerlo nervioso, pero todos iban a aplaudir, fuera por lo que fuera. Pero el chico no se atrevía.

—Vamos, chico, que no tenemos todo el día. Concéntrate. Piensa que no hay nadie más.

—Pero si no hay nadie más, ¿para qué voy a subir ahí? Es inútil, ¿no es así?

—Sube. Olvídate de los demás. Eres el alma de la fiesta en este momento. Tienes que servir a tu público. Ánimo. Sube y toca. Toca lo mejor que puedas. Te lo agradecerás.

Concienciado de que el momento tenía que llegar, el chaval subió al escenario dando tres rápidos pasos nerviosos y se sentó en la banqueta, temblando, sin saber qué ocurriría en unos segundos, y mucho menos dentro de tres minutos. Mientras, el público aplaudía con fuerzas. El sonido de los aplausos motivó al chico, pero los nervios lo frenaban, lo echaban hacia atrás en el corto camino que debía recorrer para apagar los aplausos automáticamente. El camino no terminaba y los aplausos no tuvieron más remedio que cesar hasta, poco a poco, ir apagándose, en un tiempo que le pareció fugaz.

Estaba nervioso, pero tenía que poder con la situación. No había más que hacer. Se colocó en la banqueta cómodamente, tomó aire y miró con desafío al piano. Sin volver a pensar nada –el mejor remedio–, levantó las manos y comenzó a tocar.

1 comentario en «Miedo escénico»

Deja un comentario