Manuel Vicent – León de ojos verdes

Manuel Vicent nació en Villavieja, Castellón, en 1936. Estudió Derecho y Filosofía en la Universidad de Valencia, y Periodismo en la Escuela Oficial después de trasladarse a la capital. Colaboró en varias revistas hasta alcanzar su puesto actual como columnista político en El País. Su obra comprende desde novelas hasta libros de viajes, desde biografías hasta colecciones de artículos periodísticos. Dos de sus novelas, Tranvía a la Malvarrosa y Son de mar, han sido llevadas al cine por José Luis García Sánchez y Bigas Luna, respectivamente. Ha sido galardonado con el Premio Alfaguara de Novela por su Son de mar en 1999 y con el Premio Nadal por La balada de Caín (1987), premio del que había sido finalista con El anarquista coronado de adelfas en 1979. Manuel Vicent compagina la labor de escritor y periodista con una de sus pasiones más conocidas: galerista de arte.

En su última novela, León de ojos verdes, publicada por la editorial Alfaguara en 2008, nos retrata el verano de 1953 en el hotel Voramar, que en la Guerra Civil había sido un hospital de sangre de las Brigadas Internacionales con el nombre de hospital General Miaja. Situado en las villas de Benicasim, provincia de Castellón, el hotel hospeda, entre otros, al propio autor de joven, que narra la historia en primera persona, reflexiona sobre la narración y empieza a hacer sus pinitos como escritor, contando la historia de algunos de los huéspedes del hotel con los que habla. Ayudado por el doctor Aymerich, un sesentón de melena blanca aleonada, que le da consejos como si se siguiera el tópico del puer-senex, el autor-narrador escribe pequeños relatos que conforman algunos de los capítulos dedicados a narrar anécdotas de los demás personajes. Es, en definitiva, el aprendizaje del joven escritor durante el verano de 1953 en un hotel donde se está rodando una película.

La prosa de Manuel Vicent está llena de equilibrio. Alterna las frases cortas con periodos más largos y cuida la estructura de los párrafos. Se nota que es mejor escribir una novela de doscientas páginas bien escritas que una de 500 páginas cargadas de repeticiones y vueltas a un argumento. No obstante, en algún momento se le nota la preferencia por oraciones algo más largas que no funcionan demasiado bien. Con todo, la narración está llena de pinceladas poéticas y de un ritmo constante, muy constante, que convierte una novela de esa extensión en una experiencia muy agradable.

El lenguaje es muy sencillo y la configuración de los personajes se hace mediante breves trazos que caracterizan sus rasgos principales de físico y personalidad, para luego describirlos mediante sus actos. Abunda la narración, más que el diálogo, si bien hay escenas donde el diálogo es lo más importante porque termina de definir a los personajes. Todo esto, pues, conlleva un equilibrio que implica una cómoda lectura.

Así pues, es una lectura que, creo, no defraudará al lector que se enfrente por primera vez a la obra de Manuel Vicent. Se tarda muy poco en leer y deja un buen sabor de boca.

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