Conducía incontrolable, huyendo de aquel desconocido. Temblaba de nervios y sudaba de temor, transitando por la enorme ciudad con incertidumbre, su vida cada vez se tornaba más inestable, que de seguir así, estaba segura que iría a parar a una clínica de salud mental. Llega al estacionamiento de la universidad, detiene su automóvil y sale a toda prisa de el, entrando a las instalaciones donde se encuentra con Susana, su bella amiga, de pelo oscuro, rostro afilado en su tez blanca, que observa el nerviosismo de Cindi.
– ¿Qué sucede, Cindi?
– ¡Me siguen! –dice desesperada- ¡Está loco!
– Calma, calma ya. –tranquiliza
– Es que si hubieras visto –insiste Cindi- Su expresión era tan diabólica. Y me llamaba hermana.
– Tranquilízate, ya pasó.
– Dios mío. –suspira- Ya no aguanto más tanta confusión.
– Amiga. Tu hermana te ha pesado mucho, pero comprende que ya está muerta. Vive tu vida o acabaras enferma.
Al instante suena el timbre de clases y sin decir nada, Susana se retira a pasos lentos, pero se detiene al escuchar la tranquila voz de Cindi.
– Susy. –Susana se vuelve hacia su amiga- Gracias.
Cindi sonríe, tranquila a su amiga.
* * *
La puerta de la residencia Lafontaine se abre en forma brusca. Cindi penetra cerrando con fuerza; corre al despacho y entra. Con rapidez deja las llaves prohibidas en el llavero de la pared, guardando el duplicado en su puño. Sale a toda prisa del despacho subiendo a su recamara poniendo el seguro en la puerta por el interior. Se deja caer exhausta sobre la cama, quita sus gafas dejándolas caer hacia la alfombra. Cierra los ojos y se tranquiliza. Unos segundos dura su relajación cuando de manera violenta escucha que llaman a su puerta. Se sienta sobre la cama con temor con la vista clavada en la puerta.
Autor: Martín Guevara Treviño
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