Lluvia

Aquel día amaneció lloviendo y Joaquín Cansado no pudo contener la emoción. Llevaba semanas sin hacerlo, y por fin estaba lloviendo.Joaquín era un escritor bastante huraño. No le gustaba mezclarse con la gente, a sí que los únicos momentos en los que pisaba la calle, era en aquellos días en el que la lluvia dejaba a la ciudad desierta. Aquella mañana salio de su apartamento con una gran sonrisa en el rostro y caminó hacia un banco situado frente al mar. Aquel banco habia sido testigo de numerosas tardes de lluvia, siempre con Joaquín sentado sobre sus lomos. Pero esa mañana algo era distinto. Joaquín no pudo disimular la desilusión que sufrió al ver a otro hombre sentado en su banco. No había más bancos cerca. Pero como hacia semanas que no salía a la calle, decidió hacer una excepción y compartir el banco con aquel extraño individuo. Se acercó lentamente hasta posarse a su lado. Aquel tipo vestía un sombrero de fedora y un gabán de formas indescriptibles. No dijo nada, se sentó y le observó atentamente. Su rostro no parecía conocer los dientes del tiempo, aunque tampoco se atrevió a calificarlo de joven. Fumaba un cigarrillo sin inmutarse, de tal forma que la lluvia no conseguía apagarlo. El humo salía de sus labios de una forma suave, sin alterarse y entonces, aquel hombre decidió hablar. 

— ¡Buenas tardes! Veo que no soy el único que le gusta pasear bajo la lluvia-Su voz, al igual que su forma de fumar, era tranquila y delicada.

— Eso mismo pienso yo. ¿Es usted de aquí?

— Es difícil saber de donde viene uno. Este mundo es algo bastante complicado como para poder situarse en un lugar concreto. Las ciudades cambian, al igual que las personas que habitan en ellas. Se podría decir que una persona nunca vive en el mismo lugar, pues con el paso del tiempo, ni la persona ni el lugar son los mismos.

— Nunca me lo había planteado así. La verdad es que usted tiene toda la razón.

— Yo no tengo razón. Nadie la tiene, cuando uno piensa que tiene la razón siempre hay alguien que no la tiene. No somos nadie para juzgar quien tiene o no razón. Usted se siente identificado con mis palabras, pero eso no significa que yo tenga la razón. A parte, esas palabras tampoco son mías. Pertenecen a Heraclito.

— Vale, entonces le diré que si me siento identificado con su idea. ¿A qué se dedica?

— A muchas cosas, nunca me gustó dedicarme a una sola cosa. El que tiene un trabajo, le guste o no, acaba convirtiéndolo en algo monótono. Algo que su mente se acostumbra a hacer y al final, ésta se corrompe y su cuerpo se limita a realizar sistemáticamente algo por lo que ha sido educado. Yo prefiero mantener limpia la mente y por ello nunca pertenecí a un oficio en concreto.

— Yo soy escritor, y me gusta.

— Al admitirlo, usted me demuestra que su mente ya está corrompida. Usted siente satisfacción, ya que al escribir  se siente seguro, se dedica a realizar un acto en el que su cerebro ha sido educado. Aunque si le soy sincero, hubo una época en la que yo también fui escritor. Me sentía muy bien al poder expresar ideas con la misma libertad que las pensaba. Fue uno de los trabajos en los que mejor me sentí, pero un día descubrí que realmente me gustaba, y ese día fue cuando decidí no volver a hacerlo.

— ¿Publicó alguna vez algo?

— Sí, incluso hubo quien me consideró uno de los mejores escritores de este siglo. La palabra “Mejor” es algo muy serio como para decirlo a la ligera, y aun hay personas que se disputan mis obras, tanto para alabarlas como para dilapidarlas. ¿Ha leído usted a Neruda?

— Por supuesto.

— En ese caso, usted conocerá un poema suyo llamado “Oda a la Crítica”. En ese poema, Pablo Neruda explica que no importa cual sean las ideas que muestres en tus escritos, ya que siempre habrá alguien que se dedique a disputarte tu obra y clasificarla como buena o mala. Pero lo realmente importante en un escrito, no es el impacto que tenga sobre los “Supuestos entendidos en la materia” si no que a la gente de apie, la gente a la que de verdad va destinada su obra, le cale de una forma u otra, independientemente de que sea buena o mala.

— Eso está bien, pero los críticos tienen un gran poder sobre las obras. Una buena crítica siempre te ayudará a llegar a mucha más gente.

— Estoy de acuerdo. Pero nunca he conocido a una persona con el suficiente poder para calificar una obra de buena o mala, y que su decisión abra o cierre las puertas a las ideas de una persona. Los críticos es algo que sobra en este mundo como tantas otras cosas. 

La lluvia empezó a amainar. Joaquín estaba fascinado por la conversación que ofrecía aquel hombre. Nunca había escuchado a nadie hablar de aquella manera. Sin prejuicios y con una sabiduría que escapaba a lo natural. Estaba disfrutando como jamás lo había hecho. Entonces comprendió que aquella persona no era de este mundo.

— La tormenta está llegando a su fin. −Dijo con la misma pasividad que había mantenido todo el tiempo- Será mejor que me marche antes de que las calles vuelan a llenarse de gente.

— Está bien, ¿volverá usted mañana a este banco? −Dijo Joaquín con la esperanza de volverlo a ver.

— Eso es algo que nunca se sabe. El hecho de poner tiempo a nuestra vida es algo inverosímil. La vida sigue su curso, con sus cambios y sus quehaceres. Ella no entiende de relojes ni calendarios. Yo no puedo asegurarle que volveré a este lugar. Quizás el destino vuelva a unirnos como ha hecho esta tarde, o tal vez esta sea la última vez que nos veamos. Mañana usted podrá venir aquí, pero como le he dicho antes, ni usted, ni yo, ni este banco, seremos los mismos.

— En tal caso, si no volvemos a vernos ha sido un placer conocerle, mi nombre es Joaquín. ¿Usted como se llama?

— No se empeñe en ponerme nombre. ¿De qué serviría? Usted no me buscará por mi nombre, tan solo lo hará por que le resulta interesante mi conversación o quizás para no estar solo. Nadie debería tener nombre, no fuimos creados para tenerlo. Eso es solo una invención del ser humano para facilitar las cosas, al igual que los relojes y el calendario. Aunque sería injusto que me fuera de aquí sabiendo su nombre y sin que usted sepa el mio. Me llamo Jorge Luis. 

Sin decir nada más, se levantó y empezó a caminar junto al puerto. El sol brillaba con fuerza diluyéndose en los charcos de la calle. Joaquín siguió con la mirada a Jorge Luis, hasta que su figura se materializó con el horizonte y desapareció para siempre. Joaquín sentía una rabia contenida por aquella conversación. Todo en lo que había creído durante años ahora se volvía contra él en forma de mil cuchillos. Se podría decir que aquella conversación le había cambiado la vida, o de alguna forma, todos sus pensamientos habían quedado patas arriba. Aquel hombre, del que nunca había tenido noticias, había abierto su mente para él en una incierta tarde de lluvia. Ahora le resultaba familiar su rostro, su voz, su forma de fumar y de moverse, incluso la forma que tuvo de desaparecer en el horizonte. Es como si lo hubiera conocido de toda la vida, o tal vez, solo fue otra ensoñación de la lluvia. El caso es que nunca sabrá con certeza lo que realmente ocurrió en ese banco.Las calles comenzaron a llenarse de gente. Personas que al acabar la tormenta abandonaron sus casas lanzándose a un mundo que ellos consideraban seguro, hasta que volviera a llover. Entonces Joaquín volvió de nuevo a su casa. No soportaba estar rodeado de gente, le agobiaba. Caminó cuesta arriba con la única esperanza de llegar pronto a casa y de que el destino volviera a unirle a aquel extraño individuo. Cuando tan solo faltaba una manzana para llegar a casa, Joaquín se detuvo ante el escaparate de una librería. No podía creer lo que estaba viendo. En uno de los libros estaba la foto de aquel personaje. Entonces comprendió que nunca olvidaría aquella tarde de lluvia, pues fue la tarde que conoció a Jorge Luis Borges. 

2 comentarios en «Lluvia»

  1. Muchas gracias Joaquín. Este tipo de comentarios son los que me animar a seguir adelante. No te conozco mucho pero espero seguir hablando contigo.

    Un gran saludo y mil gracias.

    sol de infancia.

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