Gonzalo Hidalgo Bayal – El espíritu áspero

Gonzalo Hidalgo Bayal nació en Higuera de Albalat (Cáceres) en 1950. Es licenciado en filología románica y en ciencias de la imagen por la Universidad Complutense de Madrid. En la actualidad enseña literatura en un instituto de Plasencia. Autor que ha cultivado varios géneros literarios, tiene entre sus títulos el de Certidumbre de invierno (poesía, 1986), Mísera fue, señora, la osadía (novela, 1988), Campo de amapolas blancas (novela corta, 1997) y Camino de Jotán. La razón narrativa de Ferlosio (ensayo, 1994), entre otros. Su última novela, El espíritu áspero, fue publicada en 2009 por la editorial Tusquets en su Colección Andanzas y galardonada con el Premio Qwerty a la mejor novela en castellano de 2009. Además, el autor ha recibido el premio Avuelapluma por su trayectoria literaria.

El espíritu áspero cuenta la vida de don Gumersindo, un viejo catedrático de latín de enseñanza media que el día de su jubilación recibe una placa conmemorativa y una pluma estilográfica, y un regalo que han acordado hacer entre sus alumnos, compañeros de trabajo y amigos: homenajearlo con un libro. Mientras se escribe dicho libro homenaje, el narrador se da cuenta de que don Gumersindo ya ha escrito su autobiografía en 237 folios. Con ese testimonio escrito y entrevistas hechas con el profesor, el narrador recorrerá la vida de don Gumersindo desde su infancia en Casas del Juglar, pasando por su adolescencia en el internado hervaciano de Murania, luego por su juventud universitaria en Madrid y finalmente por su madurez en un instituto de Murania como profesor de latín. Las peripecias con sus amigos de infancia, la aparición de Pedro Cabañuelas, un forajido que llega a Casas del Juglar de la nada y empieza a ascender socialmente, la adolescencia copiando la conjugación latina a diario con el p.h. Celestino, la juventud en el café Anteneo y en la universidad con su triángulo de amistades, los problemas durante la posguerra y su trabajo en el instituto de educación secundaria de Murania, todo esto da vida a un extenso relato cargado de emociones, reflexiones y la cotidianeidad de una persona normal y corriente.

El estilo literario de esta novela es algo muy complejo que analizaremos en estos días. Baste decir que el autor escribe periodos bastante largos, cargados de subordinación y adjetivos (demasiados adjetivos, quizás), con una gran riqueza lingüística, un alto dominio de la lengua. Entre esas frases siempre cabe encontrar algo interesante: por cómo se dice, por qué dice o por las reflexiones que suscitan determinadas palabras, merece la pena leer muy despacio cada página. Además, incita a ello la brevedad de los capítulos: en 556 páginas hay 262 capítulos, de manera que hace falta ser muy breves para ocupar tamaño número. Esa brevedad implica que las escenas se sucedan rápidamente de un capítulo a otro, o de un párrafo a otro que viene a ser lo mismo en este caso, y por eso merece la pena leer con tranquilidad cada palabra sin que el lector se canse.

Así pues, es una buena novela cuya lectura recomiendo encarecidamente por muchos motivos: por la profundidad de muchas de sus reflexiones, sobre todo en lo que respecta a la lengua y a la creación literaria, por un personaje muy bien perfilado y entrañable como una persona, y por una prosa añeja que atrapa desde la primera página. Si no consigue atrapar en las primeras, eso sí es verdad, el lector no soportará las 500 restantes.

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