El viaje de Saramago (parte 2)

La vida de Saramago está marcada por su aldea natal, el pequeño pueblo de Azinhaga, y por sus abuelos maternos, gente ruda y sacrificada como su abuela Josefa, que tenía pena de irse de la vida sólo porque el mundo era bonito, personas como su abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, que al presentir la muerte, se despidió de los árboles de su huerto abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver.

Hace unos meses se encontró la cama de sus abuelos, donde a veces los dos viejos tenían que dormir con los lechones que criaban para que no murieran de frío. Años después, escribiendo sobre sus abuelos, Saramago toma conciencia de que está transformando a personas sencillas en personajes literarios, y que esa es la manera de no olvidarlos.

—De un abuelo, y de una abuela, capaces de decir que el mundo es tan bonito, y yo siento mucho tener que morir, dan tantas ganas de decir que tenía que salir un escritor. De alguna forma, yo he tratado de hacer lo que quizá, en otras circunstancias, bueno, en fin, igual estoy soñando un poco, en otras circunstancias quizá ellos pudieron hacerlo.

Letra a letra, página a página, Saramago se fue haciendo a sí mismo con los personajes que ha creado. Sin ellos, dice, su vida no hubiese logrado ser más que un esbozo impreciso, una promesa que de promesa no consiguió pasar, la existencia de alguien que tal vez pudiese haber sido y no llegó a ser.

 

Tener unos abuelos así, que no quieren despedirse de la vida porque la aman, que no quieren despedirse de su entorno porque les parece digno de ser querido y alabado, supone para el ingenioso escritor llegar a convertirse en lo que es hoy en día. Creo que muchos deberíamos tomar ese ejemplo y transformar personas sencillas, gente que envuelve nuestras vidas de una manera cotidiana y simple, en personajes literarios, en protagonistas de relatos y novelas, provocando así que el olvido no se apodere de ellos. Algún día, supongo, también buscaré inspiración en algún familiar al que nunca querré olvidar, y hay muchos para hacer ese tipo de trabajos.

Es posible que de esa manera logremos encontrar en aquellas personas simples y reales que habremos de transformar en personajes ficticios, protagonistas de una historia completamente inventada, con una personalidad o algún rasgo caracterizador que se asemeje en todos los sentidos a la persona real en quien están inspirados, de esa manera, decía, quizá logremos encontrar en ellas algo que en estos momentos no somos capaces de ver. Quizá, después de hacer que nuestro primo lejano con el que nunca hemos tenido demasiada relación sea el protagonista de una novela, consigamos que permanezca en nuestra memoria y en nuestro corazón como un dato imprescindible en nuestra vida. Sorprendente es, por tanto, la forma en que José Saramago ha llegado a ser lo que es, gracias a esos personajes reales que él convirtió en legendarios.

Recuerdos como ese hay muy pocos, y son muy difíciles de hallar.

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