El Diario (12ª parte).

Ana dejó caer sus nalgas, marcadas notablemente a través de sus pantaloncitos cortos, en el sofá, echando una ojeada a la televisión, así como a todo su alrededor, al salón en su totalidad, como queriendo encontrar algo en él, pero lo único interesante que encontró fue la mirada de Johann chocándose con la suya. Éste estaba pasmado ante lo que acababa de ver, no por lo del tipo que acababa de ver frente a su casa en el coche, sino por el trasero de su amiga moviéndose con los pocos pasos que había tenido que dar la muchacha para llegar al sofá. Ya días anteriores, meses anteriores, incluso años en ocasiones, se había fijado en la figura de su mejor amiga, pero nunca había caído en la cuenta de que su compañera tenía tal trasero, tal vez porque nunca había sentido por ella nada más que amistad. Siempre había estado enamorado de una chica morena, más bien huesuda, sin caderas ni nalgas como las de Ana, sin curvas como las de Ana. Siempre había estado enamorado de lo que en su instituto llamaban “chicas normales”, lo que comúnmente se llama “del montón”. Pero en ese momento había visto lo que en ocasiones anteriores no había conseguido apreciar de su amiga.

–Ven aquí, Johann, siéntate conmigo –Ana estaba mirando a su amigo, viendo que éste estaba pasmado, sin moverse ni emitir sonido alguno con su boca. Dio unos golpecitos con su mano derecha en el cojín del sofá para indicar a Johann que se acercara y se sentara junto a ella. Al parecer, querría contarle algo, querría conversar con él. Por otra parte, hacía tiempo que no se veían, y es normal en los amigos que se echen de menos de esa manera, que quieran sentarse juntos a conversar, sobre todo si se trata de un amigo y una amiga, y no de dos amigos; éstos, en cambio, quedarían para jugar al fútbol, aunque Johann no era muy partidario de hacer eso; quizá por ello había parecido siempre extraño a los ojos de sus compañeros de clase.

Johann caminó lentamente, con trabajo, hacia el sofá y se sentó junto a la joven. Ésta dio unos saltitos propios de las chicas de su edad, el saltito o conjunto de saltitos seguidos que suelen dar cuando alguien cumple lo que ellas quieren que cumpla. Se giró hacia él y comenzó a hablar.

–Te noto extraño últimamente, Johann, he notado que hablas poco en clase, te he visto más distraído que de costumbre en clase. Mira que en clase de filosofía siempre estás adormilado, aunque dices que te gusta. Pero no es normal, te he visto suspender exámenes, hacía tiempo que no te ocurría algo así, y la última vez que te ocurrió, según recuerdo ahora, fue cuando te peleaste con ese cretino de Armando. –su amiga parecía realmente lanzada a conversar, lanzada a instruirle a que corrigiera su conducta, cuando realmente, a opinión de Johann, era ella quien debía cambiar su actitud frente a todo.

–Ya te dije que yo no empecé esa pelea –era verdad, Johann no trataba de defenderse del sermón de su amiga, era verdad que él no había empezado la pelea. Armando Montero, un compañero de clase, le había amenazado con romperle la cara a puñetazos si se atrevía a mirar de nuevo a su novia. La novia de aquél no era gran cosa a los ojos de Johann, pero la chica le caía bien y hablaban de vez en cuando, sobre todo después de los exámenes, pues era de las pocas compañeras de clase con las que podía hablar tranquilamente, pero en ese momento esa tranquilidad se esfumó en un instante. Johann no vio otro remedio ante tal situación que seguirle la corriente al bruto de Armando, pero éste parecía buscar pelea y le empujó. Johann no podía contener su ira por esos momentos, y atacó. No hubo mucha movida, en pocos golpetazos se terminó la pelea. Armando terminó con un ojo morado y Johann con una herida en el labio superior, cuyo dolor fue insoportable una vez que se hubo enfriado.

–Ya sé que tú no empezaste la pelea, no quiero hablar de ese tema, ya quedó zanjado, te dije que no quería que te peleases con nadie, hicimos un trato ¿recuerdas? A lo que me refiero es a que en aquellos momentos, por el motivo que fuera, dejaste de estudiar durante un tiempo y suspendiste varios exámenes parciales, no quiero que te vuelva a ocurrir. De hecho, ya te ha ocurrido, has suspendido latín, no quiero verte suspender filosofía. Recuerda que tenemos el examen dentro de una semana. –Ana parecía preocupada, pero al mismo tiempo parecía estar intentando romper el hielo. No fue el hielo lo que rompió.

La situación se hizo extraña a medida que pasaba el tiempo. Pasaron de hablar de estudios y de sermones por parte de Ana hacia Johann, a hablar de televisión, hasta terminar hablando incluso de amor. Hablaron de las series televisivas que daban por las tardes de lunes a viernes y que luego repetían durante toda la mañana del sábado en los canales extraños que conoce poca gente, como era el caso de la teleserie que estaba viendo Johann cuando su amiga llamó a su casa. Hablaron de los programas de la prensa rosa, en los que un periodista, muy entre comillas en vista de Johann, perseguía a un famoso para que le cuente sus intimidades, esas intimidades que no interesan a nadie más que a sí mismo. Los temas de conversaciones se sucedieron uno detrás de otro hasta llegar a un tema que siempre había sido tabú para la joven y que, curiosamente, en ese momento había convertido en el centro de la conversación ella misma. Le contó a su amigo que no sabía el motivo que le había llevado a su casa a contarle lo que le iba a contar, pero que había ido allí para contarle aquello.

–Llevo varios días queriendo decírtelo, Johann, pero nunca he encontrado el momento, como te veía tan ausente en clase… y como no es algo que se pueda contar en cinco minutos mientras los profesores no miran… y como no nos vemos por las tardes… en fin, no te lo podía decir, pero ahora estoy aquí y no me voy a ir sin decírtelo. –la cara de Ana había cambiado a medida que habían ido cambiando de tema, posiblemente, porque su vergüenza iba cada vez aumentando por saber que se acercaba el momento de decirle algo muy importante a su amigo.

Johann, por su parte, estaba más nervioso aún, pues nunca había pensado en si realmente lo que sentía por su amiga era amor, pero no se podía creer que fuera eso lo que la chica le iba a contar. De hecho, no lo creía, porque sabía que su mejor amiga suspiraba por otro chico, posiblemente, uno de esos impresentables, como llamaba Johann a los que andan con las piernas entreabiertas porque se les caen los vaqueros y dejan ver el letrero de Calvin Klein que marcaban sus boxes. Su amiga no se lo había contado, su mejor amiga, la chica hacia la que Johann tenía una profunda confianza no le había contado que le gustaba un impresentable.

Pero lo que le contó no se parecía en nada a lo que él pensaba.

–Johann, creo…creo que… –le costaba articular las palabras, y sentía su corazón latir cada vez con más fuerza y velocidad–. Creo que me estoy… enamorando.

El muchacho no podía creer lo que estaba oyendo. Nunca había hablado con ella de amor. Nunca la había escuchado decir que estaba enamorada, siempre, realmente, había notado en ella algo extraño hacia diferentes chicos, pero nunca le había confesado que le gustaba ninguno de ellos. Son simpáticos, decía, son guapos, atractivos, pero no me gustan, no estoy enamorada, Johann. Pero entonces le estaba confesando que sí, que realmente estaba enamorada. En aquellos momentos, sobre el sofá de su propia casa, Ana estaba revelando sus sentimientos hacia su mejor amigo. Pero el peor momento para Johann llegó justo después de pensar esto, cuando, en medio de un silencio que llenaba todo el salón (habían apagado la televisión momentos antes de aquella confesión), su amiga, la rubia que estaba sentada junto a él con unos pantalones vaqueros cortos y, sobre todo, apretados, dijo desde su más sincera timidez:

–Johann, me gustas.

2 comentarios en «El Diario (12ª parte).»

  1. Hola Jorge.
    Me alegra de volverte a leer. Hacía tiempo que no te veía por aquí.
    En fin, ya tenía ganas de seguir leyendo «El diario».
    Animo, seguiremos leyéndonos.
    Un saludo.

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