El diario (1ª parte)

“Hoy me he dispuesto a escribir algo que fuera a divertir a la gente, pero al tomar la pluma y el papel nada más que esto se me ha ocurrido. Me he dispuesto a escribir un relato de amor o humor y ha terminado por venirme a la cabeza este tema tan amargo.”

Así empezaba el libro que Johann encontró bajo la pata del sofá. Alguien lo utilizaba como equilibrador para que el sofá no estuviese cojo. No debe de ser un gran libro, o no debe de tenerle mucho cariño cuando estaba situado en tal lugar con tal finalidad, pensó el joven con el rostro enarcado por la curiosidad que sentía de pensar el motivo por el que un artilugio así hubiese llegado a estar bajo el sofá con el único pretexto de equilibrar las patas para que éste no se tambalease. Quizá no sea ése el único pretexto que tuvieron al colocarlo aquí, siguió pensando el chico.

Se sentó en el sofá, que, efectivamente, volvía a sufrir una pronunciada cojera, y se dispuso a seguir leyendo las páginas de aquel libro, amarillas de tanta antigüedad que tenían, casi rotas por el peso del sofá sobre ellas, estropeadas por llevar tanto tiempo sin abrirse el libro. La caligrafía era de una joven, no sabía de qué edad, pero tenía pinta de ser una adolescente por la forma de redondear la a, por la forma de trazar el punto de las íes, por la forma de expresarse, por el arte que tenía para no torcerse mientras escribía con una pluma –era difícil aquello, sobre todo si se trataba de un diario como se trataba entonces–. Su contenido era, como bien había dicho en el primer párrafo, amargo, muy amargo. Trataba sobre una mujer que debía de estar sometida a los maltratos de su esposo, por la forma como lo relataba la joven –en un momento llegó a leer el nombre de la chica escrito en una de las frases, simulando que su madre le estaba hablando y contando sus pesares: se llamaba Amanda la pequeña que estaba sufriendo con su madre el acoso del padre, uno de los más cabrones que siquiera Johann hubiera conocido–.

Este relato me da escalofríos, pensaba Johann, pero no puedo dejar de leerlo, necesito terminar, saber qué pasa con la chica. Quizá eso, pensó, me lleve a averiguar el porqué de su situación tan triste –debajo de un sofá nadie puede sentirse alegre, ni siquiera un libro viejo, a pesar de no tener sentimientos menos en las páginas, pues aquéllas sí que mostraban una tremenda tristeza por parte de Amanda, si es que así realmente se llamaba–.

Cuando llevaba leídas veinte páginas, ya se había enterado de la situación en la que vivía Amanda: su padre era un borracho, un obrero más de aquellos que sólo hacía protestar por un aumento de sueldo, y como no tenía dinero para irse de putas no le quedaba más remedio que acosar a su esposa. Amanda, por su parte, tenía que someterse a tales torturas, tanto de vista como de sensación, pues en cuanto terminaba con su madre se dirigía a ella, susurrándole siempre al oído: “ya sabes, ahora te toca a ti. Sólo tienes que esperar a que mi polla se recupere para que te pueda dar placer”. La pobre Amanda debía de tener unos trece años por aquellos tiempos, y ni esas palabras excitan a una chica de trece años, ni esos actos son aptos para tal edad. Pero su padre no se cortaba un pelo: atacaba.

Rápidamente el joven se levantó del sofá de un salto que casi hace que rompiese la preciosa mesa de cristal que tenía ante sí. Su madre la había comprado con la paga de varios meses –ella era limpiadora en las casas de los ricos, pero a pesar de todo cobraba una verdadera miseria–. Corrió a por el teléfono y marcó el número de su madre.
“Llamando a Marta” decía el teléfono móvil. A pesar de todo, el joven era capaz de someter a sus padres a la inmensa presión de tener que ahorrar dinero para comprarle un teléfono móvil, cuyos gastos también correrían de su cuenta, independientemente de las llamadas que realizara Johann. Los tonos fueron sonando hasta que casi llegando al quinto una voz sonó al otro lado de la línea.

–¿Sí?

–Mamá, soy yo, Johann.

–¿Qué te pasa? ¿Estás enfermo? Ahora voy hacia allá. Termino de limpiar el váter y voy a casa.

–No, no es necesario, estoy bien. Sólo quería hacerte una pregunta. ¿Qué es ese libro que está bajo el sofá? Lo he cogido por curiosidad para ver qué decía y habla de una tal Amanda. ¿De qué se trata? Tiene buena pinta para leerlo.

El teléfono emitió un pitido largo, síntoma de que su madre había colgado…

Deja un comentario