Diosa de Papel (XXVII Cerca del infierno)

Diosa de Papel (XXVII Cerca del Infierno)
Diosa de Papel (XXVII Cerca del Infierno)

 

 

 

Miran hacia todos lados, entre las bancas, las imágenes de santos, no encuentran al sacerdote. Un ruido de campanas se escucha levemente, voltean hacia arriba, corren los tres hacia las escaleras que conducen al campanario. La ansiedad dominaba a los tres investigadores. La detective Lucero les toma la delantera, sube la escalera corriendo, con su cuerpo delgado y ágil, llega hasta el campanario lanzando un grito desgarrador.

     —¡No!, no lo haga padre. Piénselo bien. Lo necesitamos.

     El sacerdote se encontraba de rodillas bajo la gran campana con una pistola en sus manos, apuntándose a la frente. Se encontraba deprimido, sumido en una desesperada lucha interna.

     Los dos policías llegan tras la detective, deteniéndose de inmediato al ver la escena. Lucero se acerca a él lentamente.

     —No merezco estar aquí. ¡Dios mío perdóname! —llorando el padre.

     Las lágrimas escurrían de sus ojos, seguía apuntándose a la frente, con la pistola en ambas manos.

     —Deme esa arma —le habla la detective. —No cometa una locura. Recuerde que los suicidas no van al cielo, y usted no merece ir al infierno.

     Lucero llega hasta él, lentamente toma las manos del sacerdote, le retira el arma delicadamente arrojándola al vacio desde lo alto.

     —No merezco vivir —llora el padre.

     El cura se pone en pie tratando de lanzarse al vacio pero es interceptado por los dos policías impidiéndoselo. Lo someten colocándolo de rodillas nuevamente.

     —¿Qué es lo que sucede? —interroga el Comandante. —Soy policía, debe decirme la verdad.

     —Me trajeron a una vagabunda, sin familia; invalida. Yo le di asilo.

     —¿Qué tiene que ver ella en el asunto?

     —Comenzó a sentir unos celos enfermizos contra Mónica, la catequista. Era la joven más bella del pueblo. Nunca pensé que fuera a asesinarla. —solloza.

     —¿Por qué la dejo escapar? —espeta la detective.

     —Fui un cobarde. Temía por mi vida.

     —¡Se da cuenta que una asesina anda suelta por su culpa! —furioso el Comandante.

44. 

     Un ruido se escucha en la puerta de la parroquia, de noche los sonidos se hacía más claros. La capilla solitaria, bancas, velas encendidas, estatuillas esculpidas de ángeles y santos paralizados, estáticos ante la luz de las velas. Las pisadas de los zapatos desgastados y rotos subían lentamente por las escaleras que dan al campanario. Arrastra desde su mano una mascada de ceda. En el campanario estaba el sacerdote, de rodillas embutido en su larga sotana, rezaba en voz baja, dando la espalda a la mujer recién llegada de las escalinatas. El cuello del sacerdote es rodeado por la mascada de ceda. Su voz se ahogaba tratando de liberarse, pero su lucha era impotente. El cura en un arranque de fuerza logra liberarse de aquella mujer, empujándola fuertemente.

     —¿Por qué regresaste? —atemorizado el sacerdote.

     La luz de la luna refleja el rostro de aquella mujer tirada con sus ropas andrajosas, era bella a pesar de las cicatrices en el rostro. Ya no era la misma Kenny Doria, era un alma llena de odio sin medida.

     —Sólo regresé a matarte —se pone en pie.

     Experimentando la sensación de pánico, el sacerdote retrocede para alejarse de ella.

Continuará…

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