Diarios de un Ax. Capítulo 4

La noche transcurrió tranquila a pesar de que Lorca se pasó gran parte de ella roncando. Era divertido despertar a media noche y encontrarlo tirado en la cama, con una camiseta liada en la cabeza   y soltando un sinfín de vituperios como ronquidos.
El despertador sonó a las nueve y media de la mañana y poco a poco la nos fuimos reuniendo en nuestra habitación donde teníamos el desayuno. El desayuno constaba de “Chocomel” batido de chocolate y una especie de tortas, parecidas a las monas que se hacen en los pueblos. Con el estómago lleno salimos de nuevo a la calle con la idea de visitar el museo Heineken. Por el camino seguíamos cruzándonos con el resto de turistas que abarrotaban las calles.

Con rumbo al museo cruzamos la Plaza Dam (de esta plaza hablaremos más adelante con mucho detenimiento) en la plaza había un grupo tocando Jazz y varios mimos, lo que hacía que muchos turistas se agolparan alrededor de aquellos. El grupo me gustó mucho, pero como íbamos con prisa no pude detenerme a escucharlos con atención. De nuevo en esta ocasión el Foli hizo de guía y tras dar varias vueltas, muchísimas vueltas, demasiadas vueltas, llegamos a la fachada del museo. Cabe decir que todos los viajeros somos hombres de pueblo, acostumbrados al verde esplendor de los montes de Bullas donde hemos pasado gran parte de nuestros días. A sí que después de estar 24 horas sin disfrutar de una zona verde, decidimos descansar antes de entrar al museo en un parque que encontramos en las inmediaciones. Allí echamos un par de fotos y yo me fume el quinto cigarro de la mañana.
Después de aquel pequeño descanso, pusimos rumbo al  museo. Al llegar no encontrábamos la entrada y para nuestra mala suerte, cuando la encontramos no pudimos entrar. Un tipo que caminaba por allí nos comentó en un inglés perfecto frente a nuestro precario vocabulario, que el museo se encontraba en obras por reformas y que permanecería cerrado hasta octubre. Fue una tremenda desilusión, pues todos queríamos ver ese museo. Cabizbajos volvimos de nuevo al parque con el alma herida. Entonces alguien comentó “Hey tíos, ¿por qué no nos sentamos en la terraza esa que hay allí en frente a tomarnos unas cervezas?” y así fue. Nos sentamos en aquella terraza y a partir de ese momento, a partir de las cervezas y demás enseres, cuando el día volvió a adquirir los matices de una gran cogorza.
La situación de la terraza era estratégica para poder apreciar el gran tránsito de bicicletas de la ciudad. Gente simplemente paseando, haciendo la compra o llevando a sus hijos en una especie de cesto. Sin darnos cuenta en esa posición se nos hizo la hora de comer.
El gran dilema que se nos planteaba ante la comida era ¿Cuál era el lugar más barato? Pero como íbamos a estar seis días en aquella ciudad, decidimos hacer alguna “Comida decente” finalmente y tras recorrer varias callejuelas, nos metimos en un argentino, donde por 13,50 euros por cabeza pudimos degustar un costillar de vacuno y unas cervezas. Aquello estaba exquisito, a pesar de que el bar era demasiado oscuro. En el transcurso de la comida hubo un silencio sepulcral en gran medida por el hambre acarreada durante todo el día.
Después de comer, decidimos dar un paseo. Las calles a esas horas estaban repletas y nosotros, todavía no saciados del todo, decidimos parar a comprar unos helados en una de las heladerías que  nos pillaba de paso. Una anécdota graciosa fue que al pedir los helados Juanjo pidió “One Citroën” y todos empezamos a reírnos, mas tarde Juanjo nos explicó que Citroën significa Limón y todos volvimos a reírnos.
Como no teníamos ninguna prisa, nos sentamos en el suelo junto a la heladería para poder disfrutar del suculento helado. Se estaba realmente a gusto en esa posición, viendo a la gente pasar y enfrente de nosotros, había un hombre de color entonando un blues. La escena era buenísima, pues aquel hombre solo se bastaba con una pequeña armónica para dar melodía a sus canciones. La verdad es que lo hacía realmente bien y decidimos echarle algo de dinero.
También fue curioso, que en Ámsterdam, la ciudad más liberal del mundo, tenga algunas leyes absurdas, pues cuando estábamos todos sentados en el suelo, llegó la policía y nos hizo levantarnos. Al parecer está prohibido ir sentándose en cualquier lugar que no sea un banco, una silla o similar. En fin, no todo siempre es perfecto.
Después del helado, decidimos volver de nuevo a nuestro templo de la sabiduría, el “Hill Street Blues” donde es su interior pasó lo que tenía que pasar…
Serían las cinco de la tarde cuando volvimos de nuevo a la calle. Si les soy sincero, no recuerdo concretamente a donde nos dirigíamos, el caso es que recorrimos varias calles hasta toparnos de bruces contra el Jardín de Rembrandt. El parque se presentaba con una serie de soldaos de bronce en torno a la figura del pintor y una gran explanada de césped, donde los viajeros se pueden tumbar un tiempo a reposar los zapatos. Rembrandt siempre fue un pintor capaz de esbozar en los lienzos las cualidades del modelo a pintar. Esta cualidad, le llevó a la fama a si como el hecho de adquirir una pequeña lista de enemigos. Esto se debía a que mucha gente, descontenta por ver sus cualidades más oscuras en el lienzo, le ordenaba al pintor que las dibujase como seres bellos, cosa que el pintor también se negaba en rotundo. La historia también cuenta que Rembrandt a la hora de cobrar los cuadros, si el sujeto a dibujar se negaba a pagar la cuota de la pintura, el pintor le dibujaba una tercera pierna como signo de que aquella persona era una morosa.
Después de pasar un buen rato tumbados en el césped, emprendimos de nuevo la marcha. Seguíamos sin tener un rumbo fijo, a si que vagamos por la ciudad hasta vernos en medio del mercadillo de las pulgas. Se trataba de un rastro, donde podías adquirir tanto objetos de segunda mano, como artículos sin estrenar. Yo aproveché la ocasión para deshacerme de mi bandolera, cuya gran envergadura comenzaba a hacer estragos en mi espalda. Me hice con una pequeña bandolera de tejido vaquero en color verde, con el logotipo del Che en rojo. Ahora sí que empezaba a estar cómodo de veras.
Cuando le dimos la vuelta por completo al mercadillo, seguimos el curso de las calles. Era viernes y como en todos los lugares del mundo, esta fecha solo podía indicar que al día siguiente la mayoría de la gente no trabajaba, cosa que se notaba en las calles siempre abarrotadas. Al cruzar una gran avenida, vimos de lejos un gran parque con extensiones de césped donde la gente también se tumbaba a las orillas del río Amstel. No lo dudamos y fuimos hasta allí. Se trataba del parque Vondel, el parque más grande conocido de toda la ciudad. Según la pequeña guía de turista que conseguí este parque se construyó en 1865 con una superficie de 49 hectáreas. Es decir, una longitud de 1,5 km por unos 500 m de ancho. También resulta interesante saber que en los años 60 aquel parque junto con la plaza Dam, era el centro neurálgico de la comunidad Hippie y del “Flowerpower”.
En las grandes llanuras de césped, volvimos a tumbarnos, esta vez incluso me quedé dormido mientras que mis camaradas observaban en tranquilo curso del rio. Era un espacio propicio para echar una cabezadita y relajarte por completo. Allí volvieron a circular aquellas verdes hierbas de Ámsterdam.
Tras el segundo descanso del día y con el cuerpo casi en éxtasis volvimos a ponernos en marcha y esta vez dimos con lo que sería nuestro segundo templo de la sabiduría, les estoy hablando de la Plaza Dam.
La plaza Dam es el mismísimo corazón de Ámsterdam. El nombre es tanto simple como lógico, pues en ese lugar se construyó una represa (Dam) en el rio Amstel. De ahí surgió el nombre de la cuidad. Amstel + Dam = Ámsterdam. En esta plaza se encuentra el monumento nacional de los caídos en la segunda guerra mundial y en frente se sitúa el palacio real. El palacio fue construido por el arquitecto Jacob Van Campen en 1655. En principio se construyó como ayuntamiento de la ciudad y era el símbolo de la riqueza que estaba adquiriendo la ciudad. Pero en 1808 fue la residencia del rey Luis Bonaparte, entonces pasó a nombrarse palacio real. En la actualidad, la familia real reside en el Haya y el palacio se puede visitar en verano, el resto del año permanece cerrado.
El caso es que nos sentamos junto al muro de los caídos en la guerra mundial y allí volví a alcanzar aquella sensación de alegría:

“Mimos que se dispersan en el ambiente agarrotado. Tiempo, no existe el tiempo, ya no tenemos tiempo. Nos disponemos en fila, pasa la gente. Sonido de bicicletas, de tranvías, tránsito universal en las calles. El sol me golpea pero apenas siento sus caricias en esta tarde de julio crepuscular. En frente de nosotros una dama que espera, espera, esperamos a que se levante, pero no se levanta. Un adolescente con traje de lamé imita a viejas glorias del rock. La gente se agolpa a su alrededor, darles algo diferente y serán tus esclavos. Más bicicletas. Trapicheadores, turistas, dandis, enfermos de moda, la tarde pasa y ella sin levantarse.
Vuelvo a perder la noción de todas las cosas, Foli cállate tío que no te entiendo. Más bicicletas, me enciendo un cigarro, otra bicicleta, me enciendo otro cigarro y ella todavía esperando. La gente se mueve, se sienta, pasea. Un ejército de palomas envueltas en algazara rebana pedazos de acera buscando migajas de un sublime manjar. Ella no se levanta.
Esperamos y ella espera, no se levanta, esperamos. Enciende el móvil, llama a sus abogados, la estamos perdiendo. Foli, Alfonso, Juanjo, Pedro Julián, Sema, Petrol, Lorcas, Perita. No estoy tan mal todavía recuerdo nombres y circunstancias. Suenan las campanas en inexplicable armonía. La tarde se encuentra en declive y ella todavía allí, con su melena rubia y sus rubís incrustados, esperando a que nos vallamos, nosotros esperando a que se valla.
Un momento, algo extraño pasa, son las máquinas municipales que limpian la ciudad. Noto el agua de sus pistolas y la amenaza aplastante de sus carros con cepillos. Nos levantamos, podemos morir. La gente se levanta  y entonces ocurre el milagro. Ella se levanta y ¡son muy grandes tío!  Pero ya no nos queda tiempo y con la sonrisa en el rostro, nos marchamos hacía el hotel.”

3 comentarios en «Diarios de un Ax. Capítulo 4»

  1. Como no, el sema tenia que ser. Por fin algo de alegria a esta eternas noches de guardia silenciosa. Espero con impaciencia la continuacion de vuestras peripecias. Un saludo y para no variar, ¡Nos vemos en los bares!.

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