Diarios de un Ax (Capítulo 3)

Amsterdam Después de aquella sesión en el “Hill Street Blues” y de perder totalmente la noción del tiempo, de nuestro cuerpo y de la situación, vagamos por las calles de Ámsterdam. El completo de la ciudad era un constante tránsito de turistas, bicicletas y tranvías. En un principio creímos que era una gran ventaja que El Foli hubiera estado ya en aquella ciudad, lo que nos proporcionaba un guía seguro, pero la verdad resultó ser, que el Foli no se acordaba de nada y nos llevó dando tumbos por las calles. En ningún momento reconoció haberse perdido y le gustaba faldar de los lugares tan exquisitos a los que quería llevarnos, cosa que nunca sucedió.

Los ocho viajeros parecíamos una comitiva de seres ambulantes sin sentimientos. De aquel paseo tan sólo recuerdo lo siguiente:

Pongo los pies en el suelo, aterrizo del Hill Street Blues .La calle se encuentra abarrotada de gentes .Calles de nombres impronunciables, el sonido de un timbre de bicicleta, nos apartamos podemos morir. Cambiamos de calle, el sol no penetra en ella, los edificios languidecen calle abajo, bullicio de gente, el trotar del caballo de un policía montado, calles de adoquines, olor a incienso, hierba y cerveza. Mucha cerveza, terrazas rebosantes de mesas con gentes bebiendo impacientes, tranquilos en una tarde de jueves. Me cruzo con la doble de Jessica Alba, se siente ofendida ante mi mirada y cambia el curso de su camino. Sema echa un gargajo a la calle, llueven las miradas de odio, me enciendo un cigarro. Sema vuelve a echar un gargajo a la calle, tiro la colilla, nos llueven las miradas de odio. Turcos, camareros haciendo aspavientos, llamando nuestra atención, captando miradas, nos acercamos, no tenemos hambre, solo clascalas. Caminamos, Pedro Julián olvido las distancias, no siente las manos. Caminamos, todo es bullicio. Una bella joven, nos roza su esencia, se encienden los flashes, se activa el amor. Todo es abstracto, la noche no llega, más bullicio, bicicletas el silbar de un tranvía. Cambiamos de calle, se adivinan canales, pintores, bohemios esbozan el lienzo, las aguas se agitan con el batir de un velero. Jóvenes a sus orillas envueltos en vino blanco que dejan semillas, que arrojan colillas. Nos detenemos en seco, estamos perdidos, maldito Foli malo lo tuyo es el vicio. La calles se alargan todo es precioso, se hace la calma. Crecen espirales de acero como simiente de farola, anhelando la llegada de la noche, para lanzar su tenue metal candente. De nuevo un tranvía royendo los adoquines, recorre avenidas en las horas más vespertinas. Un grupo de mozas con su juventud estrenada, enseñan ombligos retadores sobre todas las miradas. El Sema lanza un gargajo, caen las miradas de odio, me enciendo un cigarro.
El sol acaricia mi rostro, recobro el sentido. Me río, no se porque pero desde que llegué aquí todo me hace gracia. Todos reímos, no tenemos problemas, todo es precioso, libertinaje y vicio. Otra bicicleta nos apartamos de golpe, vuelvo a sentir el cuerpo, recobro mi pasaporte.

Después de aquel paseo ya conocíamos un poco más la ciudad y los grandes placeres que habitan en ella. Nos encontrábamos todos en el gran declive de la resaca. Con la boca seca, con el alma herida. Decidimos posar nuestra juventud en la terraza del Grasshopper. Serían aproximadamente las siete de la tarde. A pesar de lo avanzado de la tarde el sol caía fuerte sobre nuestras cabezas, pero más que calor, lo que sentíamos era un tacto agradable, el cual mezclado con cerveza te podía transportar al mismísimo cielo. La terraza estaba medio llena y los ocho ocupamos dos mesas con sus correspondientes sillas. Volvimos a hacer uso de aquel Spaninglis precario para pedir unas ocho cervezas. Allí te dan a elegir entre las “Big Beers” o “las Litters Beers”. Por supuesto y no queriendo presumir de arrogantes, lo nuestro son los tamaños, así que pedimos ocho cervezas grandes. Al poco tiempo la camarera apareció con las bebidas. Cada jarra contenía aproximadamente más de medio litro de cerveza. Recuerdo que me llamó la atención los posavasos que utilizaban en aquel bar. Eran de cartón con una especie de “Pepito grillo” sentado sobre un lapicero y blandiendo una copa de cava. Me gustó tanto que me lo llevé de recuerdo.
En aquel momento todo era perfecto. Los canales con sus mansas aguas a nuestro alrededor, algazara de bar, con aquel típico bullicio de vasos y risas. Permanecimos en aquella terraza hasta que el crepúsculo fue apagando al día y nos marchamos al hotel a pegarnos una ducha y disponernos para cenar.

La habitación tan solo nos representaba un problema. Se trataba que a la hora de abrir las ventanas teníamos que mover una cama entera para poder desplazar la hoja del cristal. Acababa de salir de la ducha y mientras me secaba aproveché para sentarme en el borde de la ventana. La calle seguía abarrotada y era tranquilizador ver a la gente pasear desde mi posición. En más de una ocasión pude ver como algunas damas se escandalizaban ante la precoz perspectiva de mi testículo derecho al aire. Cosa que no me importó, incluso note el haz de una cámara fotografiándome, por lo que no me extrañaría ver colgado en alguna página de Internet el cuadro de mis testículos. Lo más gracioso es que a Sema le pasó algo parecido.
Cuando ya estábamos todos listos bajamos a la calle y justo debajo del hotel, compramos un cucurucho repleto de patatas fritas con salsa barbacoa. Mientras devorábamos aquel sinuoso manjar nos sentamos en unas escaleras junto a un bar de moda.
Con el estomago lleno y la cartera también, no podía faltar la visita al bario rojo o como dicen allí: “Red Light district”. Caminamos cuesta arriba (he de reconocer que esta expresión es equívoca, ya que allí no existen las cuestas, pero por razones de orientación la daré por valida) y al final llegamos aquel barrio donde se mezcla el neon con el terciopelo en sus más primitivas formas.
La primera impresión que me llevé fue de asombro, pues el ver a aquellas mujeres de aquella forma, encerradas en un marco de apenas 3×3 luciendo sus encantos y lanzando miradas de pasión con desembolso, me pareció estar ante una atrocidad contra la mujer.
Pero bueno, como quiero ser objetivo no dejaré que mis prejuicios ni ideales enturbien este relato, a sí que simplemente comentaré lo que vi.
El barrio rojo consta de dos o tres manzanas con dos aceras separados por un canal. Las damiselas lucen sus encantos tras un escaparate. Tras él, hay un tocador y una cama. Los clientes se acercan pactan el precio, cosa que ya suele estar pactada desde el principio. Si llegan a un  acuerdo, este pasa, se echa la cortina y dentro sucede lo que ya os podéis imaginar. La historia del barrio rojo data de antiguamente (no se decir el año con exactitud) cuando aquel bario era un gran dique donde atracaban los barcos. Las prostitutas escogieron ese lugar, ya que los marineros, cansados de estar rodeados de hombres en alta mar, buscaban el calor de una falda y un aliento a menta, y era en aquel lugar donde se hacían verdaderos negocios. Más tarde aquello se remodeló y quedó con el aspecto actual. Si alguien decide ir por allí, decir que esta prohibido hacer fotografías, de lo contrario la prostituta tiene todo el derecho del mundo de salir de su escaparate y destrozarte la cámara.
También en aquel barrio hay una serie de “Personajes que manejan el cotarro” son unos tipos de picaresca sonrisa, que postrados en estratégicas situaciones intentan vender las drogas más pesadas. Recuerdo con humor lo que era pasar por su lado y escuchar una tenue voz que decía: “Éxtasis, cocaine”, claro que era mejor no hacer caso y seguir tu camino.
Después de dar varias vueltas al barrio decidimos volver al “Hill Street Blues” donde volvimos a probar los más espesos licores. Fue allí cuando descubrimos una de las mayores maravillas para el paladar los “Milkshake” se trataba ni más ni menos que del típico batido echo a base de chocolate con leche y bola de helado. Fue un verdadero hallazgo y un pilar base de nuestra alimentación en Ámsterdam. Todo se volvió a convertir en una carcajada y a las once y media nos marchamos al hotel a descansar, con la intención de levantarnos temprano e ir a visitar algún museo.

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