Citas caprichosas.

Voy a explicar primero en qué va a consistir todo lo que se escriba bajo este título. Citas caprichosas van a ser las citas que leamos en un libro o en otro lugar, y que queramos plasmar aquí de la misma manera que escribimos cada lunes, martes y miércoles las frases de temática ya fijada hace tiempo. Serán, pues, citas, como las frases de los citados tres días de la semana, pero con otra temática diferente, una temática en general y, como dice el título, caprichosa, es decir, a nuestro gusto —en este post, a mi gusto, espero que el de muchos—.

Estas citas se van a ver en los días en los que no hay fijado ningún tema para una frase recolectada, como la de los tres primeros días de la semana. Por ejemplo, hoy, jueves, cuarto día de la semana, voy a dejar una cita que he leído en la novela que estoy leyendo en estos momentos, cuyo tema no trata ni sobre amor ni sobre sexo, como en los lunes, ni sobre belleza ni sobre arte, como corresponde a los martes, ni sobre vida o muerte, propio del miércoles. Por tanto, la temática va a ser, en definitiva, más libre que las tres frases de cada semana, sólo va a contar que la cita del libro o referencia que sea nos guste por uno u otro motivo, que siempre hay muchos.

Así pues, os dejo con el estreno de las citas caprichosas. Corresponde este fragmento a una conversación llevada a cabo entre un ministro y un alcalde. Es una parte de la novela Ensayo sobre la lucidez, del premio nobel de literatura José Saramago, escritor cuyo estilo, bajo mi punto de vista, me parece, cuanto menos, ingenioso. La esencia de la cita, es decir, a lo que me refiero y en lo que me he basado para poner título a este hueco del blog, es la cuestión de que cuando algo se necesita, no está a nuestro lado, y cuando no necesitamos algo malo, ahí lo tenemos, ante nuestros propios ojos. Es lo mismo que decir que Dios no está cuando lo llamamos, por eso uno llegó a aprender hace años que no sirve para nada pedirle ayuda.

Sin nada más que añadir, les dejo con la cita literaria. Espero que les guste.

(…) De buena gana iría ahí y le daría un buen tirón de orejas, Ya no estoy en edad, señor ministro, Si alguna vez llega a ser ministro del interior, sabrá que para tirones de orejas y otras correcciones nunca hay límite de edad, Que no lo oiga el diablo, señor ministro, El diablo tiene tan buen oído que no necesita que se le digan las cosas en voz alta, Entonces que dios nos valga, No vale la pena, ése es sordo de nacimiento.

José Saramago, Ensayo sobre la lucidez (punto de lectura, página 132).

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