Citas Caprichosas XIII – Elvira Lindo

Buenas tardes, aunque ya entradas en horas. Volvemos, después de una semana de relativo relax en lo que se refiere a este tema, con nuestras Citas Caprichosas de los jueves. Hoy, con una invitada muy especial –entiéndaseme el concepto «invitada»–, una escritora de mi tierra, gaditana, una escritora a la cual tuve el gusto de oír en persona hace unas semanas en una reunión celebrada en la facultad a la que asisto como humilde estudiante. Estoy hablando de Elvira Lindo, autora de los libros con los que a tantos niños ha cautivado, esas historias de Manolito Gafotas, ese personaje creado, según dijo en esa reunión, con una idea básica, y desarrollado luego a partir de las peticiones de los lectores. No obstante, la cita que he recogido para esta ocasión no pertenece a ninguna de esas novelas, sino que se encuentra entre las líneas de Una palabra tuya, novela que obtuvo el Premio Biblioteca Breve en el año 2005 y que tenemos la ocasión, en mi curso, de analizar desde el punto de vista narratológico.

Esta novela, que ya aparecerá comentada en su correspondiente sección dentro de un tiempo, tiene algunas frases que me resultaron, en el momento de leerla por primera vez, ingeniosas. Digo por primera vez porque tendré que releerla para hacer dicho análisis narratológico, y posiblemente entonces encuentre alguna cita que en su momento se me pasó. Pues bien, la cita de hoy pertenece a un momento casi del final, que no voy a revelar, pero que sí nos puede dar para una buena reflexión.

Nos habrá pasado a todos alguna vez, supongo. ¿Quién no se ha fijado nunca en una persona que le interesa pero que no abre completamente su alma? Me refiero a fijarnos en personas que realmente nos importan y que, aunque nos hayan confiado asuntos vitales de su intimidad, no nos han revelado todo cuanto podemos saber de ellas. Y las vemos un buen día, y ellas no nos ven a nosotros, y entonces es cuando nos damos cuenta de que había algo, ya sea bueno, ya malo –que de todo se puede dar cuenta uno–, que no nos había llegado antes a nuestra vista. Por ejemplo, encontrarnos con un modo de sonreír, con una manera de mover los labios al hablar, con una forma de mirar a los demás. Y entonces, sin saberlo, inconscientemente, nos damos cuenta de que esa persona no era como antes creíamos que era, y que nos resulta aún más interesante, o bien todo lo contrario –a veces el efecto es tan radical y tan mordaz a nuestros ojos que, quién sabe, incluso podemos toparnos con un muro de desconfianza repentino hacia esa persona. Es así…–, y entonces queremos, o no, pasar más tiempo junto a esas personas.

Conste una cosa: no estoy hablando del proceso del enamoramiento que, como supongo, todos los que estén leyendo esto habrán pasado alguna vez. Me refiero sólo al modo en que nuestro corazón se abre involuntariamente hacia otra persona cuando descubrimos algo que antes no conocíamos, y no lo descubrimos porque ella nos lo ha revelado, sino porque nosotros mismos, basándonos en nuestra capacidad perceptiva, hemos captado ese detalle, que, por insignificante que pueda parecer a veces, vale más que muchos otros.

En fin, espero no haberme alargado demasiado y no haber hecho este pequeño discurso aburrido. Les dejo, pues, con la cita, y dejo que reflexionen, que –ya lo dije– da para mucho. Un saludo.
 
“Pensé que hay cualidades en las personas que no apreciamos hasta que no las vemos actuar sin que ellas sean conscientes de nuestra mirada”.

Elvira Lindo, Una palabra tuya.

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