Brujas Infiltradas (85 Carretera)

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   Seguimos en marcha, en el trayecto se cruzaron algunas lechuzas esporadicamente, esos animales nocturnos volaban por doquier, sus graznidos desquiciaban, traté de concentrarme en conducir sin incidentes por la carretera. Azucena dió un grito aterrador, frené el coche desconcertado, encendí la luz y observé que Azucena abria la puerta saliendo del vehiculo dando gritos.

   —¡Me mordió! —grita Azucena—. Esa perra me ha mordido.

  Descendimos del vehiculo para atender a Azucena, que llevaba su mano sobre el cuello, protegiendose. El sacerdote Segovia obsculta a la afectada quien llevaba una mordida severa sobre su cuello sangrante, el sacerdote le proporciona un pañuelo para la herida.

   Mi hermana Carolina yacía en pie, pálida y con la boca escurriendo en sangre, la mirada perdida, un miedo colectivo nos inhundó. El Sacerdote a presurado despegó las llaves del auto y sacó de la cajuela un afilado machete.

   —¡No! —me interpuse frente a él—. A ella no, por favor.

   Mi hermana Carolina comenzó a sufrir una extraña metamorfosis en cuestión de segundos, la piel  enverdecía, brotaba una especíe de pelo por todos sus poros, de pronto Carolina saltó a un extremo, pero ya no era mi hermana, era un lobo que nos mostraba sus colmillos, furioso, con la mirada de fuego. Escapó perdiendose en la oscuridad, consternado mi corazón se volcaba con sentimientos encontrados, sentí en mi hombro la mano del sacerdote.

   El cielo dió un fuerte trueno dejando caer al instante una copiosa lluvia  que nos obligó a volver al interior del auto. Un momento esperamos en el lugar mientras mis sentiminetos se tranquilizaban. Encendí el coche poniendonos en marcha, activé los parabrisas, los faros iluminaron un letrero anunciando que nos encontrabamos en el vado San Antonio, sobre el rio San Rodrigo. Justo detrás por el retrovisor observé pasmado que una enorme corriente de agua inundaba la carretera bloquenado el paso, ahí donde hace unos instantes nos encontrabamos, nos habiamos salvado de aquella avenida de agua por cuestión de segundos.

   Anduvimos la carretera entre la lluvia, los parabrisas se agitaron durante la mayor parte del trayecto, la fuerza del agua aminoraba en tramos de lapsos pequeños de espacio. El silencio imperó en el recorrido, dejamos atrás algunas poblaciones pequeñas, el alumbrado público ayudaba a aligerar la tensión visual conforme iba conduciendo por aquella solitaria ciudad, pero en cuanto abandonabamos las poblaciones siguiendo nuestro camino, la oscuridad se apoderaba de nueva cuenta. La lluvia ceso, nos detuvimos a orilla de un puente vehicular, la carretera lucía solitaria, descendimos para respirar un poco, consulté brevemente un mapa que llevaba en la guantera del coche, Simona soba sus brazos debido al aire fresco que se dejaba sentir. Nos separamos unos instantes, caminando para descansar las piernas, una luz se acercaba por la carretera, un enorme trailer cruzó frente a mí, lo observé detenerse a unos metros de donde estabamos, la silueta de una mujer se dibujo en la penumbra, la puesta del trailer se abrió y la mujer subió. Al instante continuño su camino alejandose en la carretera.

Continuará…

Autor: Martín Guevara Treviño

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