Asesinato a Doble espacio (Capítulo del 1 al 7)

Hace tiempo que comencé a escribir esta trama de relatos sobre las aventuras de Jhonny Bourbon y debido a ciertos problemas de tiempo fue una tarea que abandoné o mejor dicho, aparté para seguirla en otro momento. Pues el momento ha llegado ahora y como adelanto he recopilado los siete primeros capítulos para todos aquellos que esten interesados en conocer las aventuras de este peculiar detective. En breve iré subiendo los nuevos capítulos. Que lo disfruten y un saludo.

Capítulo 1
El hombre se encontraba de pie sobre las escaleras que conducían al bar. Las perlas de sudor en la frente descendían por su rostro. Los nervios se acumulaban en su puño, apretado bajo el gabán. Fue bajando los peldaños con gran lentitud, como si al final de las escaleras le esperara una muerte segura.
Nunca antes había estado en un lugar como ese. Con tanto estilo y sin el típico olor a cantina que desprendían los bares que acostumbraba a frecuentar. Pero había quedado con “El Turco” y al Turco le gustan los bares elegantes que derraman elitismo.
Con la misma pasividad con la que había bajado las escaleras, colgó el sobrero y el gabán en una de las perchas y se sentó junto a la barra.
No sé que pedir, pensó, Podría sumergirme por los mares del cocktail o declinarme por un buen vino. Pediré una cerveza, la cerveza siempre es buena elección y al Turco le gusta mucho. Sí al Turco le gusta la cerveza, será buena idea pedir una, o mejor pediré dos, no creo que tarde mucho en venir y le gustará ver que le he pedido una. ¿Y sí se retrasa y se calienta? Es verdad, pediré una solo.
El camarero acudió con la cerveza. Comenzó a beber mientras miraba distraído a un horizonte inexistente. En la pared colgaban imitaciones de Monet y en la moqueta se difuminaban los motivos orientales en una mezcolanza de colores. La luz era escasa, calculada al milímetro y en la maquina de discos sonaba un viejo Jazz. Por primera vez en todo el día empezó a relajarse. La cerveza desdecía por su garganta arrastrando los nervios acumulados y se encendió un cigarro. Se había prometido dejarlo sí lo de la otra noche hubiera salido bien, pero no fue así y seguía fumando. Las volutas de su cigarro se esparcían por la penumbra del lugar. Había poca gente, la justa, el ambiente se simplificaba al camarero, unos ejecutivos que bebían en silencio y el hombre que fumaba esperando al Turco.
Pasó media hora y todo seguía estando igual, tan solo la presencia de una joven pareció alterar el ambiente. Se sentó junto al hombre solitario y le sonrió. Vestía un ceñido vestido de licra de un color difícilmente de clasificar. Los cabellos descansaban despreocupados sobre unos hombros medio desnudos y sus ojos miraban hacía un próspero futuro en el mundo de la moda. No era guapa, pero un toque de malicia en los ojos, lo ajustado de su vestido y su forma de beber Martini, la hacían muy sensual.
El hombre la miró, podría haberle hablado, pero no lo hizo. A sus cuarenta y cinco años todavía era atractivo y tras haber lidiado en los más inusuales lechos, sabía con total certeza que una sonrisa calculada y unos movimientos sincronizados, le permitirían gozar de los más preciados néctares de la vida. Pero el había venido a otra cosa, estaba esperando al Turco.
¿Por qué me miras?-pensó- ¿qué quieres de mí?, no eres muy guapa, pero se nota que siempre has conseguido todo lo que has querido. ¿Qué Pretendes? ¿Qué derroche un poco de mi encanto para acabar acostados en una pensión y vuelva a lucir la sonrisa del que hace un buen trabajó? ¿Y luego qué? Me perderé por las fronteras dejando una cama vacía, un corazón roto y el doloroso recuerdo congelado en el alma. ¡Si encanto! porque aunque aparente ser un tipo duro, en el fondo soy un puto sentimental. Y tú despertarás, volverás a lucir tu vestido de licra mirándote al espejo, comprobando que todo está igual que antes y saldrás a la calle a recorrer las aceras de un mundo que piensas que tú dominas. No, está vez no jugaré tus cartas, tampoco las mías. Este juego es del Turco nena, y es él quien pone las reglas, el que decide quién juega. Pero el Turco todavía no ha venido, cuando se retrasa es porque algo va mal. Sé que le fallé la otra noche, pero no tuve más remedio, ¡Por Dios! Sólo era una niña, ¿qué podría haber hecho yo?
El camarero le sirvió otra cerveza, pero esta vez no estaba tranquilo. Volvía a ser preso de la ansiedad, esa que comenzó en el mismo momento que el Turco le llamó por teléfono.
Era una mañana cualquiera de un día cualquiera. Se levantó como siempre metiéndose en la ducha. Después tomo el café con tostadas mientras miraba las apuestas de caballos. El número cinco había vuelto a perder y con él los cien pavos que había apostado. Entonces sonó el teléfono y desde ese instante el día se convirtió en una especie de susurro, en un torbellino de dudas donde la salida no era más que una constante espera, espera hasta las seis de la tarde, hora en la que el Turco le había citado en “La Gramola” un bar de la calle 13.
En la llamada, el Turco parecía tranquilo, pero él siempre era así. Podría haber huido, perderse por los arrabales del mundo, adoptar una nueva identidad. Pero ¿De qué serviría? El hombre sabía perfectamente que el Turco nunca falla, no le gusta dejar flecos sueltos y siempre le encontraría por mucho que huyera.
Volvió a encenderse otro cigarro. La Joven ya estaba tomando el quinto Martini y seguía lanzándole miradas furtivas. Hasta que se levantó, le entregó una caja de cerillas y se marchó contorneando 57 kilos de lujuria y un eterno olor a ausencia. El hombre miró las cerillas y en ellas había un número de teléfono y un nombre “Julia Reís”. Pero el siempre la recordaría como Julia, la chica que bebía Martinis y jugaba a ser mujer.
Mientras bebía, pudo observarse en el espejo que había tras la barra. Tenía ojeras y el sudor volvía a correr por su rostro.
¿En qué te has convertido?-Se dijo- tú antes no eras así, antes eras elegante, tenías más estilo. Acabas de dejar escapar a una belleza y sudas como un cerdo. ¿Qué coño te pasa? Tú antes no eras así, mereces todo lo que quiera hacerte el Turco, porque le has fallado y a él no le gusta que le fallen. Has sido el mejor durante treinta años, nunca has cometido un error. Y ahora, ahora que pintas canas y gozas de experiencia, ¿te atreves a permitirte un mínimo de misericordia y no cumplir con tu encargo? ¿Es qué no recuerdas todo lo que el Turco hizo por ti? Él te lo enseñó todo, te dio un trabajo, una oportunidad de ser alguien en la vida, pero no, tú has preferido ser un mierda y no respetar todo aquello en lo que siempre has creído. Me has fallado tío y ahora estas con el agua hasta el cuello y tu nunca fuiste un gran nadador. Aunque quizás tengas suerte y el Turco no se haya enterado de tu error, quizás quiera pedirte otro encargo. Pero de todas formas, esa carga es algo que siempre vas a llevar y sí hoy no caes, caerás mañana o pasado mañana, el caso es que al final caerás.
Había pasado más de una hora desde que entrara en el bar y el Turco seguía sin venir. Empezó a recordar cuando tenía 13 años y se ganaba la vida robando carteras. Su padre le abandonó cuando tenía cinco años y a su madre un brote de cólera se la llevó para siempre. Estaba solo y la ciudad no era más que un mundo demasiado grande como para intentar conquistarlo. Un día en el que las calles estaban abarrotadas, consiguió un verdadero botín, y fue allí donde conoció la ambición. Había conseguido dinero suficiente como para sobrevivir un mes entero, pero quería más. Entonces observó a un hombre que vestía un traje de Franela negro salpicado en hebras blancas. Caminaba despistado y cada cinco pasos alguien se le acercaba y le besaba en la mano. Él comprendió que de mayor quería ser uno de esos tipos que no pasan hambre, que cada día estrenan zapatos nuevos y que la ciudad era un sitio demasiado pequeño para un mundo con demasiadas oportunidades. Lo primero que tenía que hacer era robarle la cartera a ese hombre. Sí lo conseguía podría presumir de ser más listo que él y sería una señal de que el mundo le depara grandes proyectos. Se fue acercando al tipo por detrás. Había robado muchas carteras y sabía cómo hacerlo perfectamente. Fue un tirón rápido, casi inexistente. Sí no fuera porque tenía la cartera en su mano, él mismo hubiera pensado que jamás había hecho ese movimiento. Después se marchó con una gran sonrisa en su juvenil rostro, con la sensación de haber triunfado y con la idea de que su vida pronto cambiaría. Se detuvo en le primer callejón que vio y abrió la cartera para contar el botín. Entonces una gran sombra se posó frente a él. Levantó la vista con cuidado y comprendió que su plan había fracasado. Delante de él estaba el tipo al que le acababa de robar la cartera.
─ Eres rápido chico, pero te diré una cosa. En esta vida no basta con ser rápido, has de ser el más rápido de todos, si no, siempre habrá alguien que te alcance y el mundo nunca será tuyo. Hoy has tenido mala suerte, te debería pegar un tiro por lo que has hecho, pero me caes bien. Como te he perdonado la vida, ahora me debes un favor. No te pediré dinero, el dinero no paga ciertas cosas, lo que te pediré es que trabajes para mí. Piénsatelo bien chico, pues en el momento que empieces ya no podrás parar. Serás mío para siempre.
Él muchacho aceptó y ese fue el día en que conoció al Turco.
Ahora el bar estaba completamente vacío y el camarero le sirvió la quinta cerveza. Nunca le gustó beber solo, al igual que no le gustaba esperar. El Turco estaba tardando demasiado y eso solo podría significar una cosa, el hombre lo sabía. Fue entonces cuando realmente comenzó a ponerse nervioso. Ni la cerveza, ni el Jazz, ni el hecho de que pronto todo acabaría, conseguían arrebatarle la ansiedad.
¿Porqué lo hice?-Pensó- era algo muy sencillo, tan sencillo que ya era algo monótono en mi vida. No era distinto a las otras veces, ¿o sí? No lo sé, el caso es que lo hice y ahora el Turco pedirá explicaciones. ¡Ojalá nunca me hubiera pedido ese encargó! ¡Ojalá lo hubiera hecho bien! ¡Ojalá! que el Turco venga pronto, no puedo esperar más. En treinta años no he fallado ni un encargo, ¿Por qué ahora? ¿Es una señal de que estoy acabado? ¿A caso nunca he servido para esto? No, siempre he sido bueno, fue la otra noche cuando no lo fui y ahora estoy así. Espero que venga pronto, pero el Turco no ha venido todavía y tu sabes porqué se retrasa. Es imposible que no se halla enterado, pues él siempre se entera de todo. ¿Por qué se retrasa tanto? Déjate de preguntarte eso, ya vendrá cuando tenga que venir, tú sigue bebiendo y espera, tu misión ahora es esperar. ¿Y si no viene nunca? No seas idiota, va a venir y lo sabes, el Turco nunca falta a una cita. Esperar, eso es lo único que tienes que hacer.
Pegó otro trago y se encendió un cigarro. El sudor casi le empapaba la ropa.
– ¿Se encuentra bien? – Preguntó el camarero.
– Si, no se preocupe.
El camarero, sin decir nada más, se perdió por el almacén. La puerta principal de la calle se abrió, penetrando en el interior los últimos rayos de sol de la tarde.
A los cinco minutos el camarero regresó del almacén y al llegar a la barra soltó un fuerte grito. El hombre que había en la barra estaba muerto.

Capítulo 2
El sol inundaba en pequeñas zancadas la suite del hotel. Entre sabanas de seda, Madame Ámsterdam, la actriz que daba vida a “Alcíone” en el teatro de la gran vía madrileña, dormía semidesnuda. La habitación no era más que un pequeño habitáculo donde se desparramaban las botellas de champagne vacías y un cenicero lleno con manchas de carmín. Aprovechando la situación, el hombre estaba terminando de abrocharse el último botón de la camisa. Sin mucha prisa, se colgó la gabardina sobre los hombros y poniéndose el sombrero, se disponía a abandonar la habitación. Abrió la puerta y una voz, como un susurro, hizo que se detuviera ante ella.
– Jhonny, ¿te vas ya? ¿Cuándo volveré a verte?
– Lo siento nena el deber es el deber. No te preocupes, si quieres verme, solo tendrás que dar un silbidito.
Cerró con un portazo. Encendiendo un cigarro se perdió para siempre en el trajín de la calle.
Era una soleada mañana de 10 de febrero. Jhonny Bourbon se encontraba en su despacho. Por un momento se arrepintió de haber salido tan rápido de aquella habitación y tener que volver al estercolero de su despacho. Madame Ámsterdam había demostrado tener un talento innato también fuera del escenario y sus amores le habían permitido descansar en una buena cama aunque sólo fuera por una noche. Llevaba una semana sin salir de ese estercolero debido a un cruce de diferencias con el casero lo que le obligó a dejar su apartamento. El sol se colaba delicadamente por la persiana, arrastrando volutas de polvo en su juego infinito. En la percha descansaba su sombrero y una vieja gabardina heredada de su padre. A sus cuarenta años las canas salpicaban su cabello con piedad y las arrugas escapaban de su rostro.
Hacía tan solo dos años que había dejado el cuerpo de policía, cansado de recibir ordenes. Ahora era su propio jefe y su carrera profesional se basaba en los casos fáciles sin mucho argumento.
Encendió un cigarro y dio un trago a un vaso de Bourbon. Observó su despacho, donde solo quedaban retales de años mejores escondidos en viejos periódicos. Una gran cantidad de facturas sin pagar formaban la cúspide del desorden es su escritorio.
Volvió a darle otra calada al cigarro mientras miraba al techo imaginándose formas imposibles en las humedades.
El teléfono sonó, rompiendo el silencio que durante toda la mañana reinaba en el ambiente. Esperó unos segundos y finalmente lo cogió.
– Diga, ¿Quien es?
– ¡Maldito inútil, eres un cerdo miserable! Me prometiste que esta semana cobraría los tres meses de paga que me debes.-Era su exmujer. Hace un año la pescó en la cama con un alto cargo de la bolsa. No le importó pues llevaba años queriéndosela quitar de encima y ese día, se lo sirvió en bandeja. Lo que nunca imaginó es que el juez se pondría de parte de ella y ahora se veía obligado a pasarle una pensión todos los meses.
– ¡Hola cariño! ¿Cómo te va? Hacía tiempo que no tenía noticias tuyas. He llegado a pensar que te había pasado algo.
– ¡ Tus ganas, desgraciado! Tómatelo a broma, pero te advierto que como no me pagues esta semana, el juez tomará cartas en el asunto.
– No te preocupes nena. Estaba reservando el dinero para invitarte a cenar, pero al precio que está el cianuro, no hay manera…
– Te lo advierto Jhonny, una semana, tan solo una semana, o si no…
– Muy bien gatita, me queda claro. Por cierto, ¿Cómo está su amiguito, se ha suicidado ya?
– Serás jilipollas…
La llamada se cortó y una gran sonrisa se dibujó en su rostro. Si había tres cosas buenas en el mundo, una era sacar de quicio a su mujer y las otras dos fumar y beber.
En el gramófono sonaba la guitarra de BB King con su “No Money, No luck in blues”.
¡Qué agradable sensación! – Pensaba- si no fuera por el hecho de que nadie viene a contratarme. Fue por lo de Murcia, aquel caso destrozó mi prestigio. Cinco casos desde entonces y todos una petardada de aficionado, y esta paga de ex policía ¿Qué pretenden que haga con esa miseria? Todo es un caos.
Volvió a servirse otro vaso de Bourbon. En el cristal de la puerta comenzó a esbozarse una extraña figura. Al principio no le hizo caso, achacando la visión a una jugarreta del alcohol, pero aquella sombra comenzó a tener una nitidez surrealista y calló en la cuenta de que se trataba de una mujer. La imagen fue precedida por dos golpes en la puerta.
Jhonny, en un intento desesperado de poner orden en el despacho, tropezó con el cable del teléfono y la puerta se abrió. Desde el suelo pudo observar un par de tacones negros de los que trepaban unas piernas de escándalo. Se incorporó de un salto y quedó frente a la mujer. Era algo mayor, pero su elegancia, una pamela desorbitada y su mirada abrumadora, la transportaban a diez años de juventud.
– ¡Vaya señor Bourbon! me habían dicho que es usted un tipo de persona capaz de caer muy bajo, pero nunca imagine que se arrastrara por el suelo.
Sin decir nada más se sentó mirando con reparo a su alrededor. Se estaba preguntando que hacía en un lugar como ese. No tenía elección, necesitaba ser discreta y aquel lugar parecía el más discreto del mundo.
Su perfume inundó la habitación, dándole nuevas dimensiones.
– Buenas tardes señorita, me llamo Jhonny Bourbon- Extendió la mano para estrechársela pero ella se mantuvo impasible.
– Sé de sobra como se llama señor Bourbon. ¿Acaso piensa que he venido aquí por casualidad?- se quitó la pamela dando rienda suelta a un delirio de cabellos rubios – Escúcheme bien, no me gusta repetir dos veces lo mismo. Hace una semana mi marido fue asesinado en nuestra mansión.
– ¿Y quién era su marido?
– Se Llamaba Antonio Buendía, seguro que ha oído hablar de él. Hizo una gran fortuna como agente inmobiliario. Era un tipo muy emprendedor, pero en el fondo un debilucho. Yo siempre le decía que si no me tuviera a mí no duraría ni un día. ¡Ya ve usted! Tiburón en los negocios, pececito en su casa. Y como fue. Decidí pasar una semana en un balneario dejándole solo en casa y mire usted lo que ha ocurrido.
– ¿Tenía enemigos?
– Por supuesto que sí, en el mundo de los negocios siempre se tiene enemigos, pero no creo que ninguno de ellos tuviera valor suficiente para matarlo. A mi marido lo asesinaron por tener una prueba. Un video donde alguien importante se veía salpicado por turbios negocios. No ponga esa cara, mi marido no tenía secretos para mí. Aquella prueba la tenía desde hace mucho tiempo, la guardaba como salvoconducto por si algún día fuera necesario usarla.
– ¿Me podría describir que salía en aquel video?
– Por desgracia eso va a ser imposible. Nunca tuve oportunidad de verla, mi marido me lo impidió, decía que lo hacia por mi bien, no era necesario que yo corriera ningún riesgo.
– ¿Tiene idea de donde puede estar escondido?
– Al principio no lo sabía, o mejor dicho no lo quise saber, para evitar la tentación de echarle un vistazo. Pero antes de marcharme al balneario, por casualidad, tropecé con una estantería, esta calló al suelo y la cinta salió despedida. Estaba oculta en un ejemplar de Crimen y Castigo, ¡Que gran acierto! Me prometí a mi misma echarle un vistazo cuando llegara de viaje. Pero al llegar me encontré a mi marido muerto y el libro vacío. Alguien se lo había llevado.
– ¿Han sufrido algún tipo de amenazas antes del asesinato?
– Creo que no, aunque últimamente mi marido hacia cosas extrañas.
– ¿Cosas extrañas?
– Si, pasaba las noches en vela encerrado en su estudio, no acudía a trabajar y casi no probaba bocado. Aunque lo realmente extraño, fue la forma en que lo asesinaron.
– ¿De que habla?
– Si. Lo encontré totalmente desnudo, con una flecha clavada en el pecho y una especie de grabado en la espalda. Dios santo…que depravación…
– Tranquilícese, ¿Qué ponía en el grabado?
– Mírelo usted mismo-Extendió la mano, pasándole un pequeño papel. En este ponía: “Nadie es una isla, completo en sí mismo”
– ¿Tiene alguna idea de lo que quiere decir?
– En absoluto. Es una frase totalmente nueva para mí. Y lo más horrible de todo, es que aquel grabado estaba hecho con la propia sangre de mi marido. Por supuesto esto es una mera imitación. Ya verá usted el original.
– De acuerdo. Y ¿Por qué yo? ¿Por qué acudir a mí pudiendo contratar a una comisaría entera de policías?
– La policía ya esta al corriente de todo. Pero su forma de actuar deja bastante que desear. Prefiero que alguien lleve una investigación paralela, más personal.
– Vale, pero ¿Por qué yo?
– Esa pregunta es fácil de responder, mírese… he hecho averiguaciones sobre usted. Ex policía, apenas cinco casos en dos años y aquel escándalo en Murcia. Se hizo famoso en los periódicos ¿Lo sabía?
– ¡Periodistas! Esos que sabrán…
– Eso es algo que podríamos discutir…Además, tengo entendido que su exmujer no deja de atosigarle. ¿Qué se puede pedir más? Es usted un tipo acabado, señor Bourbon y quiero hacerle un favor. Si usted resuelve este caso, tal vez su nombre sea limpiado para siempre y todo podrá cambiar.
– Hay me has pillado encanto. ¿Como piensa pagarme?
– El dinero no será un problema se lo aseguro, ¿Le parece bien esto para empezar?- La mujer rellenó un cheque y se lo entregó- Tendrá el doble cuando todo halla terminado.
– Me parece razonable – Estaba intentando no perder la compostura ante un cheque con tantos ceros. Porque Jhonny Bourbon tenía un precio y aquella mujer había dado en el clavo.
– Apuesto que le interesará ver la escena del crimen. Pase mañana por mi casa a eso de las doce. Tome mi dirección.
Ella se levantó y caminó hacia la puerta, entonces se volvió.
– Por cierto, espero que tenga suficiente dinero con el adelanto para darse una ducha y comprarse un traje nuevo. Comprenda que mi casa tiene una imagen que deseo conservar.
Sin decir nada más se marchó dando un portazo. La habitación volvió a cargarse de humo, y su espacio quedó reducido.
Jhonny seguía mirando el talón y empezó a sonreír. Por fin la suerte estaba de su lado.

Capítulo 3
La sangre salpicaba la moqueta en guirnaldas de cobre líquido. Gines Martínez estaba de pie ante el cadáver con las manos en los bolsillos de su gabán. “El Gramola” siempre le pareció un lugar demasiado elitista para él. Había pasado por su puerta un sin fin de veces y siempre que algún camarada le invitaba a pasar y tomar una copa ,él se había negado en rotundo. Su carácter huraño y malhumorado le había llevado a la cima del éxito profesional y a una vida privada totalmente aislada del mundo real. Pero ahora estaba allí y lo último que le importaba era lo que los demás pensaran de él. Además, su instinto le indicaba que estaba delante de un caso bastante importante.
A sus sesenta años, se sabía licenciado en varios aspectos de la vida. Pero su gran logro había sido, durante más de cuarenta años, convertirse en un policía experto en psicología criminal. Todo crimen, según su experiencia, venía precedido por un complejo entramado de maquinaciones mentales, capaz de darle a un individuo el valor suficiente para matar. Es por eso, que más que la escena del crimen, se ha de estudiar los acontecimientos que han llevado a esa persona a delinquir. Allí se encontraba la clave para descifrar todo un misterio.
Lo que primero le llamó la atención, fue la forma en la que estaba distribuido el cadáver. El hombre se hallaba apoyado en la barra totalmente desnudo y con una especie de flecha clavada en el pecho.
Esto es obra de alguien muy meticuloso, pensó, no se ha ensañado con el cadáver y eso solo puede significar que el asesino no es una persona pasional, más bien es un tipo frío y calculador. Según el testimonio del camarero, la victima había estado tan solo cinco minutos a solas, lo que me lleva a pensar que el asesino tenía todo muy bien calculado.
Se acercó al cadáver y pudo observar algo en el costado. Era una especie de inscripción hecha con sangre. Tomo una muestra para el laboratorio y fotografió el escrito. Este rezaba: “Cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra”. Nunca antes había leído una frase semejante.
Se miró el reloj, ya eran más de las once. Volvió a meterse las manos en los bolsillos del gabán y salió del bar.
Al pisar la callé recibió de lleno una gélida brisa. La ciudad empezaba a caer en el tedio de la noche. Gines, odiaba vivir en la ciudad, era demasiado ruidosa para el silencio que el necesitaba. Caminó unos metros con la mirada ausente y cabizbaja hasta que su ayudante le entregó una caja de cerillas que habían encontrado en la chaqueta del cadáver.
La estudió durante unos segundos hasta hallar un nombre y un número de teléfono.
Lo primero que he de hacer es descubrir la identidad del cadáver, pensó, y después creo que le haré una visita a la señora de las cerillas. Una tal Julia Reís.
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Jhonny Bourbon había pasado toda la noche pensando en el significado de aquella frase: “Nadie es una isla, completo en sí mismo” pero por mucho que se esforzara no conseguía averiguar su significado.
Eran las doce de la mañana y se encontraba ante la Mansión de los Buendía.
La mansión languidecía en una extensa finca a las afueras de la ciudad. En realidad, era una vieja masia de la época señorial, totalmente restaurada hace unos años. En la fachada se podrían apreciar viejos grabados contractando con unos colores demasiado modernos.
Jhonny Bourbon empujó la verja de la entrada y caminó por un sendero repleto de hojas secas que emitían un pequeño chasquido al ser golpeada por sus zapatos. Al llegar a la puerta principal, llamó al timbre e inmediatamente la puerta se abrió descubriendo al mayordomo.
– Buenos días señor, ¿Qué se le ofrece?
– Hola, soy Jhonny Bourbon. Estoy citado con la señora Buendía.
– Si. La señora me avisó de que vendría. Siga usted ese camino que bordea la casa y llegue hasta las cuadras. En estos momentos la señora se encuentra allí.
Sin decir nada más cerró la puerta. Jhonny se encendió un cigarro y fue bordeando la casa hasta llegar a las cuadras. La señora Buendía se encontraba cepillando a un gran caballo de matices pardos. En su primer encuentro Jhonny no calló en la cuenta de fijarse demasiado en la figura de la dama. Pero hoy, con los pantalones de Hípica y una ajustada camiseta blanca, Jhonny no pudo evitar sentir un escalofrío eléctrico entre las piernas. Se fue acercando hasta llegar a su lado.
– ¡Vaya señor Bourbon, veo que es usted un hombre muy puntual!
– Mero protocolo Madame, en la vida privada suelo hacerme más de rogar.
– Está bien. ¿Le gustan los caballos, señor Bourbon?
– Solo las apuestas, el resto no me interesa.
– En ese caso le interesará este precioso ejemplar. La semana que viene debutará en las carreras y créame, tengo muchas esperanzas en él. Le agradecería que apagara ese cigarro inmediatamente. El humo estresa a los caballos.
– Lo siento señorita-tiró el cigarro al suelo y lo pisó ante la mirada de desprecio de la mujer- ¿Le gustaban los caballos a su marido?
– Por supuesto, era su gran pasión. Es una lástima que no pueda ver el debut de “Tornado”, le habría hecho mucha ilusión. Pero dejemos de hablar de caballos. ¿Quiere ver la escena del crimen?
Encerró al caballo en una de las cuadras y caminó hacia la casa. Jhonny le siguió, hipnotizado por el contoneo de sus caderas.
Entraron en una amplia habitación donde estanterías rebosantes de libros se expandían por todo el salón. Le llamó mucho la atención la forma de colocar los libros. En todas las lejas los libros descansaban formando una especie de escalera. Empezaba por un libro que ocupaba casi toda la altura de la leja y los siguientes iban disminuyendo el tamaño.
– Extraña manera de colocar los libros-dijo en un tono lánguido.
– Era una de las excéntricas costumbres de mi marido. Para él, una gran obra conlleva a una serie de derivaciones, es decir, alguien escribe un libro, un gran libro, sobre una temática determinada y años después, incluso siglos, otro escritor vuelve a escribir sobre el mismo tema fuertemente influenciado por la obra anterior. Y así sucesivamente. Es por eso que mi marido consideraba que la literatura es un conjunto de ramificaciones de una obra maestra. Ahí su forma de colocar los libros.
– ¡Interesante teoría! ¿Fue aquí donde encontraron su cuerpo?
– Si. Exactamente allí –Dijo señalando un viejo escritorio de roble- lo encontraron sentado en su silla con el cuerpo apoyado en la mesa.
– ¿Forzaron alguna puerta?
– No, ninguna puerta fue forzada. Tan solo uno de los cristales de la ventana estaba roto, como puede observar. Pero si se fija bien es imposible que alguien entre por ahí, la altura es de más de diez metros.
– Nada es imposible en esta vida-Jhonny se acercó a la ventana y estudió los bordes de la misma. En uno de ellos halló una especie de tela y sin que le viera, se lo metió en el bolsillo. – ¿Y el servicio?
– Está al fondo a la derecha.
– No me refiero a ese tipo de servicio, si no a la gente que trabaja aquí ¿Vieron algo?
– Lamentablemente no. A mi marido no le gustaba que la casa estuviera llena de sirvientes. Solo teníamos a Pablo. Venía al medio día con la comida preparaba y se marchaba. Por las noches mi marido y yo  siempre salíamos a cenar fuera. En cuanto a la limpieza, una empresa especializada en la materia venia una vez por semana.
– Pues centrémoslos en el señor Pablo. ¿Vio o escuchó algo ese día?
– No, según la policía el asesinato se produjo a las diez de la noche y a esa hora solo estaba mi marido en casa.
– ¿Y el mayordomo?
– ¿Mayordomo? No teníamos mayordomo.
– Hoy al llegar, un señor me ha abierto la puerta.
– Usted se refiere al señor Rodríguez, mi nuevo asistente. Como ya le he dicho, era una costumbre de mi marido impedir tener siempre servicio en casa, pero eso ya pasó. A si que no se sorprenda si la próxima vez que venga se encuentra aquí con la casa llena de criados.
– Disculpe señorita ¿puede venir un segundo? – Era el mayordomo, la mujer se excusó y dejó al detective a solas en la habitación.
Lo primero que hizo fue abrir uno de los cajones del escritorio. En su interior había una petaca de plata que no dudó en echársela al bolsillo y una agenda de cuero. Se sentó sobre la silla y la estudio con detenimiento. En la lista de teléfonos había un nombre señalado, era de una mujer, una tal “Julia Reís”. Según la agenda, esa señorita había estado citada con el señor Buendía el mismo día que lo asesinaron a las nueve de la noche.
¿Quién sería esa tal Julia Reís?, pensó, tengo que averiguarlo.
Tomó nota de su teléfono y se apresuró a guardar la agenda en el cajón al oír los pasos de la señora Buendía. Sabía que sí se lo hubiera pedido, la señora Buendía hubiera estado encantada de mostrarle la agenda, pero había algo en ella que no le gustaba. No podía fiarse de nadie.
Al meter la agenda en el cajón, algo salio de su interior arrastrado por la brisa. Lo recogió con un movimiento felino y se lo guardo en uno de los bolsillos de su gabardina.
– Disculpe señor Bourbon, pero el nuevo mayordomo todavía es un poco inexperto y requiere de una serie de consejos.
– No se preocupe, creo que ya he visto bastante. Será mejor que me vaya.
– Está bien, salga por donde ha venido. ¿No se perderá verdad?
– Tranquila, sabré guiarme a la perfección. En cuento tenga alguna noticia nueva no dudaré en llamarla.
– Eso espero señor Bourbon. No me haga pensar que ha sido un error contratarle.
– Descuide.
Se marchó sin decir nada más, abrumado por aquella arrogancia y por el paraíso de sus carnes.
Una vez en la calle sacó del bolsillo el papel que había en la agenda y lo estudió. Era la invitación de una fiesta para esta noche. En el dorso de la invitación aparecía una interminable lista de invitados, pero de todos los nombres solo le llamó la atención uno, el de Julia Reís.

Capítulo 4
Aquella mañana Julia Reis durmió hasta las doce del medio día. Con una fuerte resaca, herida quedó la aurora y pequeños pétalos del alba adornaron su lecho, su vida y sus ansias.
Se levantó con un fuerte dolor de cabeza, fruto de la noche anterior cuando la cocaína, el Martini y los cigarrillos formaban las notas del presente.
El suave tacto del agua caliente sobre su piel pareció acercarla por un momento al mundo real. Como siempre, salió de la ducha empapada y mientras dejaba secar al aire su cuerpo, se observaba en el espejo fumando un cigarrillo. Se miraba con la certeza exacta de que su juventud y su belleza tardarían todavía mucho tiempo en desaparecer. En realidad no era excesivamente guapa, pero sabía mantener la forma y entonar una mirada abrumadora, esa que hace que cualquier hombre quiera adoptarla al instante.

Mientras posaba ante el espejo, se veía sumergida en quiméricas expediciones donde su futuro no era más que un lecho embalsamado de sueños y brillantes oportunidades de éxito. Después regresaba a la realidad, aquella en la que tenía que ganarse la vida meneando las caderas ante un puñado de viejos salidos en el escenario del casino central.
Salió del baño y con el cuerpo todavía desnudo, dispuso una ralla de cocaína sobre la mesa para poco después hacerla desaparecer en lo más profundo de sus narices.
Últimamente se metía demasiado y ella lo sabía. Pero se negaba a abandonar el tibio vértigo que causa el vivir al filo de la navaja. Eso, y el hecho de ser una de las protegidas del “Turco” era lo que le permitía ganarse una paga extra y tener siempre en el bolsillo un buen tiro de coca.
Terminó de vestirse y se sirvió un vaso de Martini. El teléfono sonó y lo cogió con desgana. Al rato de colgar se quedó pensativa… Era un tal Gines Martínez, un policía  que investigaba un asesinato en el Gramola. Se habían citado para
esa misma tarde en la cafetería de un hotel.
Comenzó a ponerse nerviosa. Descolgó el teléfono con la esperanza de hablar con la única persona que podía ayudarla. Encendiéndose otro cigarrillo, marcó el teléfono del Turco.
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Cada persona forma parte de un imaginario círculo dentro del universo. Cada círculo es un mundo donde la persona que lo habita, decide o simplemente observa, el transcurrir de su vida. Aquella noche Jhonny Bourbon amplió los horizontes de su círculo para dejarla pasar, perdiendo por completo las riendas de su vida. Esa noche era la primera de un último día y la culpable de todo olía a sándalo, hablaba en silencio y soñaba despierta. La culpable de todo llevaba medias negras, la culpable de todo se llamaba Julia Reís…
Serían las diez de la noche y el salón estaba repleto. Se sentía perdido ante aquella muchedumbre embutida en los delirios del oro.  Se encontraba en medio del salón de bailes, con la gabardina que había heredado de su padre, intentando hacerse paso por aquel naufragio de trajes grises y burbujas de champán. Se encendió un cigarro mientras que a su lado, un tipo daba lecciones de economía a otro grupo de “Tipos”  y entonces la vio llegar.
Lo primero que le llamó la atención fue el intenso rojo de su vestido, resaltando entre el gris de todos los trajes. Caminaba indiferente, con seguridad y arrogancia. En un primer momento no se atrevió a clasificarla entre bellaza o sensualidad, a sí que decidió aceptarla como una sensual belleza. Estaba apoyada en la barra bebiendo un inexplicable cóctel Martini. Miraba a su alrededor aburrida y la imaginó esposa de un importante banquero. Pasando tediosas tardes de domingo a bordo del “Gavilán”el yate de su esposo. Una sonrisa fingida y la seguridad de tener a sus espaldas un marido que la ama y le ofrece un brillante futuro. Recordaría las calles de su infancia y de como un bonito cuerpo puede ayudarte a escapar del bario, a conocer los vaivenes del tango y a dormir en una cama caliente por las noches. No tendrían hijos, por lo menos hasta que su belleza se empezara a marchitar y su marido dejara de prestarle atención con la excusa de “Cariño, el trabajo es el trabajo”. Entonces tendrán hijos, recibiendo de ellos el amor que nunca tuvo o el que le arrebató la belleza un día.
– ¿Tienes fuego?
Despertó de la ensoñación y ella estaba delante de él. Mientras soñaba despierto había ido acercándose a ella.
– Si, por supuesto.-Le acercó el mechero y ella comenzó a soltar lentas bocanadas de humo, el carmín iba impregnando la colilla.
– No tiene pinta de millonario. ¿Acaso es usted uno de esos nuevos ricos que no les gusta aparentar el dinero que tienen?
– No, soy detective privado.
– Ya… imagino que es usted Jhonny Bourbon. El tipo que la señora Buendía ha contratado por la muerte de su marido. Supongo que habrá venido a hacerme un par de preguntas ¿me equivoco? Pero dígame una cosa, ¿Qué le hace pensar que voy a respondérselas? Estamos en mitad de una fiesta, en una gran noche ¿Por qué estropearla con un puñado de preguntas que no desembocaran en nada?
– Deje que sea yo quien piense eso. Veo que tiene muy claro que quiero interrogarla. Me alegra, así no tendré que andarme con rodeos. ¿Qué tipo de relación tenia usted con Antonio Buendía?
 – Veo que es usted una persona difícil de disuadir, pero hagamos un trato. Usted me permite que termine de beber este Martíni, si, no me mire así, pida usted otro. Disfrutemos de una agradable conversación y después, en un lugar más discreto me lanza todas las preguntas que desee. ¿De acuerdo?
– Esta bien muñeca, me has convencido. – Llamó al  camarero y pidió un vaso de Bourbon con dos cubitos.
– Vaya, ahora entiendo el significado de su apellido – Dijo soltando otra bocanada de humo.
– Si, eso creo. ¿Dónde ha dejado a su Marido?
– ¡Pero que simple es usted! Le ofrezco mi conversación, yo, una completa desconocida para usted. Una persona de la que sospecha y le ha pedido fuego. Y lo único que se le ocurre es preguntar por mi marido. La verdad es que me decepciona con esa simplicidad. Para ser detective, esperaba algo más original por su parte.  No había hecho esa pregunta con ninguna intención, ni siquiera le interesaba. Pero ahora se moría de ganas por saberlo. Quería entrar en su juego.
– De acuerdo. Veo que es usted muy exigente. ¿Qué debería haber preguntado?
– ¿Se ha dado cuenta de lo limpia que está la casa? Está tan limpia que parece la más sucia del mundo-Jhonny se sentía desconcertado- Fíjese, por mucho que busque no encontrará ni el mas mínimo rastro de polvo.
– Normal, esta gente dispone de medios para evitarlo.
 – Me vuelve usted a defraudar. Si se fija, la casa está limpia, no por el dinero, si no porque sus dueños no aprecian el significado de la vida. Para ellos el amor, el cariño, la felicidad, están detrás de todo lo que sea material.
– La que me sorprende es usted Madame. Resulta que es capaz de analizar a la gente solamente por la limpieza de su casa. ¡Eso si que es bueno!
– No vuelva a llamarme Madame, tengo un nombre.
– Sí y ese nombre es el de Julia, Julia Reís. Pero me gustaría saber cual es su verdadero nombre…
– Eso no importa ahora.-Apagó el cigarro y volvió a encender otro. Esta vez no pidió fuego, ella misma cogió el encendedor de la chaqueta del detective.
– Vale, nada de ese tipo de preguntas por el momento. Pero ¿le gustaría contarme esa historia del polvo? Me muero de incertidumbre.
– Por supuesto. El polvo entra a nuestras casas por las ventanas arrastrado por la brisa. Pero ¿se ha preguntado usted de donde viene ese polvo? Pues el polvo proviene de la tierra y mediante ese gesto nos está obsequiando con un pedazo de ella misma. Recordándonos que tras las fronteras de nuestras casas existe un mundo maravilloso que nos espera, para derramar sobre nosotros amaneceres, días de lluvia, soleados momentos de nuestra vida. ¿Cree usted que esta gente puede apreciar eso? No. Para ellos el polvo es algo que hay que erradicar. Eliminar de sus vidas para que otras personas que piensan igual que ellos, puedan apreciar una casa limpia y sin sentimientos.
– Me parece interesante, pero ¿No cree que si nunca limpia ese polvo, llegará un momento en el que le resultará imposible convivir con él?
– No es necesario conservarlo para siempre. La tierra, al igual que cualquier ser vivo, tiene necesidad de renovarse. Es la forma que tiene de conservar su esencia y el significado de su existencia.
– Entonces yo podría ser el hombre con más sentimientos del mundo. Tendría que ver mi despacho…
-Si, puedo imaginármelo… En lo referente a la pregunta de mi marido, puede estar tranquilo no estoy casada. Una vez lo estuve, pero comprobé que el amor no es como la tierra. Lo puedes ir renovando poco a poco con sueños, nuevas ilusiones. Pero llega el momento en el que esa situación se hace insostenible. En ese punto el amor no se puede renovar, envejece y al final muere, al igual que la persona. ¡Jamás volveré a enamorarme!
– Le entiendo, yo también estuve casado con una arpía. Pero no creo que pueda evitar volver a enamorarse. Eso es algo que escapa de nuestro control.
 – Sí ha paseado alguna vez por la ciudad, habrá observado lo variadas que somos las personas. Caminas codo con codo con otras gentes que ni siquiera conoces. Entre algunas de esas personas seguro que se encuentra el amor de tu vida. Convivís en una misma ciudad, con vidas totalmente distintas. Hasta que un día vuestras miradas se cruzan y allí es donde fluye el amor. Dejáis de ser dos extraños y vuestras vidas se funden en una sola. Usted tiene razón, no puedo evitar volver a enamorarme, pero si puedo vivir una mentira. Ignorar que mi mirada se ha cruzado con la de ese extraño y seguir viviendo con la esperanza de no volverlo a ver. Además, los hombres son tan simples que me resultan aburridos. Por eso aprovecho lo máximo que pueden dar y a lo máximo que puede aspirar un hombre es a tener sexo con una mujer. El sexo de una sola noche es lo único que me atrae de los hombres.
– El sexo de una sola noche es un aliciente exquisito. Pero ¿No se pregunta que habría pasado si continua viendo a ese hombre, cómo sería su vida con él?
 – Siempre me lo pregunto, pero como le he dicho, el amor es algo que se acaba y por eso es mejor no empezar.
– Eso es algo que podríamos discutir.
– Seguramente, pero no me interesa su opinión. Simplemente me he limitado a responder su pregunta sobre mi marido. Por cierto, se está haciendo tarde. ¿Qué tal si continuamos esta entrevista en mi limosina camino de ningún lado? Allí podrá hacerme todas las preguntas que desee sobre el señor Antonio Buendía.
– Encantado.
Sin decir nada más los dos abandonaron la fiesta. Él caminaba tras ella, perdiéndose por las lindes de su vestido, arrastrado por un olor a sándalo embriagador. Aquella mujer, con su extraña conversación y sin querer, le había robado el corazón. ¿Qué te pasa? –pensó- Es una sospechosa y a las primeras de turno te dejas embaucar por su picaresca y te quedas embobado como un tonto. Estás trabajando, piensa en todo el dinero que está en juego, en tu prestigio. ¿Qué importa eso ahora? -Se contesto- acaso tiene pinta de sospechosa. Mírala, por lo ajustado de su vestido sería imposible que escondiera un arma. Además llevó mucho tiempo en el negocio y se cuando el peligro está cerca. Aunque he de reconocer que aquella mujer tiene algo extraño…
Sus pensamientos se vieron interrumpidos al recibir sobre el rostro la gélida brisa de la noche. Los dos montaron en una limosina bastante grande. En su interior ella le sirvió un vaso de Bourbon y otro Martini.
– Bueno. Ahora soy yo el que hace las preguntas ¿de acuerdo?-ella asintió. ¿Dé que conocía al Señor Buendía?
– El señor Buendía y yo llevábamos varios negocios entre manos. Era una persona capaz de sacar dinero de cualquier lado y yo me aprovechaba de su talento.
– ¿Qué tipo de negocios tenían entre manos?
 – Básicamente en las apuestas de caballos. El señor Buendía era dueño de un gran número de caballos. Yo simplemente invertía dinero en sus cuadras y el me devolvía el doble de lo que yo le entregaba. Los dos sacábamos beneficios.
– ¿Sus relaciones fueron siempre buenas?
– Por supuesto. Mientras se ganara pasta, los dos éramos felices.
– ¿Eran amantes?
– Por supuesto que no, dudo que el señor Buendía consiguiera mantener una erección durante mucho tiempo.-Mientras decía esto, dejó al descubierto una de sus piernas- ¿Le gustan mis piernas Señor Bourbon?
– Son preciosas nena, pero no te servirán de coartada.
– Ve como es usted muy simple.-acercó su boca a escasos centímetros de la boca del detective- Le he observado durante todo el tiempo que hemos estado hablando. Al principio usted intentaba transmitir su superioridad ante mí, pero poco a poco ha ido cayendo situándome a mí como en un nivel superior al suyo. ¿A que se debe ese exceso de confianza? ¿No cree que nunca somos lo que aparentamos? Quizás yo fui quien mató al señor Buendía, incluso la copa que usted está tomando podría llevar una pequeña dosis de veneno. Pero tranquilo, no ponga esa cara. Ni yo maté al señor cortes, ni en su copa hay veneno. Esa sería una forma demasiado sencilla de acabar con usted.-Él intentó besarla y ella le abofeteo. Fue en ese instante cuando Jhonny Bourbon descubrió que estaba ante una verdadera dama.-   deje de mirarme las piernas. Ese es un mundo que usted jamás explorará. Además estoy cansada, será mejor que se baje y que sigua buscando al asesino del señor Buendía.
La limosina se detuvo y bajó de un salto. Antes de emprender la marcha, una de las ventanillas se abrió y ella asomó la cabeza.
– Por cierto, señor Bourbon. Si desea hacerme mas preguntas, actuó todas las noches en el casino.
La ventanilla se subió y la limosina emprendió su marcha. Desde la acera la vio alejarse y a ella sonreír desde el espejo. La limosina se perdió en el horizonte dejando la calle oscura y la figura del detective tenuemente iluminada por la luz de una farola. Cabizbajo Jhonny Bourbon se sintió huérfano con un sabor parecido a la amnesia en su paladar.

Capítulo 5
Había empezado a llover y Gines Martinez caminaba bajo la lluvia. Las calles iban perdiendo formas hasta convertirse en una acuarela abstracta con el policía perdiéndose en sus colores. Caminaba sin rumbo, fumando un pitillo mientras la lluvia iba empapando los límites de su gabán. Solo cuando llovía, la ciudad parecía un lugar habitable, con la tranquilidad y el silencio de las gotas de agua salpicando las aceras.
Hacía solo unos minutos que acababa de entrevistarse con Julia Reís en la cafetería de un hotel y nunca imaginó que aquel interrogatorio acabaría de esa forma.

En ningún momento de la entrevista se sintió intimidado por la frialdad de Julia, él había tratado a millones de mujeres como esa y sabía a la perfección que una mujer medianamente atractiva puede sobreponerse ante cualquier hombre aplicando una frialdad y una belleza calculada al milímetro. Pero el había lidiado en otras plazas y jamás se dejó embaucar por ese tipo de juegos.
Lo que realmente le tenía intrigado era la clase de amistades por las que se veía rodeada la señorita Reís. A mitad del interrogatorio el Comandante en jefe de la policía nacional había telefoneado a Ginés Martínez pidiéndole que no molestara a la señorita Reís. Fue en ese momento cuando Julia se levantó y luciendo una triunfal sonrisa desapareció por la recepción del hotel con la certeza de saberse a salvo. Y el cadáver… todavía no tenía la identidad del cadáver. En el laboratorio le dijeron que hasta la noche no tendrían los resultados, y sin esa información era difícil agarrar la investigación por ningún lado. Solo tenía a Julia Reís, y una llamada de teléfono se la arrebató de las manos. Pero el sabía que eso no era suficiente para detenerle y que en el futuro volvería a encontrarse con esa sonrisa fría y calculadora.
La lluvia comenzó a apretar y en ese instante Ginés Martínez se encontraba en la puerta de su apartamento. Subió las ciento cincuenta escaleras que le llevaban a su tercer piso y entró dejando un rastro húmedo en el ambiente.
Una vez en su interior, rebuscó entre sus viejos discos de Jazz. Descorchando una botella de vino se sentó en uno de los sillones con el gabán empapado mientras sonaba “Out of Nowhere” de Mile Davis. Esos momentos son los únicos que permitían a Ginés Martínez tomarse una tregua con el mundo.
Llevaba años viviendo solo y se había acostumbrado a la soledad. Pero cuando su mirada se topaba con el portarretratos de Lorena sentía una leve punzada en el pecho que ni el vino ni el Jazz podían soliviantar.
– Eras preciosa nena.
Dijo en voz alta mientras encendía un cigarro. En la fotografía, Lorena aparecía sonriente en una terraza de la Piazza de San Marcos en Venencia. Aún recordaba la algazara de las palomas en la catedral, las vistas de San Giorgio Maggiore a través de la laguna y la fuente en la que una damisela se empapaba con la Dolce Vita.
A Lorena la conoció cuando él tocaba con su grupo de Jazz en los suburbios de Manhattan. Ella era camarera de uno de esos suburbios. Nunca se dirigieron la palabra, pero una noche en la que Ginés se quedó hasta tarde después de tocar bebiendo solitario en la barra, tres chicos entraron al bar bastante bebidos. Gines no les hizo caso, era estudiante de policía y sabía que en esas situaciones es mejor hacerse el despistado. Pero uno de esos chicos comenzó a meterse con Lorena. Saltó la barra y cogiéndola fuertemente por las muñecas intentaba besarla. Gines no lo dudó y levantándose le estalló al muchacho una botella de Whisckey en la cabeza. Pero Gines no había contado con el apoyo que contaba el muchacho, y los otros dos amigos le propinaron una paliza impresionante dejándole inconsciente en el suelo.
Cuando se despertó estaba en la trastienda tumbado en un sillón y Lorena aplicándole yodo en las heridas. Nunca se había fijado en sus grandes ojos negros ni en su tímida sonrisa y en ese momento sintió todo el peso del mundo caer sobre sus huesos.
– Has sido muy valiente, esos chicos podían haberte matado.
– No soy valiente, solo estaba borracho.
– Pues has sido muy borracho, esos chicos podían haberte matado.
– Sí, pero no lo han hecho y ahora estamos aquí, tu y yo. ¿Estás bien?
– No te preocupes, solo ha sido un susto. Pero tú tienes la cara destrozada.
– Seguramente está bien, tampoco es una gran pérdida.
– Pero sangras mucho. ¿Cómo puedo agradecerte lo que has hecho por mí?
– Fugándote conmigo.
En ese momento se creó un gran silencio y dos horas mas tarde los dos volaban de Manhattan hacía Madrid.
Nunca se amaron, pero existió entre ellos una complicidad muy parecida al amor. Compartían lecho, sus cuerpos y gran parte de sus vidas.
Pero un día, cuando Gines llegaba de trabajar, encontró una nota sobre la mesa de su apartamento. No la leyó, pues sabía muy bien lo que ponía en ella y desde ese momento comprendió que Lorena se había enamorado y se marchó para no echarlo todo a perder.
Se levantó del sillón y se asomó a la ventana. La lluvia había cesado y las calles estaban húmedas. La tenue luz cosmopolita de la ciudad se filtraba por la ventana. Gines abrió el cristal y apoyándose en el borde tomó el saxofón y entonó las notas de la “Backer Street” los acordes se filtraban por las calles y en ese instante la ciudad quedó sumida en una especie de melancolía pasajera.
El teléfono sonó y dejando el saxofón correctamente colocado en su funda se dispuso a cogerlo.
– ¿Diga?
– Buenas noches Gines, ya tengo los resultados de las huellas Dactilares- Era Vicente, el analista jefe de criminología.
– ¿Y qué tenemos?
– Se trata de Domingo Cortes. Estaba fichado por una serie de hurtos cuando tenía doce años. Pasó un tiempo en un reformatorio pero a los trece años se le perdió la pista. Mas tarde, según consta en el registro, montó una taller de coches situado en Murcia donde al parecer las cosas le iban muy bien hasta hace poco. Viajaba mucho a Madrid pues pretendía abrir otro taller aquí. Era adicto a las carreras de caballos, lo que le hizo tener grandes deudas y perder mucho dinero. Siempre apostaba por el caballo numero cinco, cosa extraña, pues ese caballo nunca ganaba. Pero hay una cosa que no entiendo. Es muy extraño que no exista datos sobre él desde los trece hasta los veinticinco años, es como si alguien los hubiera borrado el archivo. Dame tiempo, intentaré averiguar algo.
– Muy bien.
La llamada se cortó y Gines se quedó pensativo.
Las apuestas de caballos generan mucho dinero, pensó, y si eres un adicto al juego puedes encontrarte con muchos enemigos, enemigos que incluso pueden llegar a quitarte de en medio si es necesario. Creo que mañana haré una visita a las cuadras del hipódromo.
El teléfono volvió a sonar. Gines pensó que seguramente a Vicente se le habría olvidado algo. Lo descolgó y sólo se escuchaba un leve pitido, hasta que de repente una voz distorsionada comenzó a gesticular.
– ¡Tienes que salir de tu piso, van a matarte!
La llamada se cortó y Gines escuchó varios pasos en el pasillo y como alguien intentaba abrir su puerta…
Capítulo 6
Las noches en vela son un claro presagio de que al llegar el alba, el día será muy duro.
Jhonny Bourbon no había pegado ojo en toda la noche. Después de la entrevista con Julia Reís, Jhonny Bourbon se sintió el hombre más solitario del mundo. Ante esa situación, él sólo conocía un antídoto para erradicarla y era la barra del “Happy Duck” un bar solitario donde pintores, poetas y el resto de los mortales ahogaban las penas en alcohol.
Su rostro era iluminado por las farolas en la noche. Mientras caminaba, empezó a llover. Las gotas de lluvia golpeaban su cuerpo con furia y él las recibía con entusiasmo fugaz.
A esas horas la calle estaba desierta y mientras recorría aceras y fondas, creyó adivinar el sonido de un saxofón entonando la “Backer Street”. Fue en ese momento cuando la melancolía y la sed, adquirieron su nota máxima.
Al entrar al “Happy Duck” pudo sentir el calor que producen los problemas ajenos. Un grupo de hombres languidecían a lo largo de la barra con la cabeza cabizbaja y con olor a humo en la ropa. No se escuchaba música, pues no la había. Tan solo el ronroneo del ventilador. Fugaces episodios de tos, asma y frío en el alma, dotaban al bar de un toque místico y deprimente.
Jhonny Bourbon fue a parar a uno de esos taburetes de cuero rojo que en años mejores fueron el “no va más” de la moda y ahora se veían obligados a cargar con todo el peso del mundo y a consumir las colillas del tiempo. Las mesas estaban vacías.
A su derecha, una Damisela de corte clásico apuraba la ginebra de su vaso. El maquillaje apenas conseguía ocultar las heridas del tiempo y sus recuerdos la traicionaban con una mano derecha en la que nunca pudo colocar el letrero de mujer casada y con hijos.
Jhonny Bourbon encendió un cigarro y llamó al camarero. Este era menudo, portando un bigote salpicado en hebras blancas. Su mirada transmitía el tenue matiz de “no me importan tus problemas pero sabré escucharte”. Jhonny pidió un vaso de Bourbon.
Al sentir el sabor a malta recorrer su garganta, se dejó llevar a un instante de sensaciones, de los que sólo volvía para dar una nueva calada a su cigarro.
Al rato de llevar unas cuantas copas y sentir como se caldeaba su cuerpo. Un hombre se sentó junto a él en la barra. Jhonny le observó por unos instantes. Era larguirucho. El azul cerúleo de sus ojos contrastaban con un rostro adusto y perverso, pero sus movimientos eran dulces y tranquilos. Jhonny Bourbon creyó estar ante una gran contradicción de individuo.
– Un mal día ¿Eh?-Dijo el hombre que acababa de entrar.
– Yo lo clasificaría mejor como una mala vida.
– Te entiendo, yo estoy en la misma situación. ¡Esta vida es muy puta! ¡Camarero un Vodka con Limón par mí y otro Bourbon para mi amigo!
– ¿Le conozco?
– Claro que no –dijo blandiendo una media sonrisa.- somos dos personas completamente desconocidas que por algún extraño motivo hemos sido víctimas del destino y ambos hemos tenido el valor de entrar en esta inhóspita fonda para ahogar las penas en alcohol. Aunque si lo prefiere puede decirme su nombre. Yo le diré el mio, así seremos un poco menos desconocidos y nuestras penas se irán disipando conforme nuestra conversación se torne a temas menos mundanos, con el calor que desprenden dos buenos amigos. Mi nombre es Paco, aunque hubo un tiempo en el que todos me conocían como Paco “El potro de la venta el pino”.
– Encantado. Mi nombre en Jhonny Bourbon. Soy detective privado. Estoy totalmente perdido en un caso y esta noche me he enamorado de la principal sospechosa.-Aquel individuo transmitía tanta confianza que Jhonny no dudo en mostrarse totalmente sincero con él.
– Enamorarse es algo muy peligroso amigo mío. Pero no podemos hacer nada ante eso. Los hombres somos unos sentimentales y unas mierdas, pero aquí estamos…
– Sí. Oye, y ¿Qué es eso del “Potro de la venta el pino”?
– Digamos que era el nombre que tenía en otra época. En los tiempos en lo que todo era una fiesta y yo una maquina de dar hostias.
– ¿Acaso era usted sacerdote?
– Jeje, es la primera vez que alguien me ve como un sacerdote. Es usted un buen tipo. Era boxeador. Fue hace trece años, yo era un chaval con mucha furia y encontré en el ring el lugar idóneo para descargarla. Al principio solo luchaba por diversión, pero un día, un patrocinador se interesó por mí y lo convertí en una forma de ganarme la vida.  En ese mismo momento mi vida se convirtió en una carrera contrarreloj hacía el éxito. Tenía dinero, mujeres y un gran número de personas deseando hacerme la pelota.
– ¿Y qué pasó?
– Pues un mal día estaba con unos amigos tomando unas copas en un bar. Entonces llegó un hombre buscando pelea. Yo tenía prohibido buscarme líos fuera del ring y aquel tipo estaba buscando una buena paliza. Empezó a meterse con nuestras mujeres y allí exploté. Le di un fuerte puñetazo en la carra y este se desplomó en el suelo. Al ser conciente de que había perdido el control y le había golpeado tuve que darle un fuerte golpe a la pared para descargar toda la rabia que tenía acumulada. Me rompí tres dedos de la mano y con ese golpe puse fin a mi carrera. Desde entonces todos me fueron dando de lado, mi mejor amigo se fugó con mi mujer y el dinero se lo comieron las facturas. Pero bueno, eso fue hace mucho tiempo y ahora no me puedo quejar. He aprendido que la vida es muy bonita y más bonita todavía si la miras tras un vodka con limón. ¡Camarero, dos copas más! ¿tiene alguna pista sobre su caso?
– Solamente una especie de inscripción y varias sospechas sobre una mujer.
– ¿Una inscripción?
– Si, una especie de escrito que el asesino dejó sobre la victima.
– ¿Y que dice?
– Era algo como…“Nadie es una isla, completo en sí mismo”
– ¡Ah sí, conozco esa frase!
– ¿De veras?
– Sí. ¿Ha leído usted a Hemingway? Sí, no me mire así. Cuando lo perdí todo, dedique mucho tiempo a la lectura y Hemingway era uno de mis autores favoritos. Esa frase la podrá usted encontrar en algunas ediciones de “Por quién doblan las campanas”. Aunque la frase no era de Ernest Hemingway si no de John Donne. Hemingway la escogió para dar titulo a su novela. Le recomiendo que investigue en ese libro, pues la frase es más larga aunque yo no la recuerdo con exactitud.
– Señor, acaba usted de revelarme un enigma. ¿Qué puedo hacer para agradecérselo?
– ¿Qué tal un par de copas más?
– Eso está hecho.
Las copas se prolongaron hasta altas horas de la noche. Lo que había empezado como un recital de penas, se había convertido en una exquisita mezcla de risas y bromas. Jhonny Bourbon encontró en aquel exboxeador la terapia que necesitaba para sus penas. Porque aquel hombre no estaba acabado, ya que su misión en el mundo era hacer que los demás se sintieran felices. Despidieron la noche con el penúltimo trago, ya que por mutuo acuerdo decidieron juntarse más a menudo para beber. Bautizaron ese momento como “Un Humprey” en honor a la escena de casa blanca en la que Humprey Bogart estaba derrotado ante la barra con una botella de Whisckey y le contaba las penas a Sam.
Los dos se despidieron con “Creo que este es el comienzo de una bonita amistad”.
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Capítulo 7
Había amanecido y Jhonny Bourbon se encontraba en las puertas del Hipódromo con los ojos sanguinolentos. Se sacó del bolsillo una pastilla de Ibuprofeno y la engulló con ahíto. Aquellas píldoras se habían convertido en sus aliadas tras las noches de jolgorio. La lluvia había desaparecido y el olor a tierra mojada inundaba el ambiente.
Por primera vez en todo el caso, tenía algo a lo que agarrarse. Sabía de donde provenía la frase hallada en el cadáver y por la tarde le darían el resultado de los análisis hechos a la telilla roja que halló en el borde de la ventana del señor Buendía. Aquel favor le había costado dos cajetillas de cigarros y una botella de ginebra Bols. Ahora se disponía a investigar en el despacho que el señor Buendía tenía en el hipódromo.
No le costó mucho trabajo colarse en el interior de las instalaciones. Aquella mañana no había carreras y la vigilancia era más bien escasa. Atravesó las cuadras, donde el olor a tierra se mezclaba con la paja y el estiércol. Al llegar al final de las cuadras, una puerta conducía a unas escaleras de caracol que ascendían al piso superior. Emprendió la subida a gran velocidad mientras las escaleras temblaban a cada paso que daba.
Una vez en el piso superior, el pasillo se ensanchaba. Las paredes estaban empapeladas de color ocre mientras la moqueta, de matices granates, daban a la estancia un toque muy “Español”. Mientras avanzaba, pasó por delante de varias puertas pero ninguna indicaba el nombre de Antonio Buendía. Llegó al final del pasillo y encontró lo que buscaba. Estaba ante el despacho del señor Buendía, pero la puerta estaba abierta y Jhonny Bourbon echó mano de su vieja Mágnum por si las cosas se ponían feas.
Empujó la puerta con un pie y el despacho quedó al descubierto.
Todo estaba patas arriba, por un instante se imaginó como debería haber sido la estancia antes de que nadie la saqueara. Una gran ventana dotaba a la habitación de una agradable luz natural que contrastaba con las diáfanas maderas de los muebles de roble. La moqueta, aterciopelada, se extendía por toda la habitación. Estaba llena de libros abiertos. Jhonny observó las estanterías vacías y pensó que antes, los libros deberían estar colocados de forma piramidal, tal y como el Señor Buendía los tenía colocados en el estudio de su mansión.
Después de echar una ojeada a los alrededores se tranquilizó al no observar ningún movimiento. Volvió a guardar su revolver y se dispuso a investigar el despacho. Se acercó hacia la mesa principal y tuvo que frotarse los ojos ante la visión que tenía delante. Un hombre yacía en el suelo gravemente herido, se acercó un poco más y comprendió que aquel tipo sólo le quedaban  unos instantes de vida.
No era la primera vez que Gines Martinez se encontraba en medio de una situación difícil. Los golpes en la puerta cada vez eran mayores y en unos segundos la puerta cedería dejando paso a los asaltantes. Es por eso que el policía había hecho trinchera en la cama y apuntaba con su revólver a la puerta esperando cualquier símbolo de movimiento para disparar en el acto.
Recordó su estancia en Italia, cuando una noche de crepúsculo lluvioso se vio en medio de un tiroteo y una de las balas le hirió en el costado dejándole una cicatriz de por vida, recordándole los peligros de su profesión. Pero ahora estaba en Madrid, la herida cicatrizó hace tiempo y sus ganas de vivir eran enormes.
Por fin la puerta se abrió y una gran ráfaga de proyectiles atravesó la habitación dejando un fuerte olor a pólvora. Por suerte no estaba herido.
Incorporándose acertó a vaciar medio cargador sobre la puerta. No le dio a nadie, pero era símbolo de que no se rendiría tan fácilmente.
La segunda ráfaga volvió a sonar y esta vez los proyectiles pasaron muy cerca de su cabeza. Se encendió un cigarro y volvió a respirar. A pesar de la distancia, pudo sentir como una de sus balas se incrustaba en el pecho de alguien y un sonido ahogado sonó desde el pasillo del edificio.
Estaba sudando y su corazón latía con más fuerza que nunca.
Por un momento todo quedó en silencio y Gines percibió una especie de susurro del exterior. Volvió a soltar un par de disparos, pero ambos acabaron escorándose en el marco de la puerta.
Entonces otra ráfaga inundó la habitación. Las balas, furibundas, recorrían la corta distancia con el fervor de la sangre, rebotaban en las paredes y destrozaban todo a su paso, pero Gines seguía estando a salvo tras la trinchera improvisada. El sonido de los casquillos sobre el suelo, la gran polvareda creada en el ambiente y la oscuridad de la noche, hacían creer al policía que estaba en mitad de un trance del que pronto despertaría.
Una de las balas dio de lleno en la Foto de Lorena y los cristales arañaron el rostro de Gines. Estaba sangrando pero solo era una herida superficial. Agarro con fuerza su revolver y volvió a disparar. Se estaba quedando sin balas.
Con el rostro abotargado intentó arrastrarse hasta el otro extremo de la habitación abandonando su trinchera. Las balas silbaban sobre su cabeza, hasta que consiguió agazaparse tras su escritorio y desde allí volvió a disparar. De nuevo acertó, ya se había desecho de dos, pero ¿Cuántos eran?
Desde la puerta lanzaron un bote de gas lacrimógeno y la habitación comenzó a llenarse de humo. Gines comenzó a sufrir los primeros episodios de asfixia, ya no le quedaban balas. Volvió a arrastrase hasta su posición inicial y decidió que había que largarse de allí.
Por un momento le pareció curioso que el gramófono siguiera sonando, cuando nadie disparaba se podía apreciar los acordes del Jazz y Gines no puedo contener una risotada al pensar que estaba en el tiroteo con mayor glamour de su carrera.
Consiguió trepar hasta la ventana y alcanzar la escalera de incendio. Con gran velocidad bajó los escalones mientras  desde su ventana, las balas descendían con el único fin de darle directamente en la cabeza.
Corrió por el callejón y de un salto subió en su coche. La noche comenzaba a adquirir la claridad del alba, pronto amanecería.
Saliendo a toda velocidad, se alejó de su edificio con la sensación del que escapa al garrote vil, pero su sensación de libertad se vio ofuscada cuando por el retrovisor divisó a dos coches que le seguían a gran velocidad.
“Esto acaba de empezar” se dijo y encendió otro cigarro y la radio del coche. Sonaban los Rolling Stones con su “Around and around”.
Estaba amaneciendo y la ciudad dormida despertaba ante el telón de acero que se difuminaba sobre las calles todavía mojadas de la noche anterior.
Por el retrovisor pudo apreciar como los dos coches estaban cada vez más cerca. Por suerte, en la guanera tenía un par de cargadores para las situaciones difíciles. Con la pistola cargada se sentía preparado para todo.
Uno de los coches le golpeó desde atrás y todo el coche sufrió una fuerte sacudida. Asomando la pistola por la ventanilla, dejó caer dos disparos a modo de advertencia haciendo retroceder a los vehículos. Pero mientras tanto, el otro coche se había posado a su altura y le goleo desde el lado empujando a Gines al carril contrario donde los primeros vehículos arrastraban los cuerpos de sus adormecidos dueños al centro de la ciudad para ir al trabajo. Tuvo que esquivar a un par de coches hasta volver a incorporarse a su carril.
Era hora de atacar y con gran fiereza embistió al otro vehículo hacía las murallas del alcen. El coche golpeó contra la pared soltando un fervor amarillento en forma de chispas. Y Gines volvió a golpear. Esta vez el vehículo impactó sobre una de las farolas de la vía quedando totalmente inutilizable.
Ahora solo tenía que preocuparse del otro que ya estaba golpeándole en la parte de atrás.
El coche de Gines volvió a dar una fuerte sacudida y de nuevo sintió el silbar de las balas sobre su cabeza. Una de ellas le impactó sobre el hombro haciéndole soltar un alarido de dolor. La sangre le corría por el brazo pero llevaba muchos años de carrera y sabía que una herida de bala en el brazo no era algo de lo que debía preocuparse en esos momentos.
El coche volvió a golpearle lanzando su coche hacía la barrera del alcen. El lado derecho impactó sobre el muro y a punto estuvo de volcar. Pudo ver una salida a pocos metros y escapó por ella. El brazo se le estaba durmiendo y no podía disparar mientras conducía. Cuando vio de nuevo al coche acercarse a gran velocidad dio un fuerte volantazo y salio campo a través pero una de las balas de sus asaltantes impactó sobre la rueda derecha y el coche dio dos vueltas de campana.
Cuando el coche se detuvo estaba totalmente destrozado. Gines estaba todavía vivo y salió por una de las ventanas con el cuerpo ensangrentado. Sirviéndose esta vez de trinchera  su coche con las ruedas hacía arriba, comenzó a disparar al coche que se acercaba para rematarlo. Tenía el brazo derecho totalmente dormido y el izquierdo parecía una maquina escupiendo balas.
Una de ellas impactó sobre la cabeza del conductor y el coche perdió el control dando varios bandazos hasta chocar con una torre de alta tensión. A los pocos segundos el coche explotó dejando una estela de fuego.
Gines Martinez llamó a su compañero explicándole lo sucedido.
A los pocos minutos todo se llenaría de policías pero Gines Martinez no estaría allí para verlo, cogiendo un coche prestado, condujo directamente hacía el hipódromo amparado por un cielo arrebolado. Estaba metido en un caso más difícil de lo que él pensaba…

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