Asesinato a doble espacio (Capítulo 5)

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Había empezado a llover y Gines Martinez caminaba bajo la lluvia. Las calles iban perdiendo formas hasta convertirse en una acuarela abstracta con el policía perdiéndose en sus colores. Caminaba sin rumbo, fumando un pitillo mientras la lluvia iba empapando los límites de su gabán. Solo cuando llovía, la ciudad parecía un lugar habitable, con la tranquilidad y el silencio de las gotas de agua salpicando las aceras.
Hacía solo unos minutos que acababa de entrevistarse con Julia Reís en la cafetería de un hotel y nunca imaginó que aquel interrogatorio acabaría de esa forma.

En ningún momento de la entrevista se sintió intimidado por la frialdad de Julia, él había tratado a millones de mujeres como esa y sabía a la perfección que una mujer medianamente atractiva puede sobreponerse ante cualquier hombre aplicando una frialdad y una belleza calculada al milímetro. Pero el había lidiado en otras plazas y jamás se dejó embaucar por ese tipo de juegos.
Lo que realmente le tenía intrigado era la clase de amistades por las que se veía rodeada la señorita Reís. A mitad del interrogatorio el Comandante en jefe de la policía nacional había telefoneado a Gines Martinez pidiéndole que no molestara a la señorita Reís. Fue en ese momento cuando Julia se levantó y luciendo una triunfal sonrisa desapareció por la recepción del hotel con la certeza de saberse a salvo.Y el cadáver… todavía no tenía la identidad del cadáver. En el laboratorio le dijeron que hasta la noche no tendrían los resultados, y sin esa información era difícil agarrar la investigación por ningún lado. Solo tenía a Julia Reís, y una llamada de teléfono se la arrebató de las manos. Pero el sabía que eso no era suficiente para detenerle y que en el futuro volvería a encontrarse con esa sonrisa fría y calculadora.

La lluvia comenzó a apretar y en ese instante Gines Martinez se encontraba en la puerta de su apartamento. Subió las ciento cincuenta escaleras que le llevaban a su tercer piso y entró dejando un rastro húmedo en el ambiente.
Una vez en su interior, rebuscó entre sus viejos discos de Jazz. Descorchando una botella de vino se sentó en uno de los sillones con el gabán empapado mientras sonaba “Out of Nowhere” de Mile Davis. Esos momentos son los únicos que permitían a Gines Martinez tomarse una tregua con el mundo.
Llevaba años viviendo solo y se había acostumbrado a la soledad. Pero cuando su mirada se topaba con el portarretratos de Lorena sentía una leve punzada en el pecho que ni el vino ni el Jazz podían soliviantar.

– Eras preciosa nena.
Dijo en voz alta mientras encendía un cigarro. En la fotografía, Lorena aparecía sonriente en una terraza de la Piazza de San Marcos en Venencia. Aún recordaba la algazara de las palomas en la catedral, las vistas de San Giorgio Maggiore a través de la laguna y la fuente en la que una damisela se empapaba con la Dolce Vita.
A Lorena la conoció cuando él tocaba con su grupo de Jazz en los suburbios de Manhattan. Ella era camarera de uno de esos suburbios. Nunca se dirigieron la palabra, pero una noche en la que Gines se quedó hasta tarde después de tocar bebiendo solitario en la barra, tres chicos entraron al bar bastante bebidos. Gines no les hizo caso, era estudiante de policía y sabía que en esas situaciones es mejor hacerse el despistado. Pero uno de esos chicos comenzó a meterse con Lorena. Saltó la barra y cogiéndola fuertemente por las muñecas intentaba besarla. Gines no lo dudó y levantándose le estalló al muchacho una botella de Whisckey en la cabeza. Pero Gines no había contado con el apoyo que contaba el muchacho, y los otros dos amigos le propinaron una paliza impresionante dejándole inconsciente en el suelo.
Cuando se despertó estaba en la trastienda tumbado en un sillón y Lorena aplicándole yodo en las heridas. Nunca se había fijado en sus grandes ojos negros ni en su tímida sonrisa y en ese momento sintió todo el peso del mundo caer sobre sus huesos.

– Has sido muy valiente, esos chicos podían haberte matado.
– No soy valiente, solo estaba borracho.
– Pues has sido muy borracho, esos chicos podían haberte matado.
– Sí, pero no lo han hecho y ahora estamos aquí, tu y yo. ¿Estás bien?
– No te preocupes, solo ha sido un susto. Pero tú tienes la cara destrozada.
– Seguramente está bien, tampoco es una gran pérdida.
– Pero sangras mucho. ¿Cómo puedo agradecerte lo que has hecho por mí?
– Fugándote conmigo.

En ese momento se creó un gran silencio y dos horas mas tarde los dos volaban de Manhattan hacía Madrid.
Nunca se amaron, pero existió entre ellos una complicidad muy parecida al amor. Compartían lecho, sus cuerpos y gran parte de sus vidas.
Pero un día, cuando Gines llegaba de trabajar, encontró una nota sobre la mesa de su apartamento. No la leyó, pues sabía muy bien lo que ponía en ella y desde ese momento comprendió que Lorena se había enamorado y se marchó para no echarlo todo a perder.

Se levantó del sillón y se asomó a la ventana. La lluvia había cesado y las calles estaban húmedas. La tenue luz cosmopolita de la ciudad se filtraba por la ventana. Gines abrió el cristal y apoyándose en el borde tomó el saxofón y entonó las notas de la “Backer Street” los acordes se filtraban por las calles y en ese instante la ciudad quedó sumida en una especie de melancolía pasajera.

El teléfono sonó y dejando el saxofón correctamente colocado en su funda se dispuso a cogerlo.

– ¿Diga?
– Buenas noches Gines, ya tengo los resultados de las huellas Dactilares- Era Vicente, el analista jefe de criminología.
– ¿Y qué tenemos?
– Se trata de Domingo Cortes. Estaba fichado por una serie de hurtos cuando tenía doce años. Pasó un tiempo en un reformatorio pero a los trece años se le perdió la pista. Mas tarde, según consta en el registro, montó una taller de coches situado en Murcia donde al parecer las cosas le iban muy bien hasta hace poco. Viajaba mucho a Madrid pues pretendía abrir otro taller aquí. Era adicto a las carreras de caballos, lo que le hizo tener grandes deudas y perder mucho dinero. Siempre apostaba por el caballo numero cinco, cosa extraña, pues ese caballo nunca ganaba. Pero hay una cosa que no entiendo. Es muy extraño que no exista datos sobre él desde los trece hasta los veinticinco años, es como si alguien los hubiera borrado el archivo. Dame tiempo, intentaré averiguar algo.
– Muy bien.

La llamada se cortó y Gines se quedó pensativo.
Las apuestas de caballos generan mucho dinero, pensó, y si eres un adicto al juego puedes encontrarte con muchos enemigos, enemigos que incluso pueden llegar a quitarte de en medio si es necesario. Creo que mañana haré una visita a las cuadras del hipódromo.
El teléfono volvió a sonar. Gines pensó que seguramente a Vicente se le habría olvidado algo. Lo descolgó y sólo se escuchaba un leve pitido, hasta que de repente una voz distorsionada comenzó a gesticular.

– ¡Tienes que salir de tu piso, van a matarte!

La llamada se cortó y Gines escuchó varios pasos en el pasillo y como alguien intentaba abrir su puerta…
 

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