Asesinato a doble espacio (Capítulo 4)

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Aquella mañana Julia Reis durmió hasta las doce del medio día. Con una fuerte resaca, herida quedó la aurora y pequeños pétalos del alba adornaron su lecho, su vida y sus ansias.
Se levantó con un fuerte dolor de cabeza, fruto de la noche anterior cuando la cocaína, el Martini y los cigarrillos formaban las notas del presente.
El suave tacto del agua caliente sobre su piel pareció acercarla por un momento al mundo real. Como siempre, salió de la ducha empapada y mientras dejaba secar al aire su cuerpo, se observaba en el espejo fumando un cigarrillo. Se miraba con la certeza exacta de que su juventud y su belleza tardarían todavía mucho tiempo en desaparecer. En realidad no era excesivamente guapa, pero sabía mantener la forma y entonar una mirada abrumadora, esa que hace que cualquier hombre quiera adoptarla al instante.

Mientras posaba ante el espejo, se veía sumergida en quiméricas expediciones donde su futuro no era más que un lecho embalsamado de sueños y brillantes oportunidades de éxito. Después regresaba a la realidad, aquella en la que tenía que ganarse la vida meneando las caderas ante un puñado de viejos salidos en el escenario del casino central. 
Salió del baño y con el cuerpo todavía desnudo, dispuso una ralla de cocaína sobre la mesa para poco después hacerla desaparecer en lo más profundo de sus narices.
Últimamente se metía demasiado y ella lo sabía. Pero se negaba a abandonar el tibio vértigo que causa el vivir al filo de la navaja. Eso, y el hecho de ser una de las protegidas del “Turco” era lo que le permitía ganarse una paga extra y tener siempre en el bolsillo un buen tiro de coca.
Terminó de vestirse y se sirvió un vaso de Martini. El teléfono sonó y lo cogió con desgana. Al rato de colgar se quedó pensativa… Era un tal Gines Martínez, un policía  que investigaba un asesinato en el Gramola. Se habían citado para
esa misma tarde en la cafetería de un hotel.
Comenzó a ponerse nerviosa. Descolgó el teléfono con la esperanza de hablar con la única persona que podía ayudarla. Encendiéndose otro cigarrillo, marcó el teléfono del Turco.

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Cada persona forma parte de un imaginario círculo dentro del universo. Cada círculo es un mundo donde la persona que lo habita, decide o simplemente observa, el transcurrir de su vida. Aquella noche Jhonny Bourbon amplió los horizontes de su círculo para dejarla pasar, perdiendo por completo las riendas de su vida. Esa noche era la primera de un último día y la culpable de todo olía a sándalo, hablaba en silencio y soñaba despierta. La culpable de todo llevaba medias negras, la culpable de todo se llamaba Julia Reís… 

Serían las diez de la noche y el salón estaba repleto. Se sentía perdido ante aquella muchedumbre embutida en los delirios del oro.  Se encontraba en medio del salón de bailes, con la gabardina que había heredado de su padre, intentando hacerse paso por aquel naufragio de trajes grises y burbujas de champán. Se encendió un cigarro mientras que a su lado, un tipo daba lecciones de economía a otro grupo de “Tipos”  y entonces la vio llegar. 

Lo primero que le llamó la atención fue el intenso rojo de su vestido, resaltando entre el gris de todos los trajes. Caminaba indiferente, con seguridad y arrogancia. En un primer momento no se atrevió a clasificarla entre bellaza o sensualidad, a sí que decidió aceptarla como una sensual belleza. Estaba apoyada en la barra bebiendo un inexplicable cóctel Martini. Miraba a su alrededor aburrida y la imaginó esposa de un importante banquero. Pasando tediosas tardes de domingo a bordo del “Gavilán”el yate de su esposo. Una sonrisa fingida y la seguridad de tener a sus espaldas un marido que la ama y le ofrece un brillante futuro. Recordaría las calles de su infancia y de como un bonito cuerpo puede ayudarte a escapar del bario, a conocer los vaivenes del tango y a dormir en una cama caliente por las noches. No tendrían hijos, por lo menos hasta que su belleza se empezara a marchitar y su marido dejara de prestarle atención con la excusa de “Cariño, el trabajo es el trabajo”. Entonces tendrán hijos, recibiendo de ellos el amor que nunca tuvo o el que le arrebató la belleza un día. 

– ¿Tienes fuego? 

Despertó de la ensoñación y ella estaba delante de él. Mientras soñaba despierto había ido acercándose a ella. 

– Si, por supuesto.-Le acercó el mechero y ella comenzó a soltar lentas bocanadas de humo, el carmín iba impregnando la colilla.

– No tiene pinta de millonario. ¿Acaso es usted uno de esos nuevos ricos que no les gusta aparentar el dinero que tienen?

– No, soy detective privado.

– Ya… imagino que es usted Jhonny Bourbon. El tipo que la señora Buendía ha contratado por la muerte de su marido. Supongo que habrá venido a hacerme un par de preguntas ¿me equivoco? Pero dígame una cosa, ¿Qué le hace pensar que voy a respondérselas? Estamos en mitad de una fiesta, en una gran noche ¿Por qué estropearla con un puñado de preguntas que no desembocaran en nada?

– Deje que sea yo quien piense eso. Veo que tiene muy claro que quiero interrogarla. Me alegra, así no tendré que andarme con rodeos. ¿Qué tipo de relación tenia usted con Antonio Buendía?

 – Veo que es usted una persona difícil de disuadir, pero hagamos un trato. Usted me permite que termine de beber este Martíni, si, no me mire así, pida usted otro. Disfrutemos de una agradable conversación y después, en un lugar más discreto me lanza todas las preguntas que desee. ¿De acuerdo?

– Esta bien muñeca, me has convencido. – Llamó al  camarero y pidió un vaso de Bourbon con dos cubitos.

– Vaya, ahora entiendo el significado de su apellido – Dijo soltando otra bocanada de humo.

– Si, eso creo. ¿Dónde ha dejado a su Marido?

– ¡Pero que simple es usted! Le ofrezco mi conversación, yo, una completa desconocida para usted. Una persona de la que sospecha y le ha pedido fuego. Y lo único que se le ocurre es preguntar por mi marido. La verdad es que me decepciona con esa simplicidad. Para ser detective, esperaba algo más original por su parte.  No había hecho esa pregunta con ninguna intención, ni siquiera le interesaba. Pero ahora se moría de ganas por saberlo. Quería entrar en su juego. 

– De acuerdo. Veo que es usted muy exigente. ¿Qué debería haber preguntado?

– ¿Se ha dado cuenta de lo limpia que está la casa? Está tan limpia que parece la más sucia del mundo-Jhonny se sentía desconcertado- Fíjese, por mucho que busque no encontrará ni el mas mínimo rastro de polvo. 

– Normal, esta gente dispone de medios para evitarlo.

 – Me vuelve usted a defraudar. Si se fija, la casa está limpia, no por el dinero, si no porque sus dueños no aprecian el significado de la vida. Para ellos el amor, el cariño, la felicidad, están detrás de todo lo que sea material.

– La que me sorprende es usted Madame. Resulta que es capaz de analizar a la gente solamente por la limpieza de su casa. ¡Eso si que es bueno!

– No vuelva a llamarme Madame, tengo un nombre.

– Sí y ese nombre es el de Julia, Julia Reís. Pero me gustaría saber cual es su verdadero nombre…

– Eso no importa ahora.-Apagó el cigarro y volvió a encender otro. Esta vez no pidió fuego, ella misma cogió el encendedor de la chaqueta del detective.

– Vale, nada de ese tipo de preguntas por el momento. Pero ¿le gustaría contarme esa historia del polvo? Me muero de incertidumbre.

– Por supuesto. El polvo entra a nuestras casas por las ventanas arrastrado por la brisa. Pero ¿se ha preguntado usted de donde viene ese polvo? Pues el polvo proviene de la tierra y mediante ese gesto nos está obsequiando con un pedazo de ella misma. Recordándonos que tras las fronteras de nuestras casas existe un mundo maravilloso que nos espera, para derramar sobre nosotros amaneceres, días de lluvia, soleados momentos de nuestra vida. ¿Cree usted que esta gente puede apreciar eso? No. Para ellos el polvo es algo que hay que erradicar. Eliminar de sus vidas para que otras personas que piensan igual que ellos, puedan apreciar una casa limpia y sin sentimientos.

– Me parece interesante, pero ¿No cree que si nunca limpia ese polvo, llegará un momento en el que le resultará imposible convivir con él?

– No es necesario conservarlo para siempre. La tierra, al igual que cualquier ser vivo, tiene necesidad de renovarse. Es la forma que tiene de conservar su esencia y el significado de su existencia.

– Entonces yo podría ser el hombre con más sentimientos del mundo. Tendría que ver mi despacho…

-Si, puedo imaginármelo… En lo referente a la pregunta de mi marido, puede estar tranquilo no estoy casada. Una vez lo estuve, pero comprobé que el amor no es como la tierra. Lo puedes ir renovando poco a poco con sueños, nuevas ilusiones. Pero llega el momento en el que esa situación se hace insostenible. En ese punto el amor no se puede renovar, envejece y al final muere, al igual que la persona. ¡Jamás volveré a enamorarme!

– Le entiendo, yo también estuve casado con una arpía. Pero no creo que pueda evitar volver a enamorarse. Eso es algo que escapa de nuestro control.

 – Sí ha paseado alguna vez por la ciudad, habrá observado lo variadas que somos las personas. Caminas codo con codo con otras gentes que ni siquiera conoces. Entre algunas de esas personas seguro que se encuentra el amor de tu vida. Convivís en una misma ciudad, con vidas totalmente distintas. Hasta que un día vuestras miradas se cruzan y allí es donde fluye el amor. Dejáis de ser dos extraños y vuestras vidas se funden en una sola. Usted tiene razón, no puedo evitar volver a enamorarme, pero si puedo vivir una mentira. Ignorar que mi mirada se ha cruzado con la de ese extraño y seguir viviendo con la esperanza de no volverlo a ver. Además, los hombres son tan simples que me resultan aburridos. Por eso aprovecho lo máximo que pueden dar y a lo máximo que puede aspirar un hombre es a tener sexo con una mujer. El sexo de una sola noche es lo único que me atrae de los hombres.

– El sexo de una sola noche es un aliciente exquisito. Pero ¿No se pregunta que habría pasado si continua viendo a ese hombre, cómo sería su vida con él?

 – Siempre me lo pregunto, pero como le he dicho, el amor es algo que se acaba y por eso es mejor no empezar.

– Eso es algo que podríamos discutir.

– Seguramente, pero no me interesa su opinión. Simplemente me he limitado a responder su pregunta sobre mi marido. Por cierto, se está haciendo tarde. ¿Qué tal si continuamos esta entrevista en mi limosina camino de ningún lado? Allí podrá hacerme todas las preguntas que desee sobre el señor Antonio Buendía.

– Encantado. 

Sin decir nada más los dos abandonaron la fiesta. Él caminaba tras ella, perdiéndose por las lindes de su vestido, arrastrado por un olor a sándalo embriagador. Aquella mujer, con su extraña conversación y sin querer, le había robado el corazón. ¿Qué te pasa? –pensó- Es una sospechosa y a las primeras de turno te dejas embaucar por su picaresca y te quedas embobado como un tonto. Estás trabajando, piensa en todo el dinero que está en juego, en tu prestigio. ¿Qué importa eso ahora? -Se contesto- acaso tiene pinta de sospechosa. Mírala, por lo ajustado de su vestido sería imposible que escondiera un arma. Además llevó mucho tiempo en el negocio y se cuando el peligro está cerca. Aunque he de reconocer que aquella mujer tiene algo extraño… 

Sus pensamientos se vieron interrumpidos al recibir sobre el rostro la gélida brisa de la noche. Los dos montaron en una limosina bastante grande. En su interior ella le sirvió un vaso de Bourbon y otro Martini. 

– Bueno. Ahora soy yo el que hace las preguntas ¿de acuerdo?-ella asintió. ¿Dé que conocía al Señor Buendía?

– El señor Buendía y yo llevábamos varios negocios entre manos. Era una persona capaz de sacar dinero de cualquier lado y yo me aprovechaba de su talento.

– ¿Qué tipo de negocios tenían entre manos?

 – Básicamente en las apuestas de caballos. El señor Buendía era dueño de un gran número de caballos. Yo simplemente invertía dinero en sus cuadras y el me devolvía el doble de lo que yo le entregaba. Los dos sacábamos beneficios.

– ¿Sus relaciones fueron siempre buenas?

– Por supuesto. Mientras se ganara pasta, los dos éramos felices.

– ¿Eran amantes?

– Por supuesto que no, dudo que el señor Buendía consiguiera mantener una erección durante mucho tiempo.-Mientras decía esto, dejó al descubierto una de sus piernas- ¿Le gustan mis piernas Señor Bourbon?

– Son preciosas nena, pero no te servirán de coartada.

– Ve como es usted muy simple.-acercó su boca a escasos centímetros de la boca del detective- Le he observado durante todo el tiempo que hemos estado hablando. Al principio usted intentaba transmitir su superioridad ante mí, pero poco a poco ha ido cayendo situándome a mí como en un nivel superior al suyo. ¿A que se debe ese exceso de confianza? ¿No cree que nunca somos lo que aparentamos? Quizás yo fui quien mató al señor Buendía, incluso la copa que usted está tomando podría llevar una pequeña dosis de veneno. Pero tranquilo, no ponga esa cara. Ni yo maté al señor cortes, ni en su copa hay veneno. Esa sería una forma demasiado sencilla de acabar con usted.-Él intentó besarla y ella le abofeteo. Fue en ese instante cuando Jhonny Bourbon descubrió que estaba ante una verdadera dama.-   deje de mirarme las piernas. Ese es un mundo que usted jamás explorará. Además estoy cansada, será mejor que se baje y que sigua buscando al asesino del señor Buendía. 

La limosina se detuvo y bajó de un salto. Antes de emprender la marcha, una de las ventanillas se abrió y ella asomó la cabeza.

– Por cierto, señor Bourbon. Si desea hacerme mas preguntas, actuó todas las noches en el casino.

La ventanilla se subió y la limosina emprendió su marcha. Desde la acera la vio alejarse y a ella sonreír desde el espejo. La limosina se perdió en el horizonte dejando la calle oscura y la figura del detective tenuemente iluminada por la luz de una farola. Cabizbajo Jhonny Bourbon se sintió huérfano con un sabor parecido a la amnesia en su paladar.

2 comentarios en «Asesinato a doble espacio (Capítulo 4)»

  1. Y yo que creia que nunca mas sabria sobre el bueno de Jhonny, pero gracias a dios, ultimamente, me encuentro con muchos milagros. Sigue siendo el mejor, para variar, y no cambies nunca, manten tus sueños al alza y se, en definitiva, alguien autentico. Tenemos pendiente un Hummfry.

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