Textos para el Alma: Morir de no saber

Tsu Hsi, emperatriz de China , sentía tanto miedo ante la mera idea de la muerte que prohibió a todos sus servidores y médicos pronunciar cualquier palabra que la invocara.

Decir términos como «agonía», «fin», «decadencia, «enfermedad», «dolor», «sufrimiento», entre otras, costaba al osado que lo pronunciase un terrible castigo. Por supuesto que mencionar en voz alta a la muerte era un medio seguro para cavar la propia tumba. La mayoría de sus empleados temían lo peor al acercársele ya que, según creían, la emperatriz podía leer pensamientos.  

Dos mil años antes de Tsu Hsi, otro emperador llamado T’sin Tse-huan Ti ( el constructor de la Gran Muralla China) había ordenado quemar todos los libros para que la historia del Universo comenzara con sus hazañas. Para  T’sin Tse-huan Ti y para Tsu Hsi, la realidad era apenas un brazo de sus voluntades.

La emperatriz, a quien los extranjeros habían humillado muchas veces, tenía más motivos que su antecesor para mostrarse insegura. A ella la atemorizaban desde los peores venenos hasta la posible insalubridad de las comidas.

Tres de sus hijos murieron de hambre, por esquivar alimentos que podían estar envenenados. Los otros dos, ambos letrados, sucumbieron a una melancolía extraña, que los ponía a temblar cada vez que se presentaban ante la emperatriz (la propia madre).

El 16 de noviembre de 1908, en vísperas de septuagésimo tercer cumpleaños, Tsu Hsi fue atacada por una infección intestinal. Espantados, los médicos no se atrevían ni siquiera a examinarla, por temor a que ella pudiera leer en sus ojos la palabra muerte y ordenara ejecutarlos. 

(Continuará).

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