Noche de Jazz

 Nunca antes se había preguntado si la vida en sí era una fiesta o tal vez, en ese instante, había perdido por completo la noción de las cosas. El caso es que el Jazz de Mile Davis sonaba en la habitación. La bruma de los cigarrillos oscilaba en el vaivén del ventilador, mientras que la risa de Sandra penetraba en las paredes del edificio. Una botella de champán quedó sumergida en el hielo, mientras que dos compas flamantes en sus burbujas doradas revoloteaban del fondo de los vasos. Los invitados se habían marchado y durante la fiesta, había tenido la suerte de conocer a Sandra, una actriz de moda. La figura de la chica era una fiel estampa de la dieta a base de verduras y el exceso con la cocaína. La contemplaba mientras esnifaba con afán una rayita dispuesta sobre la mesa. Le ofreció y no queriendo dejar en duda su hombría, la consumió con mucho gusto. La noche se presentaba en pleno declive cuando pudo probar sus labios, unos labios que sabían a ginebra y carmín. No dudo en desnudarla y al admirar su cuerpo acribillado de juventud sintió que su vida había sido una pérdida de tiempo hasta aquel instante. En el momento que sintió su aroma muy de cerca, pensó que era demasiado bueno, demasiado limpio para su gusto, pero la suavidad de aquella piel conseguía despertar sus más bajos instintos.
El disco terminó, emitiendo la gramola aquel sonido silencioso y oscilante. Ya estaban en la cama y ella vertió lo que quedaba del champan sobre su cuerpo, fue un banquete exquisito para él recorrer las lindes de sus encantos bañados en licor dorado. Ella comenzaba a gemir alcanzando aquel estado en el que todo importa poco y ya no hay vuelta atrás. Comenzaron los gemidos y los desgarres en la piel, ella se movía, el se movía, entonces volvió a sonar el disco de Jazz y fue en ese instante cuando los dos alcanzaron la cumbre del éxtasis. La cosa en cuestión duró más que de costumbre, ya que la cocaína le ayudó a prolongar el placer. Después ella encendió un cigarrillo y él la acompañó. Se levanto de la cama y desnuda caminó hacia la ventana. La escasa luz que penetraba en la habitación era suficiente para adivinar los intrincados de aquel cuerpo de mujer. Apoyada en la ventana le invitó a que se acercara, el se acercó. Volvieron a besarse mientras que el humo recorría de boca en boca. Otra vez la música, otra vez el champan, otra vez la cocaína y otra vez reyerta entre las sabanas.
Esta vez fue una experiencia lánguida, sin más afán que el de prolongar la noche el tiempo exacto para que pudiera despertar el alba. Los dos se quedaron dormidos.
Cuando amaneció y los rayos del sol se diluyeron entre aquel laberinto de sabanas, ella ya se había marchado. Él despertó con un fuerte dolor de cabeza y al comprobar la ausencia en su cama se levantó buscándola por toda la casa. No había rastro de ella, ni de su perfume. Se lo había llevado todo. Mientras se asomaba a la ventana dejándose acariciar por el trajín de la calle no dudó en pensar que era bella su sonrisa. Entonces volvió a sonar el Jazz y recordó con detalle todo lo sucedido la noche anterior.

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