Los Versos de Oro XII – Gerardo Diego

Doy una semana más la bienvenida a este pequeño rincón que tenemos en el mundo llamado Versos de Oro, y dedicado, en consecuencia, a los grandes versos que se han ido escribiendo durante todos los tiempos. Los versos de hoy están llenos de simbología, llenos de sentimientos, llenos de belleza, llenos de ricura, pero sobre todo, llenos de espíritu, que es lo que más importa a la hora de escribir un buen poema. El espíritu del poeta es lo esencial al plasmar algo en versos, y el espíritu del poeta del que les voy a hablar hoy es, cuanto menos, esencial en nuestra literatura.

Hablo del gran Gerardo Diego, un poeta en toda regla que, además de ser catedrático de literatura en diferentes institutos, era, según los escritos, un excelente intérprete al piano y un buen musicólogo. Una personalidad ejemplar en el mundo de las letras que nos legó varias grandes obras y algunas, también grandes, antologías. En el Romancero de la novia, en 1918, escribe los versos que leeremos dentro de unos instantes, algunas líneas, no muchas, más abajo.

En este poema, titulado Ella, Gerardo Diego nos propone imaginar a una belleza inigualable y femenina, quién sabe exactamente si se refiere a una bella mujer o se refiere, como muchos de sus compañeros, a la misma poesía. Podríamos hacer varias interpretaciones, por tanto, de estos versos. Podríamos decir, en primer lugar, que incita a imaginar a una mujer hermosa, con cabellos rizados y recogidos en trenzas que le caen sobre la espalda, con una esbelta figura que flota en el aire mientras camina, con un destello de luz brotando de entre su pelo como si de un ángel se tratara, y otros muchos atributos que, seguramente, podríamos añadirle.

Pero también podemos decir, por otra parte, que el poema está indudablemente dedicado a la poesía, pues en los cuatro primeros versos nos incita a imaginar a alguien. Ese es un detalle que aparece en muchos de los poemas dedicados a la propia poesía: ninguno de los poetas anteriores ni posteriores a Gerardo Diego consiguió describir qué es realmente la poesía, como tampoco se ha conseguido nunca describir con absoluta exactitud qué es el amor. Lo único a lo que nos podemos remitir, al hablar de la descripción del amor o de la poesía, es a meras conjeturas, y eso es exactamente lo que se puede extraer de los cuatro versos siguientes: sólo se podría hacer una simple referencia, pero no se podría hablar con exactitud del asunto. Y además, pienso también que está dedicado este poema a la poesía en sí porque, versos más abajo, dice que lo más característico de Ella es la palabra. No sé si estarán de acuerdo conmigo, pero eso es lo que yo percibo al leer este, sin duda, hermosísimo poema que me estremece aunque lo relea y lo relea.

Por último, podríamos obedecer a lo que escribe Gerardo Diego en los últimos versos y cerrar los ojos para imaginar el reflejo de nuestra alma, que de alguna manera, es la poesía. Sin ese reflejo, los poetas estarían perdidos. ¿Pensáis lo mismo? Yo creo que es así…

Espero que les gusten los versos de oro de esta semana. Nos vemos dentro de siete días. Buen fin de semana.

ELLA

¿No la conocéis? Entonces
imaginadla, soñadla.
¿Quién será capaz de hacer
el retrato de la amada?

Yo sólo podría hablaros
vagamente lánguida
figura, de su aureola
triste, profunda y romántica.

Os diría que sus trenzas
rizadas sobre la espalda
son tan negras que iluminan
en la noche. Que cuando anda,

no parece que se apoya,
flota, navega, resbala…
Os hablaría de un gesto
muy suyo… de sus palabras,

a la vez desdén y mimo,
a un tiempo reproche y lágrimas,
distantes como en un éxtasis,
como en un beso cercanas…

Pero no: cerrad los ojos,
imaginadla, soñadla,
reflejada en el cambiante
espejo de vuestra alma.

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