Los versos de oro (capítulo 2).

Abrimos de nuevo el libro de versos en oro, segundo capítulo, segunda entrega de este apartado literario, nuevas sensaciones, nuevos pensamientos, nuevas palabras, pero sobre todo, esencialmente bajo este título, nuevos versos de oro.

Hoy, de otra época –que es de lo que se trata en este apartado–, más actual. En concreto, de 1968, que es la fecha del libro en el que se encuentra el poema que más abajo podrá leer el lector, valgan las redundancias.
Muchas veces nos habremos preguntado “¿qué es la vida exactamente?”. Esa pregunta ha rondado por la cabeza de todos en algún que otro momento. Cuando uno ha estado triste, se habrá preguntado por qué está así, qué ha hecho para merecer estar así, por qué la vida le responde así. Claro que en eso caben muy diversas respuestas. Cuando uno lleva toda una vida alegre, se habrá preguntado, a su vez, por qué está todo el tiempo alegre y ve a la gente triste, por qué él no tiene ningún problema con el mundo y en cambio el mundo sí tiene problemas. Puede ser, perfectamente, porque esté viviendo en un sueño, en una fantasía, y por eso no existe el menor problema, el menor riesgo de muerte, el menor motivo para decir que nunca volverá a pasar por lo que está pasando, porque es realmente extraño el que no quiere pasar de nuevo por una etapa feliz de su vida. Todos añoramos muchas veces ese tipo de momentos en los que todo era perfecto, todo era feliz.

En este poema se refleja perfectamente el resumen de una vida. Desde la adolescencia hasta la edad adulta del poeta. Describe, en pocas palabras, en pocos versos –que también es de lo que se trata en esta sección–, una reflexión característica de la mayoría de las personas: “¿Qué hice de mi vida? ¿Qué era la vida para mí? ¿Qué quería yo de la vida?”. Para mi gusto –opinión meramente de lector de poesía, más o menos cultivado, por gracia, en el género–, es un gran poema, uno de los mejores que he leído y tan directo que siempre me saca un escalofrío desde lo más interno de mi corazón, y consigue con tan pocas palabras y tan poco tiempo de lectura que los bellos de mis brazos se pongan en pie y el más arriba citado escalofrío me recorra todo, todo el cuerpo, llegando a veces, dependiendo del momento de lectura, a sacarme alguna lágrima de emoción. Palabra.

Además, el poeta también es uno de los mejores que he leído en mi vida, y no me considero lector novel, ni en el ámbito de la poesía ni en la narrativa, un poco más en el teatro. Baste decir que, junto con Ángel González, Antonio Machado, Gustavo Adolfo Bécquer y los del 50, en general, Jaime Gil de Biedma es uno de mis poetas favoritos. De su puño y letra, de su corazón y fruto de su ingenio, es este poema. Su título, No volveré a ser joven. Su espíritu, incomparable.

No volveré a ser joven.

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.

Jaime Gil de Biedma, en Poemas Póstumos (1968).

2 comentarios en «Los versos de oro (capítulo 2).»

  1. Muy bueno. Este poema lo conocí hace mucho tiempo y gracias a el rockero Loquillo. Si tienes la oportunidad de escucharlo no te lo pienses. La canción se encuentra en su disco «La vida por delante» y hace un versión perfecta de este poema. El resultado es precioso.

    Un abrazo.

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