Los Elegidos 20 (Ciudad triste)

     Entra en la recamara encontrándose al instante con su hija que estaba de pie con unos papeles en la mano, llorando sin control.

     – ¿Por qué lo haz hecho? –sorprendida la madre.

     – Mamá… le hicimos mucho daño. –dice Cindi, llorando.

     – ¿Qué dices? –sorprendida la madre.

     – ¡Ella acabo con su vida por nuestra culpa!

En forma violenta tira los papeles, desbalagándolos por el suelo. Toma el diario sin parar de llorar.

     – Mamá. No tenemos perdón.

     – No te entiendo.

     – ¡Lee! Lee todos esos papeles. Ahí esta su vida. Esos papeles eran su única compañía.

Cindi sale a toda prisa. Su madre desesperada trata de detenerla sin conseguirlo.

     – ¡Espera, Cindi! ¿Qué vas a hacer?

     – ¡Ni yo misma lo sé! -grita a su madre sin detenerse. Corre por las escaleras abajo.

*                                       *                                       *

     La ciudad se veía triste, llena de nostalgia. Cindi conducía su auto. Llevaba la mirada vaga, pensando en la vida. Las lágrimas aún escurrían por su mejilla. Ahora entendía que la envidia que sentía por su difunta hermana solo le sirvió para amargar su alma. Qué ironía del destino: su hermana la envidiaba a ella por ser tan libre. Candy no tuvo la oportunidad de ser como su hermana. A ella la acorralaban sus padres, había ese gran muro de amor que la dañaba. Era atendida y cuidada en exceso por sus padres, que su gran amor la hacía sentir introvertida con menos derecho de ser libre.

     Ahora comprendía todo. La soledad de su hermana, esa maldita soledad que la orillo a la muerte. Se daba cuenta que ella no sabia lo que era soledad, apenas la empezaba a conocer…

     Seguía al volante, con su mano derecha toma el diario de su hermana que llevaba sobre el asiento de junto, poniéndoselo sobre las piernas.

     Era una calle solitaria, aún brillaba el sol. El auto se detiene a media calle y Cindi, confusa, trata de echarlo andar, pero se da cuenta que se había quedado sin gasolina. Baja del coche con el diario en su mano. Al instante un carro color negro se detiene ante ella y bajan   una chica de pelo largo oscuro, tenia una cicatriz pequeña en la mejilla; junto a ella baja el joven de barba cerrada.

     – ¡Candy! –dice la chica acercándose a Cindi.

     – ¿Qué quieren? -la gemela temblaba de miedo.

     – Hermana, somos los elegidos. –dice el joven.

     – ¡No! –grita Cindi echándose a correr.

     El joven de barba cerrada la alcanza y detiene sujetándola del brazo que no llevaba el diario de su hermana.

     – No dejaremos que la maldad te invada.

     – ¡Están locos! –pronuncia Cindi temblorosa.

     – Te uniste a nosotros porque sabes que te salvaras –añade la joven de la cicatriz-

     Vamos, hermana. Tu fe hará milagros.

     – ¡Son unos dementes!

Cindi logra zafarse del joven y corre a toda prisa dejándolos a lo lejos. Corre sin volver la vista. Se detiene al sentirse a salvo, ya no la seguían. Se recarga en la pared de una casa de aquel barrio económicamente bajo. Toma un poco de aire y emprende a paso lento su marcha.

 

Continuará…

 

Autor: Martín Guevara Treviño

Deja un comentario