Lejos de todo

La noche no podía haber estado más húmeda, se percibían desde el sur, allá lejos,  unas nubes y unos destellos que intimidaban. Salió a caminar por que el desvelo le había ganado la batalla una vez mas, se sentía solo y muchas veces la soledad no se conforma solo con hacerte sentir solo sino que además te roba el sueño para seguir gozándote a su manera, sin dejarte ser, besándote y llenándote el cuello de congojas.

Tomó el camino mas oscuro, no quería ver a nadie ni necesitaba que nadie lo viera solo pretendía  alejarse de su casa, de su techo, de su cama de dos plazas que hacia tiempo sentía un solo cuerpo sobre ella.

Ese vacío en la catrera solía desesperarlo y sobre todo a la noche, cuando abrazaba la almohada, solo abrazaba  a la almohada.

El camino de tierra lo fue incitando a descubrirlo, a introducirse en su brazo que lo llevaría hacia un destino incierto, estaba todo oscuro, ni siquiera la luna lo alumbraba por que ya había sido devorada por la tormenta.

Los estruendos se escuchaban cada vez mas cerca, seguían sus pasos.

Pensaba mientras caminaba. Silbaba una canción de Zitarrosa  que decía mas o menos algo así como

«si te vas,

te iras solo una  vez,

para mi habrás muerto,

yo te pido que me lo hagas saber,

Quiero estar despierto.
Porque si te vas yo quiero creer
Que nunca vas a volver
Dímelo y serás mucho menos cruel,
Yo siempre supe perder"

Siguió desolado su camino elegido al azar, el oscuro sendero con destino incierto. Tenía miedo, desde luego, pero quería dejar atrás todo su pasado, nada le importaba, prefería dejar todos los recuerdos, total la soledad lo seguiría desde cerca.

Clac! clac!  las primeras gotas golpearon su saco verde a cuadritos, su pantalón y sus zapatos de gamuza casi sandalias de tantos agujeros. Apuro su paso, dejo de silbar y empezó a correr en búsqueda de un refugio. La huella desembocó en el río del pueblo, y al lado del cauce  un sauce lo miró temeroso pero  le ofreció asilo bajo sus ramas. El árbol también estaba triste y cabizbajo, tan acongojado que sus ramas parecían marchitas y besaban el agua como para desahogarse, o tal vez para ahogarse.

Él se escondió bajo sus hojas y apoyó su columna sobre el tronco del árbol, ya estaba mojado por las gotas que lo habían sorprendido en el camino pero ahora estaba bien refugiado, al menos un poco menos desprotegido que bajo el cielo que no paraba de llorar.

El día lo despertó y se encontró junto al tronco, en la misma posición que se había dormido, después de todo había sido bastante cómodo para pasar la noche. Tan cómodo le resulto que caminó durante el día y a la noche volvió a visitarlo, inclusive se animó hasta confesarle algunas cosas, le hablo de la mujer que había perdido, de que su sueño se derrumbó en un accidente. Le comentó además de que sus hijos lo habían olvidado después de eso por que lo encontraron culpable de la ausencia irreversible  su madre. Muchas cosas más le comento al sauce que lo escuchaba triste y atento toda la noche. Así pasaron los años y las confesiones fueron aumentando.

Hoy cuenta la gente del pueblo que todavía lo ven, con la barba por el pecho, caminando durante el día y que cada vez que se acercan para preguntarle por que se lo nota tan triste, el muchacho les dice en voz baja «nunca preguntas por que lloran los hombres, también lloran los sauces y nadie los indaga» les da un palmada en la espalda, los mira fijo y luego baja esa mirada triste y conmovedora,  da media vuelta, se va, mirando el suelo, esperando que caiga el sol, para entrar de nuevo en aquel camino oscuro y con destino ahora cierto, para ir a dormir bajo el sauce, su casa, su nuevo castillo, con la soledad mirándolo desde cerquita, pero lejos de aquella catrera de dos plazas, que ya no siente el peso de ningún cuerpo sobre ella.

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