El Diario (7ª parte)

Johann miró hacia el suelo en cuanto sintió el sobresalto, hacia la pata del sofá que nunca había estado coja hasta que descubrió que tenía algo que sustentaba su altura. Su mayor sorpresa para entonces fue que el diario no sólo no estaba entre la pata del sofá y el suelo, sino que no estaba encima de ninguna mesa ni nada parecido. Le extrañó no verlo por ningún lado a primera vista, así que se levantó del sofá manteniendo el equilibro, debido al efecto causado por la cojera del mismo, y volvió a echar una ojeada por todo el salón intentando captar algún detalle que diera a entender por qué el diario no estaba donde siempre.

Empezó por el mueble que servía de cofre del tesoro, es decir, donde sus padres guardaban las cartillas del banco, una pequeña caja fuerte, una hucha y demás medios para administrar el dinero que ganaban. Evidentemente, allí no había nada, nada que pudiera interesarle en ese momento, claro. Pasó al siguiente nivel, justo al lado de la televisión, que aún estaba encendida y mediante la cual se veía el medio cuerpo del presentador del telediario anunciando la victoria de un equipo de fútbol de primera división que Johann no conocía porque no era fan de ese deporte. En los alrededores de la tele encontró ceniceros con algunas colillas, un lápiz que no sabía cómo había llegado hasta allí, y otros artilugios que tampoco le sirvieron de gran ayuda.

Tras haber mirado por todos los muebles del salón, Johann ya no sabía qué hacer, así que decidió pensar que su madre lo habría cogido para algo y que cuando volviese le preguntaría dónde estaba. A mamá le tiene que haber preocupado que yo descubriera el diario, se decía una y otra vez el joven. No obstante, no quiso buscar más veces por el salón ni por la casa en general, y miró el reloj: las cuatro de la tarde, y su madre no estaba en casa. Lo peor era que su padre tampoco estaba. Pero más alarmante aún era que el teléfono móvil de Marta estaba encima de la mesa de la entrada, y su padre no tenía móvil, lo que suponía un problema, ya que ni Johann podía contactar con su madre, ni su padre podía saber qué pasaba en la casa en esos momentos. Tuvo, pues, que obligarse a despejar su mente de esos pensamientos, pues no llevaban a ninguna parte. Tendré que esperar, sin más remedio, a que vuelva alguno de los dos, se dijo Johann, aunque preocupado ya.

Una vez dicho esto, y viendo que no iba a estar cómodo en el sofá ni viendo las noticias, se fue directamente a la televisión y la apagó con un golpe en el interruptor de encendido/apagado, no por enfado, sino por prisas, aunque no las tenía, pero eso les pasa a los adolescentes de vez en cuando, e incluso a los adultos, es decir, no tienen necesidad de correr pero quieren hacerlo para llegar antes, no hay un motivo más simple. Él mismo se dio cuenta de que le había pegado un buen golpe a la televisión, de modo que se quedó un momento contemplándola y vio que no se había apagado, como pasa también algunas veces con los aparatos electrónicos, que parece que se han apagado pero se vuelven a encender en cualquier momento. Entonces, ya más contenido, casi acarició el botón de encendido/apagado del televisor y éste definitivamente se apagó, dejando en el oído de Johann un leve silbido que le recordaba a sus tiempos de parvulario, cuando la profesora gritaba para que su voz se escuchara por encima de la de los niños.

Se aseguró una vez más de que la televisión estaba apagada y de que no iba a volver a responder encendiéndose, como diciendo “ahora te aguantas, tendrás que darme cariño para que te obedezca”. Eso es lo que estaba pensando ya el chico, pues comenzaba a hartarse de ese aparato, que ya hacía falta cambiar desde hacía mucho tiempo, pero dada la situación económica de su familia, no podía pasar algo peor que, a pesar de exigirles que le pagaran el saldo de la tarjeta de su móvil, les pidiera que compraran un nuevo televisor, de esos de pantalla plana que tanto gustaban a sus amigos y a los amigos de sus amigos. Se apresuró, visto ya que el aparato no iba a volver a encenderse por sí solo, hacia el corredor que llevaba a las habitaciones. Subió las escaleras y se dirigía a su dormitorio, cuando tuvo durante un fugaz segundo la impresión que habían captado sus ojos en ese momento al girar muy brevemente la cabeza. La puerta del dormitorio de sus padres estaba abierta, y notaba que había poca luz en su interior. Se acercó para comprobarlo y, efectivamente, había poca luz en el interior de la habitación, sólo la que entraba por la pequeña línea que dejaba al descubierto la persiana, echada casi hasta abajo del todo. Fue en ese instante cuando la preocupación de Johann empezó a adoptar una mayor carga de temor. Nunca estaba la habitación de sus padres desordenada, pero ese día incluso la cama estaba deshecha y la ropa que se habían quitado el día anterior estaba en la silla que había en la esquina del cuarto. Qué extraño, pensaba el chico, no suele estar así, me huelo algo malo.

Efectivamente, se olía algo malo, algo que posiblemente hubiera ocurrido esa mañana mientras él estaba sumergido en el mundo del egipticismo, en clase de Filosofía, aunque su mente no hubiese estado muy centrada en el momento, sino más bien desviada hacia otra línea totalmente diferente. De verdad me huelo que algo va a suceder, me preocupa todo esto que estoy viendo, decía Johann, ya casi hablando en voz relativamente alta, puesto que nadie podía oírle, estaba solo en su casa. No fue mal encaminado al pensar que algo iba a suceder. El timbre sonó como la campanada de una catedral. Johann pegó un tremendo salto y sintió cómo se le aceleraba el corazón, no por el miedo, sino por el sobresalto que le había causado el sonido.

El timbre sonó otra vez antes de que Johann llegara a la puerta para abrir. Cuando éste llegó y pudo girar el pomo para que el portón se abriera y dejara la vista del exterior libre, vio detrás del marco de la puerta, bajo el porche de la casa, a poca distancia de la puerta, a Ana. Le sorprendió verla allí a esa hora. ¿Qué hora es?, se preguntó en un segundo el joven mirando al reloj, y se dio cuenta de que no era tan temprano. Eran las cuatro y media. Lo que más le sorprendía ya no era que su madre no estuviese en casa ni que su padre tampoco hubiese llegado del trabajo, sino que no sentía rugir su estómago. Ana llevaba un pantalón corto de peto con una camiseta rosa debajo, los tenis blancos que solía llevar cada vez que se despedía de sus zapatitos de vestir que llevaba en el instituto, y su pelo rubio le caía como una suave cascada sobre los hombros. A Johann le dio cierta impresión y, a la vez, cierta alegría verla así y allí, pero se limitó a hacer una única pregunta:

–¿Qué pasa?

–Vamos –Ana cogió de la mano a Johann y dijo apresuradamente: –tu madre está en el hospital.

1 comentario en «El Diario (7ª parte)»

  1. hola Jorge.

    Vuelo a repetirte que me gusta mucho la historia del diario. Sobre todo por ese aura de intriga que te envuelve al leerla. Solo quería decirte una cosa, no te la tomes a mal, pero creo que deberías darle un poco mas de ritmo a la historia. Es decir, meter un poco mas de datos y mas acontecimientos para que la historia tenga un poco mas de vida. Es solo mi opinión. Por lo demas todo esta perfecto. Me gusta tu forma de escribir. Sigue así tio.

    Mucho ánimo. Los sentimientos son mejores si se bañan en tinta.

    un saludo.

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