Cuando el amor es prohibido

Si uno analiza textos que se originaron en la Edad Media el tema de la diferencia de edad entre los miembros de las parejas parece no tener demasiada importancia, este tema recién parece como conflictivo en la modernidad.

Y el conflicto se incremente aun cuando este amor es por una niña muy jovencita. En El hechicero, que fue escrita en el año 1939 y que fue puesto en el tapete nuevamente en la década del 50 se ve claramente el perfil de un pedofilo que vive en Europa. La protagonista de esta nouvelle es totalmente inocente ante el deseo de este hombre.
En este punto vale hacer una comparación con Lolita, una novela en la que también se narra un deseo prohibido, pero en donde la protagonista no es tan inocente ni ingenua, a pesar de esta diferencia, ambos textos tienen conexiones.

En el texto un hombre se enamora de una niña de 12 años que ve un día mientras estaba en el parque, al morir el padre de la niña él planifica contraer matrimonio con la madre para así poder estar cera de ella, antes de llegar al desenlace de la historia, se puede observar una gran obsesión y su plan parece cumplirse:
“Valía la pena, sí, no importa cuanto tuviera que arrastrar a esa pesada mole por el cenagal del matrimonio; valía la pena aunque ella los sobreviviera a todos; valía la pena porque hacía que se presencia fuera natural y le diera la licencia de futuro padre adoptivo. No obstante, él no sabia aún cómo aprovechar de esa licencia, en parte por falta de práctica, en parte por anticiparse a una libertad increíblemente mejor, pero sobre todo porque nunca se las arreglaría para estar a solas con la niña. Era verdad que, con el permiso de la madre, le llevo a un café cercano, y apoyando la mano sobre el bastón se sentó para observar cómo se inclinaba hacia adelante y comía el borde de damasco de un pastel cubierto por una masa enrejada, estirando el labio inferior para no dejar caer los pegajosos trozos. Trató de hacerla reír y de charlar con ella cono lo hubiera hecho con cualquier niño común y corriente, pero su progreso se veía impedido continuamente por un pensamiento obstruyente: si el ambiente hubiera estado más vacío y ellos sentados en un rincón más íntimo, él podría haberla acariciado un poco, sin ningún pretexto especial y sin temor a las miradas de los extraños (más perceptivos que la confiada inocencia de ella). Cuando la acompañaba hasta su casa y mientras se quedaba atrás en la escalera, se sintió atormentado no sólo por la oportunidad perdida, sino por el pensamiento que, hasta que hubiera hecho ciertas cosas especificas por lo menos una vez, no podía contar con las promesas que le transmitía el destino a través de la inocente manera de hablar de la niña, los sutiles matices de su infantil sentido común y sus silencios (…).
De modo que ¿Qué importaba si, en el futuro, su libertad de acción, su libertad para hacer y repetir cosas especiales, cambiara todo en algo límpido y armonioso? Mientras tanto, ahora, hoy, un error tipográfico de deseo distorsionaba el significado del amor. Esa mancha oscura representaba una suerte de obstáculo que debía ser aplastado, borrado, tan pronto fuera posible –sin importar con qué falsificación de dicha- de manera que la criatura estuviera conciente de la broma y él recibiera la recompensa de compartir con ella, de poder cuidarla de manera desinteresada, de poder fundir las olas de la paternidad con las olas del amor sexual”.

Por otra parte Lolita se encuentra más próximo a una comedia, la protagonistas es más audaz. Este espíritu se ve plasmado en la escena en donde el protagonista masculino la fue a buscar al campamento ocultándole que la madre (su esposa) había muerto, este hecho lo acerca aun más a su pasión.

“Apenas se detuvo el automóvil, Lolita se precipito, literalmente, en mis brazos. Sin atreverme a abandonarme, sin atreverme a creer que aquello (dulce quedad y fuego trémulo) fuera el principio de la vida inefable que, hábilmente auxiliado por el destino, por fin se había hecho realidad para mí, tampoco me atrevía a besarla. Acaricie apenas sus labios, ardientes y abiertos, casi con lástima, de modo nada salaz. Pero ella, con un estremecimiento impaciente, apretó su boca contra la mía con tal fuerza que sentí sus grandes dientes delanteros y saboreé su saliva, que sabia a menta. Era consciente, desde luego, de que no era más que un juego inocente por su parte, una chiquilinada propia de una adolescente que imitaba algún edulcorado simulacro de aventura romántica y puesto que, como dirían los psicópatas y también los violadores, los límites y reglas de esos juegos de jovencitas son imprecisos, o , al menos, demasiado infantilmente sutiles para que el partícipe de mayor edad los perciba, sentía un terror fatal a ir demasiado lejos y hacerla retroceder espantada y asqueada. Y, sobre todo, sentía una angustiosa necesidad de introducirla de contrabando en la hermética reclusión de la hostería Los Cazadores Encantados, y nos faltaba aun más de cien kilómetros para llegar allí. Una dichosa intuición disolvió nuestro abrazo un segundo antes de que un coche patrullase pusiera a la altura del nuestro (…)
– Nos queda haber un buen trecho –dije- y quiero llegar antes de que anochezca. De modo que sé una buena niña.
– Soy una niña mala, muy mala –dijo Lo alegremente- Delincuente juvenil, pero franca y atractiva (…)
Atravesamos en silencio un silencioso pueblecito.
– Oye, mamá se volvería completamente loca si descubriera que somos amantes.
– ¡Dios santo, Lo, no hables así!
– Porque somos amantes ¿no es cierto?
– No, que yo sepa…”

Estas son pasiones prohibidas que quedan plasmadas en dos de los muchos textos que podemos encontrar en la literatura.
Muchos son los amores prohibidos y muchas las formas de relatarlos.

En este artículo hay fragmentos de
El Hechicero
Lolita

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