Brujas Infiltradas (86 el final)

    Me intranquilicé corrí al vehículo, llame a mis compañeros, el sacerdote y Simona se acercarón preocupados.

   —¿Dónde está Azucena?

   Las miradas se cruzaron, el sacerdote llamó a gritos a la desaparecida, pero al fin lo contuve.

   —Olvidenlo. La he visto subir en el trailer que acaba de pasar. Se ha ido.       

   —Santo Dios —comenta el sacerdote—. Probablemente esté infectada, iba herida.

   —Ya no podemos hacer nada —sentencia Simona.

   La vieja Simona se dirige silenciosa al interior del automovil, sin más palabras hacemos lo mismo. Conduje enmudecido, cruzamos una población más, igual a las anteriores, desolada, oscura y misteriosa, dejamos atrás la plazoleta con estatuas doradas que en la penunbra pareciera que recobrarian vida, locales comerciales con los cristales rotos, semaforos encendiendo y apagando debido a fallas de corriente electrica, un último monumento exaltando la población “Ciudad Allende; pequeño en territorio, grande por su gente”, gente que no habíamos visto al cruzar el pueblo. Un letrero en verde reluciente anunciaba el poblado próximo: Villa de Rosales. 

 

14

 

   Conforme nos acercabamos a las entrañas de aquella pequeña población, se volcaron en mi memoria los recuerdos de la cacería llevada años atrás, recordé como en un relámpago a las mujeres colgadas de los árboles, otras que eran consumidas por el fuego mientras eran encadenadas en las puertas de sus hogares. Aquella carnicería diabolica en tiempos en que los pueblerinos habían enloquecido. Sacudí mi cabeza para olvidar aquello, más sin embargo mi inconciente no pudo evitar la idea de que todo se estaba repitiendo.

   La calle de aquella población se encontraba solitaria, emanaba el temor de cada uno de nuestros poros, ninguno de nosotros lograba disimular aquella sensación que surge ante lo desconocido, en aquella aventurada incursión en la que empeñabamos la vida misma.

    Caminabamos atemorizados por la banqueta, un estado de shock me invadio, vi a Elisa entrar a la iglesia, corrí olvidandome de los demás. Penetre a la iglesia vacía, vi como desaparecia su cuerpo tras la mesa del altar, camine apresurado, pude ver el el suelo en el altar una entrada a un sótano, el marmol del piso estaba removido formando una puerta en el piso.

   Entré a ese sótano que pronto se convirtió en un largo y humedo túnel, tan sólo iluminado por escasas antorchas encendidas incrustadas en la pared de tiera. Me detuve al ver de pie frente a mi a Elisa, sonreia con muecas de dolor, parada sobre un suelo ensangrentado un bebe recien nacido lloraba, sus vestiduras manchadas de sangre bajo su cintura, acababa de dar a luz.

   Es tu hijo —me dijo.

   Con furia arranque una de las antorchas d ela pared y hecha de un material filoso sin piedad me lance sobre su cabeza, pronto cayó su cuerpo y su cabeza rodo por el suelo.

   Vi al recien nacido y lo tome en mis brazos, un estruendo me hizo caer al suelo, estaba temblando la tierra, quedé atrapado.

 

   No sé cuanto tiempo llevo encerrado en esta obscura cueva, el bebe, lleva mucho tiempo extraviado en este túnel lleno d elaberintos, aún me pierdo por aquí, la ñukltima vez quye encontra unos veneros de agua, eran oloros a azufre, como si el demonio lo hubiese contaminado todo.

 

   Nose si algún día volvere a ver la luz, sólo escribo en unos trozos de papel encontrados en estas rutas obscurecidas, sin duda alguien estuvo aquí antes que yo, pero temo que exista una salida, pues el hijo de ella se podría liberar.

F I N

Autor: Martín Guevara Treviño

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