Amor y sexo, frase del lunes

Y esperando que llegara el momento, estaba sentada allí, en aquel asiento que otrora estuviera vacío. Se encontraba pacientemente esperando la llegada de aquél que en su día le hubo dado amor, le hubo dado cariño, le hubo dado la felicidad, la mayor felicidad que hubiera podido sentir. Estaba en el asiento de piel, cada vez impacientándose más, mientras se miraba una y otra vez en el espejo que tenía ante sí. Sabía que su amado había estado enfermo, sabía que una gripe le había cogido por la espalda y, por ende, se había llevado una semana en la cama. Pero ahora ya había sanado, y se arreglaba el pelo y se arreglaba la ropa para salir a la calle, por la noche, a cenar. Ella, ya envuelta en su impaciencia, se retocaba el peinado, asegurándose en el espejo de que surtían efecto sus intentos.

Cuando él salió de la habitación, y ella ya se había terminado de arreglar por segunda y por tercera vez, ambos sintieron un escalofrío que les resultó familiar. Ese escalofrío que se siente cuando dos personas que se aman vuelven a verse después de mucho tiempo, con una diferencia: acababan de verse. Entonces ella, tanto como él, comprendió la frase que surgió en boca de alguien en otro tiempo.

“La fiebre de la enfermedad la provoca el cuerpo propio, la del amor el cuerpo del otro”.

Hipócrates.

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